Iana y Valeria han solicitado asilo en España. Han huido de la persecución a las personas LGBTI en Rusia, situación que se intensificó aún más con el inicio de la guerra contra Ucrania.
Iana arrastra miedo y tristeza desde la infancia. “Crecí en una familia muy pobre. Mi padre era homófobo y alcohólico. Nos maltrató a mi madre ya mí. Traté de protegerme de sus ataques y proteger a mi madre, incluso la persuadí para que acudiera a la policía. No hicieron nada para protegernos. También tuve problemas con la autodeterminación desde pequeña, pero no podía encontrar ayuda ni entender qué me pasaba. Durante la pubertad, vi que mi cuerpo no crecía como esperaba. Empecé a sentirme abrumado y ansioso”. En Rusia, entonces y ahora, la transexualidad se considera un trastorno mental grave.
“Me quedé sin fuerzas. Pensé en el suicidio y, a menudo, recurrí a las autolesiones para adormecer el dolor y la confusión que sentía”. Cuando llegó el momento de realizar el servicio miliar, desde la oficina de alistamiento enviaron a Iana a realizarse un examen psiquiátrico estacionario. “Me diagnosticaron depresión crónica para evitar entrar en el ejército y me recomendaron que acudiera a un sexólogo, psiquiatra y psicoterapeuta. Pero tampoco ellos me diagnosticaron, a pesar de que pasé las pruebas y confirmé verbalmente mi transexualidad. La sexóloga se negó a confirmar mi diagnóstico por su simpatía por las mujeres. Me rompió por completo. Durante los siguientes años, simplemente sobreviví”. Ella también fue objeto de dos ataques homófobos y aunque acudió a comisaría, la policía no quiso tramitar las denuncias, el motivo: “me dijeron que no ayudaban a los maricas”.
Conoció al amor de su vida, Valeria, quien aún no puede contarle a su familia su realidad por temor al rechazo y la incomprensión. “Ella me ayudó mucho para empezar a superar esta crisis. Y al mismo tiempo, fue ella quien encontró una clínica que accedió a ayudarme con el diagnóstico”. Iana tuvo que esperar un año más para comenzar la terapia hormonal. “Mi condición con respecto a mi disforia de género y autodesprecio mejoró significativamente casi inmediatamente después de comenzar el tratamiento”.
A finales de 2021, se le negó atención médica. “Fui a varios hospitales para que me extirparan los testículos, pero todos se negaron a operarme”. La respuesta que recibió fue la misma en todos: “los órganos funcionales no se extraen”.
Iana siguió luchando, siempre con dificultades y obstáculos, siempre esforzándose por salir adelante. Recuerda que cuando comenzó la invasión de Ucrania, sintió un odio terrible hacia el gobierno, hacia su país y hacia los patriotas de sofá que apoyaban la guerra. “Ya me habían quebrado, pero ver cómo iniciaban impunemente una guerra organizada, que supondría el genocidio del vecino pueblo ucraniano, me avergonzaba”.
Había participado en protestas antes, cuando invadieron Crimea, o cuando el gobierno de Putin intentó implementar reformas ofensivas, antes y después de las elecciones de 2018. Desde el comienzo del conflicto, los discursos contra la guerra, las protestas denunciando la crueldad y la injusticia han sido consideradas acciones que denigran a Rusia, pudiendo ser castigadas con multas y penas de prisión. Era peligroso protestar abiertamente, especialmente en el período previo a una comisión médica y una importante operación para desbloquearle las vías respiratorias. “Tuve que callar por el miedo a la cárcel. Pero, aun así, hice todo lo que pude: quería al menos convencer a las personas que me rodeaban. Para mí fue importante. Pero, sobre todo, me enfrenté a la indiferencia y la agresión”.
Aunque ninguna ley en Rusia prohíbe explícitamente el matrimonio entre personas del mismo sexo, en realidad no es factible. Por ello, decidieron casarse y posteriormente, en marzo del año pasado, Iana formalizó el cambio de género en sus documentos legales. Para ello, se realizó otra comisión médica. “Cuando solicité cambiar mi pasaporte de hombre a mujer, el oficial de inmigración se negó a sellarlo, diciendo que estaba casado con una mujer y se negó categóricamente a emitir uno nuevo. Ni siquiera me dieron una identificación temporal (que necesitaba para la operación), lo cual es ilegal. Me obligaron a escribir que “no estoy casado” y solo entonces, emitieron un pasaporte”. A partir de ese momento, Iana comenzó a recibir amenazas.
El oficial de policía del servicio de inmigración formalizó una denuncia contra ellas. Furto de la denuncia, la fiscalía “en defensa de los intereses de la Federación Rusa” y supuestamente de la constitución, indicó que su matrimonio debía ser calificado de ficticio. “Comenzaron a perseguirnos sin razón. Fue la gota que colmó el vaso”. Las amenazas y los intentos de ataque no se hicieron esperar. La organización de derechos humanos “Delo LGBT+”, que se hizo cargo de su caso, les advirtió del riesgo que corrían de ir a prisión por supuestos delitos de vandalismo y de violación del orden público. “Mii esposa y yo decidimos obtener un visado Schengen y volar lejos por nuestra seguridad y libertad”.
Rocío Gayarre
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