El zoo de Barcelona ha prohibido el espectáculo de los delfines. Los animalistas, como los vegetarianos, no son una voluntad de respetar a los animales, sino gente que no quiere que los demás seamos felices porque a ellos les ha ido mal.
Los delfines y su espectáculo con pelotas y aros entretienen a niños y adultos de un modo extraordinario. Gente infeliz quiere hacernos creer que los delfines están tristes, como si lo que importara no fuera que nosotros estemos contentos.
Los espectáculos con animales son y han sido siempre sensacionales. Prohibirlos es de personas que tuvieron una infancia desgraciada y quieren ahora vengarse de nuestra felicidad. Es lo mismo que este tipo de gente que no come carne, ni pescado: no es una dieta, es un trauma.
Tenemos que hacer la revolución de los felices contra la oligarquía de los tarados y acomplejados. La revolución de la derecha libre contra la corrección política totalitaria. La revolución de los de la alegría del chuletón contra los deprimentes apologetas de la lechuga que en el fondo de la nevera ha quedado olvidada.
La vida es una pasada y no podemos aceptar que nos la mutilen los tristes y los fracasados. El salto de los delfines para tocar la boya que cuelga del techo es la emoción de los niños felices, que comen filete, y riñones, y foie.
Quién nos iba a decir hace diez años que tendríamos que bajar hasta el zoo para defender la más elemental y necesaria libertad.
Otros temas Salvador Sostresel