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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Escuela Esther Bosch. Ahora la madre también baila

Salvador Sostresel

Hace unos meses escribí un artículo sobre la funesta escuela de danza Esther Bosch y el tremendo daño que hacen a las niñas, asomándolas al hembrismo más vulgar, más soez y que más convierte a las futuras chicas en carne de cañón. Quedé horrorizado con lo que le hicieron hacer a mi hija, y me la llevé de la fiesta de fin de curso absolutamente indignado. Ella también lo estaba. Sintió que habían pisoteado su dignidad y lloró cuando la tomé en brazos. Los lectores que recuerden el artículo, lo recordarán tan duro como fue. Los lectores que no lo recuerden, pueden imaginarse la clase de texto que escribí viendo como una escuela de danza había absuado de mi dinero y de mi confianza para humillar, desprestigiar, atacar a mi hija.

Bien. El texto quedó escrito y publicado. Muchos lectores simpatizaron con él y me contaron experiencias y sensaciones parecidas. A otros les pareció mal, apoyaron a Esther Bosch, algunos me hicieron llegar su disgusto, y es así como funciona la vida, la libertad y hasta la democracia.

Ayer regresando a casa con Maria pasé por delante de la escuela, a pocos metros de distancia de donde vivo, y una mujer que se identificó como la madre de la tal Esther Bosch -yo a esta la tenía vista, pero pensaba que era una secretaria- empezó a gritarne y a insultarme en el breve camino hacia mi casa; primero sólo a mí; luego también a mi hija. Nos dijo: “sé dónde vivís y os voy a arrancar la cabeza. A ti y a tu hija”.

Lo que más me preocupó fue estar en la escena con mi hija, pero he de decir que aguantó sin inmutarse y cuando la histérica se fue me dijo que con lo que acababa de hacer me daba aún más la razón en mi artículo. Y aunque yo quedé tenso, y por unas horas tenso, en el ascensor nos reímos mucho.

Cuando María entró en la bañera, me cerré en mi habitación y llamé a los Mossos para poner una denuncia por amenazas de muerte proferidas ante una menor. Me dijeron que tenía que acudir a la comisaría a denunciar y obviamente no podía, porque estaba con la niña, y no la quería traumatizar. Al agente, muy amable, le pregunté qué habría pasado si la víctima hubiera sido una mujer con su hija de ocho años y el agresor un varón que amenaza de muerte y dice “sé dónde vives”; y con la boca pequeñísima me dijo lo mismo y ante mis exclamaciones reconoció que muy probablemente, yo ayer habría dormido en el cuartelillo.

Ante la imposibilidad de que los Mossos intervinieran, porque soy un hombre y los hombres sólo somos culpables y lo somos hasta cuando nos agreden a nuestras hijas, porque a la policía sólo les interesan las hijas si son para atacar a un padre, pero jamás para defenderlo, nos quedamos mi hija y yo encerrados en casa, con miedo a salir, desprotegidos por nuestra policía que, con su indiferencia, queriéndolo o no, eran cómplice de la agresora y de las muy concretas y letales amenazas que profirió. Así que desde aquí quiero dar muy sinceramente las gracias a los Mossos de Esquadra, que me dejaron solo ayer ante alguien que amenazó con arrancarle a mi hija la cabeza.

La conversación con mi policía se acabó, y mi hija se preocupó mucho más por la total pasividad de los Mossos que porque una pobre viejita que nunca ha estado en sus cabales saliera a la calle a defender -inútilmente, claro- el honor de su hija. Tenía razón Maria: “es normal que la energúmena nos insulte, lo que no es normal es que la policía la defienda a ella y no a nosotros”. Tuvimos miedo. Cerramos la puerta con llave como nunca antes habíamos hecho.

Luego cenamos y puese pronto la niña a dormir, porque el domingo habíamos ido al Camp Nou y se acostó a las quinientas. Mientras buscaba por internet la comisaría que más de paso me cogía para ir por la mañana a poner la denuncia, pensé en el disgusto que llevaba encima como padre, en lo vulnerable que me había sentido con aquella pobre mujer amenazándome y gritándome tan cerca de mi hija; y en lugar de sentir aún más rabia, y más ímpetu denunciante, recordé que ella era también una madre herida en sus sentimientos de madre -que son los más sensibles- por lo que yo escribí sobre la escuela de danza de su hija. Suscribo cada palabra de lo que escribí y permanece intacta la indignación por aquel ataque desalmado a la dignidad, la belleza y la compostura de mi hija. Si tuviera que volver a escribir el artículo, sería todavía más duro, y pondría además en duda la honradez, la decencia y el buen gusto de haberlo aprendido todo, durante años, de Coco Comín, para montarle a continuación una escuela de baile a la vuelta de la esquina y llevándose alumnos del modo más desleal y navajero, lo que tiene mucho que ver con la porquería de estilo que a mi hija le intentaron inculcar.

Pero lo que tengo que poner es una denuncia, no un artículo, y cuando pienso en la escena, por muy mal rato que le haya hecho pasar a mi hija, y por terribles que fueran las amenazas proferidas, no puedo dejar de ver en ella a una madre brava, valiente, saliendo al abordaje a por la honra de su hija; teniendo razón o sin tenerla ahí iba ella, con todo lo que es, con todo lo que tiene, miserable vista desde mi lado, pero luminosa desde el suyo. ¿Qué no haría yo si interpretara que el honor de mi hija ha sido mancillado? Y aunque detesto lo que nos ha hecho, he de confesar que en el fondo me cae bien y aprecio su nobleza. Y aunque viéndola a ella, a su modo de hablar y de correr -¡y a su sintaxis!- es fácil de entender el tipo de baile que hace su hija; nos parecemos en el rebote, en el ímpetu, en la entrega total sin medir las consecuencias; y siempre he pensado que ésta es la clase de personas por las que merecen vivir, aunque de vez en cuando tengas que pasar unas horas en el calabozo para que te vuelvan a recordar que las flores no se pisan.

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