Ni Rajoy se ha vuelto independentista ni Junqueras un regionalista folklórico, pero comparten el temple, la moderación y el sentido del ridículo en una España en la que si no haces cada día las más estridentes payasadas te acusan de no hacer nada. ¿Que tienen sobre todo en común ambos políticos? La desgracia por la que se despeñan sus adversarios, desde Convergència a Ciudadanos, pasando por Podemos, mientras a ellos les basta con repetir obviedades para parecer estadistas.
Junqueras será presidente por el mismo motivo que Rajoy ganó dos veces y al final su principal enemigo no tuvo más remedio que romperse, desangrarse y regalarle el poder: la mala leche de la realidad no se la he visto ni a Clint Eastwood. Convergència i Unió corrió la misma suerte tras los pasos de Artur Mas por retener el poder, y limitándose a no hacer ni decir demasiadas tonterías, Esquerra ha ocupado la centralidad de la política catalana.
El “junquerismo” es amor le dijo Oriol Junqueras a Jordi Basté en una memorable entrevista. Es cierto e irónico a la vez, porque aunque las formas de quien sin duda será el próximo presidente de la Generalitat son amables y hasta cariñosas, al fondo y sin hacer espectáculos corta las cabezas que tiene que cortar sin vacilaciones ni piedad. Los antiguos vodeviles que desde Pilar Rahola hasta Carod habían convertido a ERC en un partido de “patata camión” han quedado definitivamente atrás con el dulce puño de hierro de Junqueras. Ser católico y liberal también le ha ayudado, y el ala izquierdista del partido está tan entusiasmada ante la inminencia de alcanzar poder que ha asumido sin contradicción el posibilismo convergente. Los argumentos de la derecha no siempre convencen, pero no hay quien se resista a su textura acolchadita y efervescente.
“¿Y lo de la independencia?”, se preguntan los mismos que no entienden su afinidad con Rajoy, “¿cómo se lo contará a los catalanes?”. La diferencia entre Junqueras y el resto de los independentistas es que él no ha entrado -todavía- en la fase de creerse sus mentiras y sabe que un referendo ilegal no tiene ninguna posibilidad de validación internacional y que en cualquier caso no será necesario contar nada a los catalanes, porque bien sea en unas próximas elecciones autonómicas o en otro simulacro como el 9N, se darán cuenta de que no son mayoría. La tesis de Junqueras es que por el mismo motivo que si un día Esquerra tiene 80 diputados (sobre los 135 del Parlament) la independencia de Cataluña será irreversible, mientras tenga los aproximadamente 40 con que ganará las próximas elecciones, lo único que puede hacer es tener la mejor interlocución posible con el Gobierno -con Soraya su relación es excelente- y trabajar como es su deber para el conjunto de los catalanes y no sólo para los que le han votado. Entre el realismo y el cinismo, el “junquerismo” es amor.
Junqueras no es ni más ni menos independentista que ayer, pero como Pujol ha entendido que su partido no puede ser como él querría que fuera Cataluña sino que tiene que parecerse del modo más exacto posible a cómo son los catalanes; de modo que como canta Joaquín Sabina en la canción Posdata de su nuevo disco que salió el miércoles, el líder de los republicanos parece decirle a la quimera como solución política: “ni tú eras para tanto ni yo soy para ti”.
Otros temas Salvador Sostresel