Mi sueño es que entro en una casa que no es la mía, por una vía estrecha pero yo soy blando y finalmente paso. Ya estoy dentro. Me tientan a la vez la curiosidad y el miedo, el deseo de la transgresión -un deseo también físico- y el peligro de ser descubierto. No intento robar nada ni descubrir ningún secreto. Doy vueltas por las estancias y trato de imaginarme cómo deben vivir sus propietarios. Hay algo entre la casa y yo, una textura compartida. El aire tiene consistencia y yo soy de gelatina. Me excita ser el intruso y tira de mí la pulsión de esta excitación por encima de cualquier otra, no toco nada pero me apodero del espíritu de la casa.
Mi yo de hoy no siente este deseo pero se siente relacionado con un yo más antiguo que aunque no entró nunca en una casa que no fuera la suya, no se sentía extraño entre estas texturas. He buscado mi encaje en los más recónditos lugares. He tratado de resumir y enderezar lo que soy hasta que un día me di cuenta que mi destino era que el mundo se adaptara a mí. Y tras muchos años de buscarme en los más rocambolescos espacios, y de tratar de amoldarme en quién sabe cuántas casas reales o imaginarias, me limité a ser yo con todas mis expansiones y todas las consecuencias. Me limité a cantar mi canción y a dejar que el público se fuera si lo deseaba. Y lo deseó, debo admitirlo, durante los primeros años.
Pero poco a poco el mundo a mi alrededor fue tomando mi forma, y hubo personas que llegaban y otras que se marchaban, y aunque no siempre puedo contener las lágrimas al final del día, aunque sea uno de esos días en que difícilmente puedo soportarme, el resumen me pertenece y si me muriera en aquel mismo instante podría alegrarme de haberlo hecho a mí manera. Si Dios nos ha dado un tiempo, supongo que será para esto. Exactamente para esto. Si lo hice peor o mejor, ya lo veremos. El mundo te propone siempre un juego, una relación de poder. El poder es la única norma del juego. Luego están las misiones y los sentimientos, los sonidos en la distancia y los recuerdos. Pero el poder es la única ley y para vivir es fundamental entenderlo.
Con lo primero que tiene que ver el poder es con la fuerza. La fuerza bruta con que el otro o los otros intentan doblegarte y asimilarte y que desaparezcas. Siempre es mejor si tú no estás, porque hay más espacio para la naturaleza expansiva -es decir, poderosa- de los demás. Siempre es mejor si tú cedes y te diluyes y no existes y puede absorber tu fuerza el que estaba antes que tú. Si aguantas, aunque sea tambaleándote, tardan un tiempo en acostumbrarse a tu presencia, a tu inevitable molestia, pero al final te aceptan. Si no te dejas asimilar al final no sólo te aceptan sino que acaban sinitiendo curiosidad por el bicho raro que ha elegido vivir. No hay tantos bichos raros porque es mucho más fácil dejarse hacer y fluir con el resto, y ser corriente, mayoría, inmensa mayoría, tumulto indignado, carne amontonada siempre entre el calor de otra carne.
Entonces llega el momento del talento, de tu esencia que se expande y que determinará si tu vivir merece la pena. El primer golpe de fuerza es imprescindible para que tu talento halle el hueco, la brecha por donde filtrarse, proyectarse y tomar forma y que esta forma se parezca a ti. Pero he visto a muchos hombres sólo con fuerza y que son incapaces de filtrar algo que tenga el más mínimo valor. Y aunque siento simpatía por alguno de ellos no puedo rescatarles de su insgnificancia. Y aunque tienen la angustia de los hombres libres que su fuerza les da, no tienen nada para rellenar el vacío, y son sólo vacío, y angustia, y dan vueltas sobre su círculo yermo y sin demasiado sentido, sin que nadie pueda ayudarles. Estrellas que se han perdido. Inútil rayo de luz.
Aún a veces sueño que entro en una casa que no sé de quién es. También sueño que vuelvo al colegio y que tengo los deberes por hacer. Que el mundo se adaptara a mí es lo que más tiempo me ha llevado, por eso ahora puedo escribir tan rápido y cuando gasto mucho dinero me excita pensar que voy a ganar mucho más. A lo lejos está la gente que me grita y cuando estiro el dedo para tocarlos tiemblan como la gelatina.
Otros temas Salvador Sostresel