Quejarse de los árbitros es de equipos menores o que han extraviado su grandeza. El Barça se quejaba cuando no podía presumir de fútbol y convirtió a Guruceta en el antihéroe de sus años de plomo. El victimismo nunca conduce a nada más que a hacer el ridículo, tanto en el fútbol como en cualquier otra esfera de la vida. La Historia sólo la escriben los que son capaces de levantarse y sacudirse el polvo para volver a pelear hasta la victoria. Todo lo demás es retórica perdedora y la rabia que genera la impotencia.
El entrenador del Barcelona, que lo sabe, tiene un mural en el vestuario con las palabras “excusas” y “resultados” escritas en dos columnas distintas, para explicar a sus jugadores hasta qué punto se trata de conceptos antagónicos y retarles a escoger entre uno u otro. El Barça dejó de protestar cuando fue alumbrado por el fútbol mítico de Cruyff. Años más tarde Guardiola prohibió quejarse de los colegiados aunque él mismo se saltaba en no pocas ocasiones su propia norma, porque en su doble condición de catalanista y de barcelonista le costaba dominar el instino atávico de la queja. Cuando el tam-tam tribal resuena tan adentro a veces ni la mejor voluntad -ni el mejor fútbol- pueden reprimirlo.
Que el Barça se queje de los arbitrajes es inadecuado, antiestético, humillante para su condición y, encima, injusto. Basta ver el partido del martes para constararlo. No hay manía persecutoria ni contra el Barcelona ni contra nadie. Es en todo caso el Barcelona quien tiene que perseguir su mejor versión para poder imponer en Europa su fútbol maravilloso, ahora que llegan los partidos decisivos, y poder en junio celebrar sus títulos en lugar de ser el eliminado tontorrón del fondo de la clase que sólo sabe lloriquear y quejarse. Lo dice Luis Enrique: excusas o resultados.
Otros temas Salvador Sostresel