El expresidente de la Federación de Baloncesto, José Luis Sáez, ha sido otra vez acusado de gastar demasiado en restaurantes mientras estuvo en el cargo. Me parece una acusación vulgar, paleta e injusta
Pero más allá de las obvias razones de su inocencia, lo que de verdad quiero decir es que José Luis Sáez es mi amigo: sí, mi muy querido amigo, y por mucho que su nombre sea pisoteado, me enorgullece proclamar a los cuatro vientos nuestra amistad, nuestra sincera y hermosa amistad que llevo conmigo como una banda de honor.
Lo digo porque se ha vuelto muy de nuestro tiempo que el que cae en desgracia parezca un marciano llegado en aquel mismo instante del espacio: de repente, nadie le conoce; nunca nadie cenó con él, y no suele tener ni un solo amigo que salga a defenderle, o como mínimo a decirle que le quiere, y que no está solo, sea culpable o inocente.
Me gusta decirlo y lo digo por tercera vez, y todas las que convengan: José Luis Sáez es mi amigo, mi muy querido amigo, y no sólo porque crea que es inocente -que lo creo- sino porque le quiero, y porque me educaron en un sentido de la amistad que no depende de una apreciación contable.
Si no nos escondiéramos tanto de nuestros amigos cuando sufren, no tendríamos luego que lamentar tantos linchamientos. Con un poco más de hombría nos ahorraríamos mucha, mucha hipocresía.
Bastaría con un poco, con un poquito de dignidad bien administrada, porque estos dementores de la corrección política, además de unos cínicos, son unos cobardes, y sólo se atreven en el todos contra uno. Ya veríamos a qué se atreverían semejantes perritas falderas si estuviéramos todos los que somos, si la amistad fuera nuestra divisa de honor y no este vergonzoso apeadero.
Vivir es dar la cara, poner acentos de luz en lo que creemos. Y si sólo fueran dignos de amor los ultrapuros, la Humanidad sería un agujero solitario y oscuro.
Otros temas Salvador Sostresel