Carme Chacón ha abandonado a Pedro Sánchez. Cuando huele a rata que huye, es que se empieza a hundir el barco. Me gustan los barcos cuando se apoyan en los enfermos para poder hundirse tranquilos. No sólo me gustan sino que brindo por ellos.
Me da ganas de cantar la Internacional ver a Chacón huir, ella que tanto se aprovechó de la bonanza del PSOE, ella que tanto usó el aparato del partido para medrar cuando no era nadie.
Cuando ayer vi en la tele a Carme abandonando, me entraron ganas de mandarle a Pedro Sánchez un gran ramo de rosas rojas. No hay nada que me parezca más repugnante que la deslealtad. El desagradecimiento es una lacra.
Cuando huele a rata que escapa, me gusta más que nada en el mundo quedarme. Todo se vuelve romántico, hasta el deplorable socialismo, cuando huyen los cobardes.
Yo siempre tendré abiertos mis brazos para los socialistas que dejen de serlo porque al fin se den cuenta de que estaban equivocados, y de que sus ideas sólo llevan a la miseria y al fracaso. Un socialista que se da cuenta de su error fundamental es una victoria para la gran causa de la Humanidad.
Pero los que huyen porque las cosas se ponen feas y quieren resguardarse, son la vergüenza de la política, el escarnio de cualquier afecto. Ratas que huyen, ratas.
Y yo espero que a Carme, muy lentamente, y así como jugando, se la zampe el gato.
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