Para que mi mujer no se queje demasiado de mi permisividad veraniega con la niña y sus helados, cada mañana tomamos un zumo de naranja para cumplir con lo básico. Y en el valle de Boí se han acabado las naranjas. Es tal la afluencia de veraneantes que hasta que el camión no las suba probablemente esta tarde mi hija quedará liberada de su pacto con la dieta equilibrada.
Aquí los apartamentos y los hoteles no son caros, ni los restaurantes, y sólo los propietarios nos distinguimos de la clase media -e incluso media raspada- que conforma el grueso de turistas ocasionales. Es importante saberlo: en la España de 2017, en este rincón sin demasiada importancia, la tropa ha arrasado con las naranjas.
Luego en los bares y en la panadería, en las piscinas y en el parque infantil les escucho comentarios socialistas y hasta favorables a Podemos. Grandes insultos al PP y al presidente Rajoy que les sacó del hoyo y les tumbó cómodamente en este sofá. ¡Se me acaban las naranjas y no paran de quejarse! Es intolerable. ¿Pero qué más queréis? Antes bebíais de bote y no protestabais. Estáis veraneando entre uno de los mejores conjuntos románicos del mundo, bebiendo zumos naturales como si no hubiera mañana, con las vacaciones pagadas y todavía queréis revoluciones: eso sí, de prepago.
Demasiados derechos trajeron este desprecio, los autobuses atacados por la CUP, la queja del gobierno que les ha rescatado de la miseria en que precisamente las ideas socialistas les hundieron. Y siempre un capricho más y nunca dar las gracias. Lo próximo que va a terminarse será el foie y continuarán diciendo que peor no pueden estar. Añoro los ochenta, cuando sólo había naranjas para nosotros y solían sobrar. Entonces la gente trabajaba para un día llegar a ser como nosotros y hoy que no les falta de nada quieren matar la luz con que les hemos encaminado. Veremos el día en que se establezca que los zumos de naranja son una conquista social y que también los ricos tienen que pagarlos. Como me decía Jaime de Mora y Aragón, “¿No te das cuenta, Salvador? Todos quieren vivir donde Polanco”.
Hay más veraneantes que nunca en el valle, más gasto del que se ha visto en años y vuelan las naranjas como si las regalaran. Pero perdura el pesimismo en las charlas, posturero y afectado, como si no hubiéramos bordeado el abismo hace apenas tres años. Seguramente es culpa nuestra por no haberles explicado con más detalle, y sin tanta socialdemocracia acomplejada, dónde llevan sus tontas ideas colectivistas e igualitarias, en qué cuarto de las ratas se estarían pudriendo si la derecha no hubiera ganado y hubieran llegado Pablo y Pedro a hacer negocio con sus necesidades.
Nos ha dado vergüenza o reparo explicar el mérito, la dificultad, el talento que hemos tenido que oponer a tanta demagogia de porro y piojo en las plazas ocupadas. Nos ha parecido hortera alardear de lo logrado y ahora todavía parece que les debamos algo, cuando les hemos librado de aquello a lo que su estupidez ideológica -y su muy poco exigente cultura del trabajo- les condenaba. Y aquí están, con sus caras ropas de montaña y mis naranjas, chapoteando en las piscinas en las que hace tres años podía bañarme solo con mi hija, y entrándole al entrecot con ese entrañable furor del pobre cuando siente que al fin puede gastar.
No hay nada tan enternecedor como el capitalismo cuando convierte la lucha de clases en el mítico “y de postre, un flan” ni nada tan deprimente como el obrero embistiendo, cegado de resentimiento, contra su única posibilidad de no ser un completo desgraciado.
Otros temas Salvador Sostresel