De entre todos los veraniegos errores que un padre entusiasta puede cometer, el peor es el de acudir con su hija a un parque acuático. Los parques acuáticos son el museo del hongo y de la carne amontonada, una lata con más berberechos que jugo, lo que en los berberechos está bien, sin duda; pero no en las piscinas. El nivel de humillación al que un hombre y su hija pueden ser sometidos en un parque acuático es superior al que sufriríamos revolcándonos en cualquiera de los polígonos del estiércol que en verano -y con tanto gusto- visita Herrera.
En los parques acuáticos no hay ningún respeto por el espacio vital de cada cual, el agua tiene tantos productos químicos que dudo que haya una sola gota de agua. Y probablemente sea lo correcto, porque a estas alturas hay que poder decir con franqueza que lo de que aparece un líquido rojo a tu alrededor si te haces pis es mentira. He visto a mucha gente hacer pipí y no aparece nada. Nada más que el pipí.
Si hay una imagen que concreta todo lo terrible que tienen las masas, esta imagen es la de un parque acuático en una mañana de verano. Las expresiones más vulgares se dan cita en piscinas colapsadas de carne amorfa y de ácido úrico, y esta vez lo digo sin metáfora.
En el parque acuático la Humanidad se iguala por debajo, es un tormento sin propósito, el escenario del quinqui en estado puro, diversión soez de pueblo con acceso inmediato a la autopista. En cualquier jaula de un zoo se dan unas condiciones más humanas que un parque acuático.
Padres del mundo, queridísimos padres primerizos e incautos como yo, haced lo que queráis pero mantened a vuestros hijos y a vosotros mismos alejados de la bajeza de un parque acuático, de ese altavoz del grito atroz, del tatuaje incomprensible y de todas las modalidades de la ordinariez contra las que intentamos diariamente educar a nuestros hijos, como un muro de contención contra la barbarie.
Otros temas Salvador Sostresel