ABC
Suscríbete
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizMi ABCABC
Blogs French 75 por Salvador Sostres

La doble horca

Salvador Sostresel

Lluís Llach ha dicho que los indultos “son fatales para el movimiento”. El cantautor considera que “los indultos son buenos para los presos y fatales para el movimiento. En el sentido del reconocimiento internacional, de la excitación internacional, del abuso del estado, de tapar los tres mil represaliados y continuar tranquilamente”.

La doble horca del Estado, con los indultos del Gobierno a los líderes y el avance imparable de la maquinaria judicial, está abriendo en canal al independentismo. De un lado, los beneficiados de los indultos aseguran que continúan siendo independentistas y que los indultos “no son la solución”, pero no sólo los han aceptado sino que los han suplicado, y han supeditado su actuación política a poder salir de la cárcel, renunciando a la unilateralidad y negociando los presupuestos del Estado. Aunque estos líderes, y sus representantes en la política activa, tratan de gestualizar aún en la rebeldía, ha habido pequeños pero significativos gestos -imposibles de imaginar hace dos meses- como el de Pere Aragonès conversando distendidamente con el Rey y tomándose con él una fotografía.

Pero sin duda lo más notable que los indultos producen es la división irreconciliable -por el momento- entre independentistas. La histórica bronca entre Esquerra y CiU (ahora Junts, que son los restos de lo que fue el primer partido de Cataluña) se ha vuelto más transversal para convertirse en una disputa entre pragmáticos e irreductibles. Los pragmáticos, claramente mayoritarios, están dispuestos a por lo menos buscar una solución dialogada con el Estado; los irreductibles, minoritarios y sin más hoja de ruta que su propio fanatismo, insisten en una unilateralidad que no sólo no aclaran de qué modo piensan llevar a cabo, sino que cuando tuvieron ocasión de realizarla, no tuvieron el valor ni la devoción suficientes para ello y huyeron en desbandada -o simplemente se borraron- antes de que el partido llegara a jugarse.

Como colofón, cualquier sospecha internacional de venganza o de sobreactuación por parte del Gobierno, queda abrumadoramente contestada con la concesión de las medidas de gracia. Nadie con dos dedos de frente que comprenda qué es una democracia en un mundo civilizado podría dudar de la plena normalidad con que España ha reaccionado al golpe secesionista que sufrió en 2017. Nadie que entienda de leyes puede cuestionar el impecable juicio con que el Tribunal Supremo condenó a los cabecillas de la trama. Pero de cara a las siempre delicadas batallas de la imagen, que a tan a menudo convierten lo superficial en categórico y acaban siendo lo único que el gran público percibe, sin duda los indultos sitúan a España en el lado de los buenos y a los que insisten en la confrontación, los pinta de peligrosos lunáticos. Y no se puede olvidar, porque es engañarse, que el conflicto con el independentismo, por su propia cobardía y fatuidad, y su extravagante propaganda, se dirime el 70% en Europa y sólo el 30% en España.

Por lo tanto, y pese a las incomprensiones de la España menos habituada a las sutilezas de la inteligencia razonadora, los indultos no sólo son una cesión o la debilidad de un presidente necesitado de apoyos parlamentarios, sino que, muy principalmente, resultan un abrazo en forma de horca directamente al cuello de los supuestos interesados.

Por debajo, como Lluís Llach señala en sus declaraciones, la maquinaria judicial continúa poniendo a cada cual ante su responsabilidad, sobre todo económica. Los independentistas que tan valientes fueron en su desafío a la legalidad, y que tan impunes se creyeron, y tan moralmente superiores se creyeron a un Estado al que despreciaban, se enfrentan ahora al precio real, ese que creyeron que nunca tendrían que pagar, de sus bravuconadas. “No creíamos que fueran a ser tan duros”, dicen unos. Son los mismos que decían “el mundo nos mira” o “el primero que levante una porra, pierde”. En definitiva, un independentismo inconsistente, frívolo y muy infantil, que de verdad pensaba que España no iba a defenderse, y que asistiría impávida a su detonación calculada, está por primera vez en la vida siendo tratado como un adulto. Y este honor no se lo hace ninguno de sus fantasiosos miembros, sino precisamente el Estado, poniéndoles frente sus decisiones, y exigiéndoles que respondan por ellos como los hombres libres hacen, que es asumiendo las consecuencias y pagando el precio de sus actos.

El avance político, y por lo tanto económico y convivencial que permiten las 9 medidas de gracia, así como el provecho reputacional que obtiene por ellas España, contrasta con los miles de catalanes que uno por uno van a recibir por primera vez en sus vidas un cursillo de realidad política y judicial sobre qué es y cómo funciona un Estado. A ellos y a sus seres queridos, sin duda les servirá si algún día, dentro de mucho tiempo, insisten y finalmente consiguen fundar uno. Pero mientras tanto, durante este mucho o muchísimo tiempo, van minuciosamente a recordar, y de un modo muy íntimo, y muy descarnado, lo que exactamente sucede cuando juegas y de farol con un Estado, la estructura política más poderosa y letal del mundo.

Pedro Sánchez es un oportunista y su parte lista puede traicionar a su parte inteligente y pasarse de trilero con cargo a la misma estructura del Estado, de tanto jugar con piezas que no tienen repuesto. Esquerra es el partido tóxico de Cataluña, el partido palestino, el que no pierde una oportunidad de perder una oportunidad, y si esta vez su actuación no es desastrosa, ni tiene funestas consecuencias, será la primera vez en su historia, y en la nuestra. Todo está cogido con pinzas. También lo estuvo en la Transición, pero aunque la tensión de entonces era incluso superior, los líderes políticos de aquellos años tenían una altura de las que estos de hoy carecen por completo. Todo es frágil, y todos son mediocres. También los españoles en su conjunto somos más mediocres, arrogantes, poco generosos y esquemáticos de los que en 1975 tenían 40 años. Todo parece más cerca del derrumbe que de la esperanza. Sin embargo es por primera vez que en Cataluña algo de luz alumbra el escenario. La suficiente para que por lo menos la obra -que ya veremos si tiene final cómico, trágico o farsante- pueda tímidamente representarse.

Otros temas Salvador Sostresel

Post más recientes