La ANC cree, y lo explica su presidenta, Elisenda Paluzie, que los actos vandálicos -y no pocas veces criminales- que están teniendo lugar en Barcelona “visibilizan el conflicto”.
Hay una mujer catalana, que Paluzie encarna pero también Clara Ponsatí, Pilar Rahola o Liz Castro, que une sus delirios a sus fluidos, su frustración “nacional” a sus hormonas desbocadas, y el cruel destino que ha sufrido Cataluña en los últimos años no es ajeno a ellas, ni puede entenderse el ridículo que como catalanes hemos hecho sin su nefasta influencia. Hay una mala leche, femenina y sin propósito, simplemente cíclica.
Artur Mas, Carles Puigdemont i Quim Torra han sido los protagonistas de los nefastos acontecimientos, pero sin Marta Rovira, Anna Gabriel, Pilar Rahola o Paluzie no se entenderían los abismos más violentos y estúpidos por donde el independentismo se ha manchado, perdiendo cualquier posición que hubiera ganado. Su derrota, sin que apenas haya tenido que intervenir el Estado, se debe a su inspiración líquida, tan ligada a los fluidos como lo está en general la mujer catalana; y también a una respuesta muy mediocre de unos hombres acomplejados, afectadísimos, cobardes, que están tan acostumbrados a culpar a España que se han olvidado de ponerse los pantalones, de levantarse, de aguantar, de pagar el precio y de mandar.
El procés no ha sido femenino pero ha sido feminizante. Y ha fracasado, líquido y tribal, porque no lo han liderado hombres con una idea del poder sino mujeres con una idea de clan. Independentismo menstrual -si es que aún menstruan.
La “mare lloca” se ha impuesto al político que sueña imperios. Cuando el juez Marchena interpreta en clave de farsa lo que en los últimos dos años ha ocurrido en Cataluña, le falta preguntarse a qué huelen las nubes para cerrar la metáfora. Y más que a la prisión, mandarlos a por Saldeva forte.
Otros temas Salvador Sostresel