Continuamos sin querer pronunciar la palabra islamismo. Continuamos sin querer saber quién nos mata y por qué. Tenemos tanto miedo y somos tan cobardes que culpamos a las víctimas porque no tenemos el valor intelectual, moral y cívico de enfrentarnos a los culpables.
Preferimos culpar a la policía, a veces a la francesa, a veces a la española, a veces a la británica; preferimos culpar a Aznar, a Bush, a los Estados Unidos en general, a Israel como siempre, y por supuesto a la Iglesia aunque sea al precio de hacer el ridículo remontándonos a las Cruzadas. Preferimos llamar racistas a los que decimos que alrededor del Islam jamás ha florecido una sociedad libre. Preferimos llamar fascistas a los que afirmamos que los valores del cristianismo son los valores de nuestra libertad y que precisamente por ello vienen a matarnos. Preferimos llamar nazis a los que pensamos que se nos ha ido la mano con la inmigración, con el buenismo, con los derechos de los colectivos, con la tolerancia a lo que hemos llamado “sus costumbres” y que no es más que barbarie que atenta contra nuestra convivencia y nuestras vidas.
Theresa May planteó antes de su descalabro electoral recortar “derechos humanos” para combatir el terrorismo. Fue muy oportuna la referencia de la Primera Ministra a los Derechos Humanos, que como todo el mundo sabe, o tendría que saber, son una invención, muy sabia, de los marxistas. Nosotros habíamos funcionado mucho mejor con los Diez Mandamientos y su arquitectura moral claramente superior, en tanto que los deberes articulan mucho mejor al hombre libre que unos supuestos derechos que a la práctica sólo los tienes si alguien te los paga. Como toda promesa marxista, los Derechos Humamos son profundamente hirientes para los tontos que no se dan cuenta de que no existen y para consolar su frustración crean culpables imaginarios, víctimas donde sólo hay hombres demasiado perezosos para tomar las riendas de su destino, entre los Diez Mandamientos y los Ocho Pecados Capitales (yo incluyo también, al modo del monje Póntico, la tristeza).
El islamismo huele nuestro miedo, con su chantaje de la pobreza y el racismo nos hace sentir en deuda y cuando más despistados estamos nos mata: y ni así nuestra reacción es la de los hombres libres que se levantan contra la muerte y sus tinieblas, sino la de los acomplejados miedosos con una letal mezcla de estupidez, auto odio y pavor de asumir que el mal existe, que está organizado, que desmiente la superstición laica y que somos todo aquello que en su ridículo anticlericalismo llevan odiando desde que se enfadaron con Franco cuando Franco -y diría que sólo Franco- les justificaba.
Es el Islam y es el islamismo. Es porque somos cristianos y porque somos libres. Las Cruzadas existieron: claro. Pero crecimos en Dios y con Dios hasta consolidar La Civilización. Puedes esconderte de Dios y Él dejará que te escondas. Los que vendrán a buscarte no son los obispos ni los cardenales, ni el Santo Padre, sino los islamistas que saben que sin vínculos ni transcendencia eres débil, estás solo y asustado, desorientado y es mucho más fácil matarte.
¿A quién culparemos más? Nos quedan los fabricantes de camiones y ahora con lo último de París, los de martillos. Los terroristas son ellos pero nuestra debilidad mental es el preludio de una muerte asegurada. El islamismo es el crimen pero el laicismo pone a los que van a morir en fila y atados de pies y manos.
Continuamos sin pronunciar la palabra islamismo. Continuamos con nuestra vida de alquiler, de espaldas a Dios. Se amontonan los cadáveres en las cunetas de nuestro desdén.
Tienes miedo pero no sabes de qué y yo te lo diré. Tienes miedo de la misma pregunta que te aterrorizaba cuando eras joven y en lugar de crecer y asumirte decidiste escapar, hacerte comunista, okupa, ecologista, indignado, ateo y hasta lesbiana.
Tienes miedo, pánico a que alguien te pregunte: “Pero tú, ¿cuánto tiempo hace que no rezas, muy despacio, un Padre Nuestro?”.
Otros temas Salvador Sostresel