Mi mujer entró ayer en la habitación y me dijo que se había hecho la mamografía de cada año y que le había salido bien.
Mi alegría fue infinita al conocer tan magnífica noticia. Esa alegría total que antes sólo sentía cuando ganaba algo nuevo, y que hoy es más modesta, aunque no menos intensa, y no podría imaginar ganancia más valiosa que saber que nada malo os va a suceder.
Me hago mayor. No digo que me disguste, pero cuando veo tu sonrisa a través de mis gafas de leer, me parece más suave de lo que era. Yo soñaba en conquistar imperios y ahora me basta con que estés bien.
Me acuerdo de cuando tenía menos miedo, mucho menos miedo, y he de admitir que fue bello vivir al límite con aquella mezcla de ignorancia e inconsciencia. Nunca pensaba en la muerte, ni en la tristeza, y esperaba siempre que algo extraordinario ocurriera.
Pero mi mujer entró ayer en la habitación, me dijo que estaba bien, llamé a mi hija, vino corriendo, las abracé a las dos, y aunque no sé qué va a pasar mañana, ni siquiera esta tarde, he de decirles que por unos instantes me sentí el más bendecido de los hombres, y hasta creo recordar que lloré.
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