Una comentario privado de la secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro, fue grabado e indebidamente aireado en las redes sociales. El comentario no tiene interés general aunque las fake news de La Sexta, además de difundirlo inmoralmente, han mentido sobre su naturaleza, afirmando que iba dirigido a unos pensionistas que habían acudido a increpar al presidente del Gobierno cuando en realidad los abucheadores eran un grupo de policías que exigían su jubilación anticipada. Inmoralidad y La Sexta son una unidad de destino en lo universal. Mentira y La Sexta, también.
Difundir conversciones privadas es una bajeza que tendría que hundir en el desprestigio a quien lo hiciera, y es otro síntoma del naufragio moral de nuestra era que, en lugar de ello, seamos cómplices de la canallada y alentemos el linchamiento a la víctima, en lugar de protegerla. Cada vez que nos hacemos las estrechísimas por el revuelo que causan asuntos privados fraudulentamente publicdos, tendríamos que pensar en nuestras vidas, en nuestras ocuurencias jocosas cuando creemos que nadie más nos está escuchando, y en cómo nos sentiríamos si fueran nuestras gracias las que se expusieran al sol para que todo el mundo pudiera escucharlas y comentarlas.
A mí me sucedió hace algunos años y los mismos que ahora desprecian a Carmen me dedicaron insultos mucho más graves que cualquier cosa que yo hubiera podido decir en aquella conversación privada que representantes sindicales de Telemadrid grabaron fraudulentamente y que la Ser y El País difundieron en su más absoluta falta de cualquier escrúpulo.
Igualmente, en El Mundo, que entonces era mi periódico, casi 300 periodistas de esos que no se cansan de dar lecciones de justicia y de dignidad, mostraron cuál era exactamente la suya firmando una carta escrita por Pedro Simón -otro maestro de exigir a los demás lo que nunca puede mostrar cuando vamos a reclámarselo- en la que le pedía a Pedrojota que me echara y que no me permitiera escribir en ninguna publicación de Unidad Editorial. Pedrojota, solo contra casi todos, mantuvo heroicamente mi colaboración.
Pero no escribo este artículo ni por mi querida Carmen ni por mí, sino porque sin privacidad no hay libertad, ni democracia, tal como tampoco las hay sin propiedad privada.
Además, no me parece sensato, ni justo, ni conveniente a la larga para nadie, que tengamos este modo de relacionarnos. Nadie puede sobrevivir a este tipo de mezquindades. Y el daño que les hacemos a nuestros adversarios con estas miserables jugarretas es tan inútil como repugnante, y estamos cavando nuestra propia tumba porque basta sólo un poco de constancia para que alguien esté en disposición de hacerte quedar muy mal con una de tus frases sacada de contexto y del ámbito concreto en que la pronunciaste.
Que tales prácticas no sean consideradas delictivas daña la calidad de nuestra convivencia, pero sería desesble que no hiciera falta que determinadas actitudes fueran delito para que las repudiáramos por su extrema inmoralidad.
Carmen ha estado hoy con Herrera y se ha disculpado por su frase. Si ha considerado que era lo más adecuado para proteger al presidente, me parece bien. Pero hasta que no entendamos y asumamos que quienes tendrían que discuparse son los que grabaron la conversación privada, y quienes fraudulentamente la han difundido, seguiremos alimentando el virus brutal y totalitatrio del populismo que destruye la libertad y es una derrota para todas las categorías del alma.
Otros temas Salvador Sostresel