Los padres de Charlie Gard han anunciado que renuncian a mantener en vida a su hijo y han solicitado a la Corte que les permitan llevarlo a casa para que pase ahí sus últimos días. No se lo han concedido y lo han mandado a un hospicio para morir. Y ellos ahí están, en el centro de la crueldad, tratando de sostener con sus manos sus vidas a punto de derrumbarse.
Charlie Gard sufre una enfermedad rara y aunque los médicos de Londres aconsejaron hace más de un mes desenchufarle de la máquina que lo mantiene en vida, los padres presentaron una agónica batalla judicial para que su hijo pudiera ser sometido a un tratamiento experimental en los Estados Unidos. Pese a que Estrasburgo les dio la razón y el permiso, el resultado de las últimas pruebas realizadas conjuntamente por los médicos ingleses y por los que iban a llevar a cabo el ensayo han convencido a los padres de que lamentablemente no hay esperanza.
Puede que los padres se hayan dejado llevar más por los sentimientos que por la razón durante todo este tiempo. Puede que los médicos ingleses estuvieran desde el principio en lo cierto. Pero yo soy estos padres y comprendo y asumo su angustia y su soledad en la última línea de defensa de su pequeño.
Sin por suerte haber tenido que soportar momentos tan dramáticos, todos o casi todos hemos sentido alguna vez el vértigo de ser los últimos que quedábamos para defender aquella persona, aquella idea, aquella plaza.
Nosotros contra todas las circunstancias cargando solos con el gran dolor del mundo. Nosotros en la última línea de defensa sabiendo que detrás nuestro no queda nadie para cuidar de sus muñecos. Nosotros con nuestra fragilidad desesperada, de la exacta medida de nuestra mediocridad.
Parecemos ridículos y tal vez lo seamos. Pero en esta ridiculez frágil y quebradiza está lo mejor de nosotros. La parte de Dios que nos hace a su semejanza. Solos contra todo y sin miedo a ser pisoteados defendiendo la fortaleza de nuestro amor. Todos hemos estado ahí, rodeados de muecas y de incomprensión, de la terrible soledad y de los que venían a darnos el consejo de abandonar.
Y aunque a los padres de Charlie de nada les ha servido apurar las últimas gotas de esperanza, su ejemplo servirá de inspiración a los que todavía no la han agotado y también están solos y angustiados y desesperados en la última defensa, en el último suspiro, en la última sombra del día, para que sepan que ganen o pierdan la partida, el amor o la vida, somos esta resistencia y esta resistencia es el único y verdadero el destino más allá de la suerte de cada uno. Esta resistencia, este amor brutal, manchado, total es lo que nos da sentido y afirma por nosotros que aún vivimos.
Solos, ridículos, tremendamente perdidos, buscando a Dios en la última línea.
Actualización: Descanse en paz Charlie Gard.
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