El siete ha sido y es un número muy recurrente en la cultura del ser humano. Se le ha considerado como un número mágico y cargado de gran valor simbólico. Siete son los días de la semana, siete son los colores del arco iris y siete son los pecados capitales, siete son los cuerpos celestes, siete son las notas musicales: do, re, mi, fa, sol, la, si, y siete son las vidas que tiene un gato.
Si las siete vidas del gato las añadimos en una fábula que es contada en un formato de viñetas gráficas, nos encontramos ante uno de los hitos del cómic nacional, Siete vidas del autor catalán Josep Maria Beà (1942) que ha recuperado este 2017 la editorial Astiberri, treinta y cuatro años después de que comenzara a publicarse por entregas en la revista Rambla y recopiladas en un tomo por Intermagen en 1985. Tras su publicación en los ochenta ahora nos encontramos una versión actual, en un formato más grande y con nueva rotulación, así como una ilustración de portada realizada por el propio Josep Maria Beà para la ocasión, siendo un paso más a la hora de poner de actualidad a un autor referente del cómic. Dibujante, guionista y editor, formado en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Barcelona. Bajo la influencia de autores como Frank Robbins, Alex Toth o Dan Barry, Beà ha demostrado desde muy pronto que estaba dotado de un sentido especial para el dibujo, pero aún más para la narrativa, alimentada sobre todo con una potente imaginación. En los años ochenta cuando desarrolla Siete Vidas, Beà elaboró las que serían sus obras más sólidas y singulares, con un recorrido por la fantasía, la ensoñación y los recovecos de una mente y una mano que revolucionó la concepción que se tenía del cómic marcando así una época.
En Siete vidas nos encontramos ante un relato gráfico del que se puede sacar una enseñanza o un consejo, de carácter autobiográfico y a través de la caracterización de los personajes en animales (gatos), esta fábula costumbrista tiene como función hacer que los lectores reflexionen sobre qué es lo correcto o lo indebido en su comportamiento, es decir, presenta una disputa entre lo bueno y lo malo desembocando en una lección o enseñanza que se deduce del relato, que comienza con los recuerdos del actor principal el gato Gatony.
Trata de proporcionar una reflexión de una época en la que como adolescente convivía el autor en un barrio cualquiera de una España de posguerra y que sirve de lección para el vivir humano, aportando un conocimiento de lo que se considera moral y evita los prejuicios y estereotipos que impiden su real comprensión, implicando que el mismo lector determine por sí mismo cuál ha sido esa moraleja que Beà nos muestra.
Bajo el influjo de la fábula, un género que hace siglos que no cuenta con el favor del público. Al parecer, nuestra época prefiere la novela, del mismo modo que hubo períodos en que los lectores distinguieron a la poesía, la comedia o el ensayo. Es evidente que la fábula gráfica no ocupa un lugar de privilegio en la sociedad actual -salvo alguna excepción como la gran obra de Juan Díaz Canales y Juanjo Garnido Blacksad– no sólo entre los lectores, tampoco entre los autores, aunque hay más escritores de los que se supone que siguen escribiendo fábulas.
Beà hizo una estructura narrativa breve y magistral en siete capítulos que distingue una narración en tres elementos o momentos imprescindibles: la situación de partida en que se plantea un determinado conflicto entre dos figuras, la actuación de los personajes que procede de la libre decisión de los mismos entre las posibilidades de la situación dada y la evaluación del comportamiento elegido que se evidencia en el resultado pragmático del éxito o el fracaso producido por una elección. La escasez no se debe a la brevedad de la composición sino al revés: la brevedad resulta del reducido número de acciones. Precisamente, el exponer mínimas acciones es parte de la identificación del género. Actos ejecutados por varios personajes que cuando son realizados por más de uno se manifiesta un enfrentamiento entre ellos.
Además si a la acción le añadimos el acompañamiento magistral del lápiz negro que transforma en imágenes unas secuencias dramatizadas el resultado es un éxito rotundo. Con una técnica artística que recuerda a los mismísimos grabados de Alberto Durero en los que con dotes de impecable precisión en la reproducción de los detalles y su profunda capacidad de lectura de los aspectos más siniestros de la psique, consigue crear en cada viñeta un pequeño gran lienzo.
Siete vidas es una fábula gráfica como la vida misma cuya acción sirve de ejemplo para que de ello se saque una consecuencia referente a la condición humana. La caracterización de los personajes describe el rasgo físico más definitorio y distintivo en la piel de unos gatos humanizados que con caras y patas consiguen así, fórmulas de gran expresividad.
Esta serie de historietas con protagonista gatuno se revela como el más íntimo diario en viñetas del maestro Beà y reflejaban rasgos de su sociedad. Una sociedad que ha buscado transmitir ciertos valores de manera implícita en unas narraciones sin embargo de carácter fantásticas.
“Siete vidas” // Josep Maria Beà // Astiberri // 2017 //48 páginas // 14 euros
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