El viernes, tras hablar yo en Herrera, dejó de llover en Barcelona. De regreso a casa, justo delante de mi jardín, me encontré a una monja algo desorientada, que preguntaba por la calle Esperanza. Había venido desde la Sagrada Familia en autobús y se había equivocado de parada. “La esperanza soy yo”, le contesté, paré un taxi, y la acompañé a su destino. Durante el trayecto le conté que tenía una hija de cuatro años y hablamos del amor incondicional. Ella iba a hacer compañía a una mujer mayor que vive sola. Llegamos a su dirección, le dije al taxista que me esperara. La acompañé a la puerta, me dio las gracias, me sonrió y me dijo “que Dios te bendiga”.
Al cabo de pocos minutos, todavía en el taxi de vuelta a casa, mi amigo Joan me llamó para preguntarme si era cierto que Rafa Zafra había abierto un restaurante en Barcelona. Rafa es un chef sensacional, 34 años, que había sido jefe de cocina en la Hacienda Benazuza de Sevilla.
Llamé a Ferran Adrià inmediatamente para saber si lo de mi amigo Joan era cierto, y lo era, de modo que cancelé mi reserva en el restaurante que había previsto para el almuerzo y sin bajar del taxi, y pidiéndole que se diera prisa, bajé al Borne, el barrio donde se encuentra Estimar, el prometido restaurante.
Es un pequeño local con el espacio muy bien aprovechado. Rafa encarna de un modo muy generoso el genio de El Bulli, para aplicarlo a mariscos y pescados. Extraordinario carpaccio de cigalas, en homenaje al carpaccio de cigalas del Bulli de 1995, el primero que conocimos sin necesidad de congelar previamente las cigalas. Soberbio carpaccio de gambas con su coral, magníficos mejillones con trempó, y un recital inconestable la traca final con caixetes, percebes, espardeñas, berberchos y almejas.
Las frituras son de una altura incontestable. Los boquerones fritos parecen directamente traídos del Alhucemas de Sevilla.
Todos los pescados son extraordinarios, con mención especial para el Gallo San Pedro. Es un restaurante tan delicado que consigue aislarte del mundo, y a medida que vas entrando en “la vida según Rafa” cualquier problema te parece secundario y de verdad crees que nada te saldrá mal nuca más. Los buenos restaurantes dan de comer. Los grandes restaurantes dan esperanza.
El propósito de cualquier disciplina artística no es ella misma, sino dar esta esperanza. El último propósito de cualquier disciplina artística son siempre los demás. Iluminar la cara y la vida de los demás, further to fly.
Entre Rafa y yo, una monja desorientada. Los tres cosidos por la misma esperanza. Hacía ya seis semanas que Estimar había abierto y yo -intolerable- no me había enterado. Hacía días que la señora de la calle Esperanza esperaba que mi monja la visitara. Sólo faltaba que algo se pusiera en movimiento para que Dios nos iluminara. Él siempre está dispuesto a contentarnos, y nos pide tan poco, que es mezquino no dárselo. Un taxi para ayudar a una hermana, y en el mismo taxi de regreso a casa me regaló mi nuevo Estimar extraordinario, en la sabiduría máxima que no hay nada en el mundo que pueda hacer tanta ilusión al hombre de derechas como que Ferran le diga que merece la pena un nuevo restaurante.
Dios atiende como las farmacias de guardia y es de desagradecidos no fomentar su gracia. Hay una alegría de vivir que sólo se adquiere siendo agradecido y generoso. Ferran Adrià ha enseñado a muchos cocineros a ser muy buenos cocineros, e incluso los mejores cocineros. Y cada uno de ellos lo ha sido a su distinta manera. Lo que indudablemente todos tienen en común es el agradecimiento y la generosidad. Desde Dos Palillos hasta El Bulli, pasando por Disfrutar y Estimar, la gran lección que Ferran ha conseguido filtrar es la generosidad, ese darlo todo en cuerpo y alma, en materia e inteligencia; una generosidad humilde que viene de la bondad natural, del agradecimiento a Ferran y del poder estar aquí para contarlo.
Por ello es importante haber sido cliente de El Bulli. Pero haber sido querido en El Bulli eso es algo que te marca en cualquier otra cosa que escribas o digas o hagas. Es esa esperanza. La esperanza de la calle Esperanza de mi monja despistada, la esperanza del Estimar, y la esperanza fundacional de Ferran.
Yo no sé si se dan cuenta de la maravilla que tienen ustedes al alcance. Están las calamidades, y algunas son inevitables. Pero la maravilla, la concreta maravilla que tenemos cada día al alcance, ¿estamos suficientemente atentos a ella? Tanta queja ingrata ¿nos deja tiempo para prestarle la atención que merece a la gracia? Yo decidí estar contento y es una decisión que cada mañana renuevo, en la ducha, escuchando The Coast de Paul Simon. Estoy contento como una higiene, como un ejercicio, como un agradecimiento, como una muestra de respeto por todo lo que nos ha sido dado, y por el esfuerzo que otros hicieron para que hayamos podido llegar hasta aquí.
Luego viene la tristeza, la decepción, el desánimo. Y hay días en que no es que cueste retomar el hilo, sino que cuesta hasta encontrarlo. Pero cuando seguir cansa, entonces eres dueño en lo que vales.
Habremos pasado por este mundo acariciando la cara de Dios: nosotros, los que le entendimos, y le quisimos, y le adoramos, y estamos locos si nuestra vida no consiste en celebrarlo.
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