Los días de linchamiento son especiales. Al principio cuestan un poco, sobre todo cuando estás desentrenado. Oiga, pero qué pasa. Cuando se abre el cielo y te cae encima, lleva un tiempo recordar que sólo cae lo que no es importante. Dios no cae. Es mejor no entrar en las redes sociales y como cuando alguien ha vomitado en el baño del bar hay que avisar al camarero antes de volverlo a utilizar. No sólo por el asco que da, sino porque si alguien te ve salir igual cree que quien lo has dejado perdido eres tú. También es aconsejable no tomar decisiones creativas. Los linchamientos, cuando no causan angustia, provocan una temeraria euforia, igualmente peligrosa. Venirte arriba en tu orgullo por estar sobreviviendo a otra descarga de la turba puede llevarte a la sobreactuación, a un exhibicionismo innecesario y los días de linchamiento tienen que servirte para ser el espectador más atento de lo que ocurre a tu alrededor.
A mí desdoblarme nunca me ha costado. Hay un yo que vive y un yo que escribe. Un yo que actúa y un yo que mira. Los dos pensamos lo mismo, y sobre todo en las escenas en que a un yo le toca el centro, él sabe sentarse con paciencia en primera fila y no pierde detalle. No es un espectáculo cualquiera, el de un linchamiento. Está lo que desaparece cuando tiras la cadena del váter, pero también hay estropicios concretos, con nombres que antes sólo habías escuchado de lejos y que no sabías quién eran, y de repente irrumpen en tu vida guiando a la tribu de machete entre los dientes que viene a por ti. De entre los estropicios concretos de ayer nombro al periodista Sique Rodríguez. Digo Sique pero no sé si Sique es un nombre o una manera cariñosa de llamarle. Sique. No sé ¿Sique? Bueno, la verdad es que no me importa nombrarle cariñosamente. Sique es de Lérida. A veces en Lérida ponen este tipo de nombres. Bien, Sique. Perfecto. Sique explicó que el Barcelona iba a ponerme una querella por la crónica que está en el origen del lichamiento. Es curioso porque iba a escribir “la crónica que provocó el linchamiento”, pero es importante recordar, y recordarlo siempre, que el linchamiento lo provocan sólo y exclusivamente los que linchan. Y nadie más. Como las bombas de Al-Qaeda, etcétera. Sorprendido por la noticia de Sique, llamé al abogado del club, Romà González Ponti, que me confirmó, como era lógico, que el club no iba a interponer ninguna acción legal contra mí. Yo no sé quién es Sique, ni siquiera ahora lo sé, pero sí que me han dicho que trabaja en la Ser, y yo ya sé que la Ser es capaz de cualquier infamia.
Pero me pregunto en nombre de qué periodismo y de qué decencia se pueden dar lecciones cuando uno se atreve a publicar lo que una llamada de dos minutos puede inmediatamente desmentir. No me preocupa lo que explique la Ser ni me importan sus mariachis. Pero en los días de linchamiento es importante comportarte como un espectador aunque tengas la sensación, falsa, de que eres el protagonista. No es cierto que tú seas el protagonista, ni tú ni tu artículo. El protagonista es Sique. Tú eres transparente y sólo cruzas el escenario como un fantasma, sin que nadie te pueda ver, y tú intentas tocar a los demás y no lo notan. Lo más importante de los linchamientos es su minuciosa lección, el amplísimo repertorio de lo que tienes que intentar no ser jamás, el advertido peligro de volverte el que llama de noche a romper cristales y deja que ya luego la masa amorfa y desbocada se ocupe del resto. Lo que se arregla tirando la cadena del váter es sucio pero da igual. Lo que tiene que acudir alguien a limpiarlo con estropajo y guantes, aunque sea la Ser, hay que mirarlo atentamente, hasta que te hipnotice el deshecho, hasta que la siniestra forma se te grabe en el cerebro, hasta que estés seguro de que vas a detectarla si algún día la ves o la intuyes cuando te miras en el espejo.
En los días de linchamiento es fundamental no intentar demostrar que tú tienes razón y los demás están equivocados. Nosotros no somos los que damos explicaciones. Nuestros artículos se explican solos. Mis artículos son mi orgullo y ponerme a explicar lo que en realidad quiere decir es la única posible derrota. Dan explicaciones las asistentas, la mañana que necesitan ausentarse. Yo soy el que nombra, el que escribe, el que cierra el círculo.
Los días de linchamiento es intensa la descarga pero breve el aguacero,
observas y aprendes, tiras de la cadena, sabes a qué se dedica la gente de Lérida; y también recibes muestras de inmerecido aprecio, dedicatorias que no esperabas, cercanías que te hacen sentir bien. Los días de linchamiento también son hermosos, y huele a tierra mojada cuando la turba escampa. Pero firme también ahí, sobriedad. Un exceso de emocionalidad te hace parecer idiota, como en las cenas de empresa de Navidad, en que de repente una secretaria se pone a llorar. Ni siquiera en el amor eres el protagonista, y has de dejar que mida cada gesto el yo que mira. El yo que mira y siente y afirma su autoestima en el amor.
El linchamiento es la forma en que la carne amontonada -y a estos montoncitos también los quiere Dios- expresa con cualquier excusa la tremenda nostalgia de no ser tú. Ni siquiera la impotencia: es una honda y lentísima nostalgia: lo que ellos creen que pudo haber sido y lo que tú sabes que nunca será. Antes de irte a dormir hay que darse una última vuelta por el desolado paisaje que ha dejado la jauría.
Otros temas Salvador Sostresel