Cocina: 8; Sala: 7; Servicio: 8. Rec Comtal, 17. 935 140 050
He bajado al Borne, cosa que en fin, es casi como ir a Turquía, para conocer Fismuler. Notable restaurante, que ya existía desde hace años en Madrid. Patxi Zumárraga, Nino Redruello y Jaime Santianes son los artífices de una cocina algre y eficaz, sin más ambición que la de gustar y sin ninguna pedantería. Es un restaurante -y yo adoro este tipo de restaurantes- en que todo está dispuesto para que el cliente disfrute y no para que el cocinero se luzca y se toque ante el espejo de sus propios platos.
Todo es fácil en Fismuler, fácil al modo de Ter Stegen, que atrapa cualquier balón como si no fuera nada, pero los que algunas veces jugamos de portero sabemos la tremenda dificultad que cada ataque encarna. La cocina facilita el producto, te lo presenta del modo más sabroso y que más puede gustar a todo el mundo, sin florituras pero con toda su profundidad. Hay que pedir sobre una decena de platos para compartir, entre los que no puede faltar la dorada curada, el canapé de gamba cruda, el steak tartar con especias cajún, el arroz meloso de almejas y el escalope vienés con huevo y trufa -una chuchería sensacional.
Hay que ir a Fismuler con el espíritu con que vamos a Hamley’s. A pasarlo bien, a jugar. Hay que pedir con el entusiasmo de un niño pero recordar que ya no tenemos la resistencia de cuando éramos jóvenes y podíamos con las cartas enteras de los restaurantes. ¡Tráigalo todo! Cómo añoro aquella fuerza y cómo me gustaría tenerla ahora, con mi actual inteligencia. Qué triste que casi nunca el tiempo nos espere. Fismuler es un restaurante que todo te lo da, que está contento y te pone contento, que está a favor de la felicidad y consigue transmitirte un gusto por vivir que no es que hayamos extraviado pero que a veces -más veces de las que querríamos- se nos atasca. Hay unas jarras para el aperitivo y la de zumo de tomate es tan buena que no lleva alcohol y sientes que te emborracha.
No sólo en Fismuler pero sobre todo en Fismuler es mucho mejor ir a almorzar que a cenar. Las cenas están bien, pero a almorzar no va casi nadie y sueles tener todo el restaurante para ti. Además, algunas noches, tiene la casa la siniestra costumbre de programar música en directo, lo que no sólo nos causa toda clase de disgustos sino que es contrario a la conversación que tiene que presidir cualquier mesa alrededor de la que se sienten personas y no bestias. La conversación que nos cura y nos salva y nos eleva -y hace que comer sea algo más que deglutir: la metáfora perfecta de la vida.
Todo el mundo es muy simpático en Fismuler pero hay que procurar que te atienda Jaime. Que él te tome nota y te explique los platos cuando los traiga. Los demás son también muy cariñosos y lo hacen muy bien, pero Jaime es Jaime y el dueño sabe mucho que mejor que nadie lo que hace y vende, y cuando está orgulloso de ello, como es el caso, es un placer asistir al espectáculo de cómo te traslada el entusiasmo. El servicio es tan importante y está tan infravalorado, hay tan buenos cocineros en Barcelona y camareros tan malos, que además de pedir lo que queremos comer acabaremos pidiendo el camarero que queremos que nos atienda.
Como el tartar de gamba cruda, el talento de servir es una Gracia.
Otros temas Salvador Sostresel