Los mismos que el sábado se manifestaron en Barcelona clamando que querían acoger refugiados son los que quieren la independencia de Cataluña porque España nos roba y odian al PP porque les hace pagar un poquito de lo mucho que cuestan los hospitales o las universidades. De modo que queremos acoger a todos los refugiados sirios que se presten, quepan o no quepan -aunque algunos sean terroristas, y la inmensa mayoría musulmanes no sólo con costumbres contrarias a nuestras libertades sino que pretenden erradicarlas-; pero no queremos ayudar a los extremeños ni a los andaluces ni a los murcianos aunque nuestra abuela o nuestro padre sean de allí; y queremos que encima todo nos salga gratis, como si acoger no significara correr con los gastos. Josep Pla lo preguntaba siempre: “Y todo esto ¿quién lo paga?”.
Artur Mas estuvo la semana pasada en Madrid hablando precisamente del precio, y dijo que la solución está entre el inmovilismo del Gobierno y la independencia, pero que la oferta tiene que hacerla “España”. Al día siguiente también la CUP pidió la cuenta y anunció que renunciaría al referendo si “el Estado” amenazaba con recurrir a la violencia para evitarlo. ¿No es extraordinario? Tras tanta épica de la unilateralidad, tanta proclamación irreversible y tantas demostraciones callejeras, frente al muro de la realidad ha empezado la subasta. Mas intenta que se lo dejen por la mitad y los valientes de la CUP no quieren que les hagan daño.
Es el resumen de Cataluña: ni Mas quiere la independencia, sino volver a ser “president”, ni los dos pijos de la gauche caviar que organizaron el concierto y la manifestación de los refugiados -Lara Costafreda (Panrico) y Rubén Wagensberg (otro insigne apellido de la izquierda millonaria)- quieren acoger a nadie ni mucho menos en sus mansiones, sino darnos su lección de superioridad moral para que les admiremos como a héroes y seamos los típicos idiotas que les pagamos el precio.
Otros temas Salvador Sostresel