Yo fui de los que me equivoqué con Luis Enrique, y le desprecié cuando llegó al Barcelona. Pero ahí está su trabajo, y sus resultados, y la insólita madurez de un equipo que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Los que alguna vez creímos que el grado de perfección al que Guardiola había llevado el fútbol de Cruyff era insuperable, nos equivocábamos. En parte por la genialidad de Messi, y en parte por el espíritu competitivo del técnico asturiano, su fortaleza mental y su disciplina, este Barça es de un talento y de una eficacia que el fútbol mundial nunca antes había conocido.
Luis Enrique se ha ganado a ser el derecho a ser antipático, susceptible o borde en las ruedas de prensa. Incluso se ha ganado el derecho -aunque no se lo reconozcan- de no tener que asistir a tales conferencias. Primero porque sólo el servicio tiene que dar explicaciones, y segundo porque las preguntas de la prensa deportiva catalana son un siniestro museo de la majadería. Entre los pedantes que creen que saben de fútbol y arman grotescas teorías sobre las alineaciones y los cambios que muy pocas veces tienen que ver con el verdadero criterio del entrenador; y los que para llenar las exageradísimas páginas que cada día se dedican al Barça, recurren a preguntas sin ningún interés cuando no francamente estúpidas, es normal que Luis Enrique y cualquier persona que tenga aprecio por su tiempo, y por su inteligencia, acuda del peor humor a semejantes akelarres.
Lo que la afectada prensa deportiva catalana, cursi y ñoña hasta decir basta, no ha sido capaz de detectar es que Luis Enrique ha “madriñelizado” al Barça, y por eso el año pasado lo ganamos todo, y lo más probable es que este año lo volvamos a ganar. Si Cruyff quería brillar y Pep quería tener razón, el señor Martínez sólo quiere ganar. Su estilo es ganar, su vanidad es ganar, como el Madrid histórico que se lo llevó todo por delante, y sus récords más significativos todavía no han sido superados.
Luis Enrique es la síntesis entre lo mejor del Barça y lo mejor del Madrid, tiene las mejores herramientas y sabe cómo administrarlas. Acusarle de abrupto es cursi: los genios no suelen ser simpáticos y mucho menos con quienes mantienen actitudes, por decirlo suave, poco erguidas. Con mucho menos, cualquiera de nosotros sería increíblemente más arrogante, más chulo, y no se cansaría de castigar con inapelables chascos a cualquiera que se atreviera a preguntarnos desde la impertinencia. Con la cantidad de motivos que Luis Enrique tiene para ser cruel con una prensa pastelosa, redicha y vacua, es admirable la paciencia con que asiste al vergonzoso espectáculo.
Luis Enrique no tiene el narcisismo de Pep ni su obsesión por lucir hermoso en todos los espejos. Tampoco ha tenido nunca ningún interés en utilizar la sala de prensa -como hacía Mourinho- para meter presión en favor de sus objetivos. Por eso no tiene ninguna necesidad de mentir, ni de callarse lo que quiere decir, a diferencia otros entrenadores que en el fondo sentían mucho más desprecio por los periodistas, pero lo disimulaban para poder usarles a su conveniencia.
Más que quejarse, la prensa deportiva catalana tendría que mirarse en el espejo y preguntarse en qué momento perdió el equilibrio, el aplomo y la dignidad. Antes de dar lecciones, hay que estar dispuesto a que vengan a reclamártelas. Luis Enrique es poco diplomático, y podría sin duda esforzarse en no ser tan cortante, pero hay más respeto al sentido común en cualquiera de sus respuestas que en la mayoría de preguntas que le hacen.
Yo fui de los que me equivoqué con Luis Enrique, y me sabe mal porque ahora es muy fácil defenderle y me hubiera gustado haber reconocido antes su talento y haberle podido ayudar cuando todo el mundo le daba la espalda. Su simpatía es su equipo y su trayectoria espectacular. Lo demás palidece en el espejo de las cosas sin importancia.
Si la prensa deportiva catalana quiere ser respetada, que se lo gane.
Salvador
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