Se cumplen 100 días de guerra en Ucrania. El éxodo masivo ucraniano supera ya los seis millones de personas y es la crisis más rápida en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. “Este drama nos sacudió, nos poníamos en el lugar de esas madres que dejaban atrás a sus maridos y su vida de un día para otro, nos resultaba estremecedor” explican Cristina Calderón y María Basagoiti.
Se conocieron como voluntarias de un pequeño proyecto de recogida urgente de ropa y alimentos para enviar a Ucrania. El flechazo fue inmediato. Trabajaron a destajo y una vez despachados los camiones en tiempo récord hacia su destino, comprendieron que no podían quedarse de brazos cruzados. “Se nos ocurrió montar una web. Nos dimos cuenta de que había mucha gente que quería ayudar y muchas necesidades diferentes, pero nadie sabía como coordinarlo. La clave era adelantarse a la necesidad. La web nos permitió crear una base de datos con todas las ofertas de ayuda de tal manera que a medida que nos hacían llegar necesidades, podíamos darles una respuesta y atención inmediatas”, explica Cristina.
María destaca de Cristina que “es muy directa, muy curranta, seria y a la vez muy sensible y empática. Es súper resolutiva y tiene las ideas claras, nada le frena”. Y Cristina describe a María como una persona a la que le puede el “sí”. “Dice sí a todo y con una sonrisa. Nada le ha parado. Ante la dificultad siempre da un paso al frente. Es muy tranquila, discreta y consigue llegar a todo”.
Y ese “todo” consistió en montar una casa para acoger a familias refugiadas en solo tres días: 40 camas, mesas, sillas, lavadoras, vajillas y un largo etcétera de enseres para que no les faltara de nada. La @ongrescate estaba realizando una intensa labor de acogida. A su vez, la @fundaciónlazaro le cedió una casa que tenía vacía mientras esperaba para hacer una reforma. “Nos dieron las llaves y nos dijeron que hiciéramos copias y que la casa era nuestra para gestionar el primer aterrizaje de personas refugiadas. Lo que conseguimos montar en esos pocos días fue un verdadero hogar”, cuenta Cristina.
Empezaron a pedir ayuda, la gente se volcó. “Ha sido como el milagro de los panes y los peces. No ha habido nada que no hayamos conseguido y multiplicado, fuera un camión, una cama, vajillas o ropa”. Las comidas las proporcionó la Orden de Malta mientras que los vecinos del barrio se organizaron entre ellos para llevar cada noche la cena a la casa. Un equipo de voluntarios se implicó en organizar las sabanas, hacer las camas, traer y servir los desayunos. “En definitiva, 70 personas han encontrado la paz aquí”.
Confiesan que el primer encuentro con familias refugiadas fue agridulce. “Venían agotados, pálidos y muy cansados después de dos noches sin dormir. Traían cada uno expectativas diferentes y fue todo un poco caótico”, explica Cristina. María añade que “la comunicación era difícil, el idioma era un gran hándicap”.
Y comprendieron que había un idioma infalible, el que llega directamente al corazón, el de la sonrisa y los abrazos. “Se convirtió en la casa curativa, dónde nos mandaban a la gente más damnificada. Sabían que aquí iban a recibir un plus de cariño”.
Ambas destacan el apoyo incondicional de Ricardo, voluntario de la Fundación Lázaro. “Sentía que estaba en deuda con el mundo. A él le habían rescatado de la calle. Y ahora había llegado el momento de devolver el favor”. Con un compromiso inicial de atender la casa por las tardes, enseguida se convirtió en el pilar, llegando el primero y marchándose el último. “Con una sonrisa siempre. Nos daba tranquilidad saber que estaba ahí. Era positivo, ordenado y muy hábil en la resolución de los pequeños problemas del día a día”.
La casa ha cerrado, ya ha cumplido su misión. Saben que aún queda mucho trabajo por hacer en la etapa de asentamiento e integración. Tienen la sensación de que un porcentaje alto querría regresar. “Se han venido con lo puesto. No siempre hemos podido conocer sus historias, pero venían con sus heridas, seguro. Temen por sus maridos que siguen allí. A medida que se alarga el conflicto se va complicando mucho la vida de los que se han quedado, sumidos en la inseguridad y la precariedad”.
Cristina y María no han puesto límite a su implicación y prácticamente han desaparecido de sus casas estos meses. Están agradecidas por esta oportunidad. “Hemos podido hacer algo para estas personas. No es nada, quizás, pero para ellas… ha sido mucho”. Cristina es consciente de que en la emergencia logra dar lo mejor de sí misma. “Llegas a hacer algo que, a priori, no sabes bien si eres capaz. Ha sido un regalo ver el milagro de cómo entraban rotos y solo unos días después se marchaban transformados: fuertes y esperanzados”.
Nadejda, una de las refugiadas que acogieron, escribió una emotiva carta de despedida. “Estoy muy agradecida…Nosotros, escapando de la guerra y de bombardeos, encontramos aquí comodidad, comprensión y apoyo. Nos dieron de comer los mejores platos de su cocina nacional y frutas. Nos calentaron con el calor de sus corazones. Nos vistieron y nos calzaron. Gracias a Cristina – una persona muy cálida y sentimental – nuestra salvadora. Muchas gracias a María y a todas las personas que han respondido a nuestro dolor”.
Rocío Gayarre
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