A cualquier editor que preguntes, te dirá que el mundo de la edición es un mundo muy complicado y sacrificado. Desde la invención de la imprenta el oficio de editor es uno de los oficios más antiguos que existe. Al principio de esa nueva era de la transmisión de conocimientos, los propios impresores ejercían la faceta de buscar, seleccionar, sugerir para luego imprimir y dar a conocer al público, aunque todavía muy minoritario en esa época histórica, la obra de un escritor concreto.
Minoritario por la nula alfabetización de la sociedad, pero como bien sabemos, gracias a Gutenberg pudo producirse una revolución cultural que consiguió progreso y nuevas ideas. Comenzó la revolución con el nacimiento de una nueva figura más especializada de un editor/impresor histórico para luego pasar a un editor/lector rodeado de un mundo cultural muy enriquecido y de ideas que todavía siguen vigentes a día de hoy, hasta llegar a otro editor/productor algo más minoritario con su pequeña editorial que va buscando nichos de mercados muy concretos, con una edición de calidad primando esta sobre la cantidad.
Se está hablando mucho en los últimos años de que la figura del editor, por toda la avalancha digital, tienda a desaparecer, porque empiezan a existir herramientas que proporcionan a escritores, principalmente noveles, a autoeditarse, por lo que el editor tiende a ser visto como un intermediario innecesario entre el escritor y el lector. Pero creo, que está pasando todo lo contrario. Nacen nuevas editoriales que aportan un valor de calidad y diferenciación a aquello que se edita.
El editor/lector es el que ha predominado durante el siglo XX. Un editor que se encarga principalmente de conservar y fomentar una relación cercana con los autores, que tiene que saber elegir sin ponerle límites al gusto literario. Busca que el libro sea valioso y original en si mismo creando además un mercado.
Fue el caso de Constantino Bértolo (1946), licenciado en Filología Hispánica por la Universidad complutense de Madrid, es uno de los críticos y editores más prestigiosos de España. Ha sido director de la editorial Debate y desempeñó en los últimos años hasta su jubilación en marzo de 2014, la dirección literaria del sello editorial Caballo de Troya, sello que fundó en 2004, ofreciendo hospitalidad, apoyo y un primer impulso a autores españoles y latinoamericanos hoy en día reconocidos. Con el apoyo del desaparecido Claudio López Lamadrid, el editor formó una cantera de escritores que más tarde alcanzarían el reconocimiento de la crítica y el público.
Libros cuidados que marcan una identidad gráfica determinante, y autores nuevos con discursos disruptivos y combativos, cuyas perspectivas se alejan de aquellas que suelen homogeneizar la opinión y el pensamiento. Cada título publicado por Bértolo buscaba perforar el sistema, problematizar la realidad y lograr vías de fuga a través de las que insuflar vida al diálogo social, cultural y político. En su etapa consiguió reunir nombres como Elvira Navarro, Marta Sanz, Mercedes Cebrián, Cristina Morales, Julián Rodríguez, Iosi Havilio, Óscar Aibar, Mario Levrero, Marcelo Lillo o Daniel Guebel.
En 2019 se han cumplido 15 años de Caballo de Troya desde que anunció la salida de sus primeras novedades y mostró sus señas de identidad: una plataforma editorial para esas nuevas voces literarias en lengua española y un sello con perfil independiente integrado, aunque suene paradójico, en un gran grupo (Penguin Random House). Hoy se puede afirmar que dicha paradoja ha funcionado con eficiencia y sin contradicciones. Después de esos 15 años y 135 títulos publicados, Caballo de Troya sigue teniendo una muy favorable acogida por parte de la crítica y de los libreros con mayor tradición y relevancia literaria.
Desde la salida de Bértolo, Caballo de Troya afrontó una nueva etapa priorizando el formato digital con la nueva editora. Allá por 2015, Elvira Navarro comenzó nueva etapa, siguiéndola como editores invitados Alberto Olmos (2016), Lara Moreno (2017), Mercedes Cebrián (2018) y Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez (2019-2020). Una característica diferenciadora dentro del oficio, y por lo tanto, muestra de originalidad en que la editorial no tenga un solo editor responsable y cambie al año, siendo así muchos los editores que haciendo así de comisarios de un sello y ofreciendo su aportación estética y cultural, mantienen siempre el referente de apostar por escritores poco conocidos y escrituras alternativas.
Durante el año de Elvira Navarro, dio con uno de los éxitos más destacados de la editorial: la obra escrita por Gabriela Ybarra «El comensal» (Caballo de Troya 2015) (Premio Euskadi de Literatura) una novela autobiográfica en la que la autora trata de comprender su relación con la muerte y la familia a través del análisis de dos sucesos: el asesinato de su abuelo a manos de ETA y el fallecimiento de su madre.
La selección actual de Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez hilvana el grito generacional de esa nueva ola de autoras y pensadoras. Las distintas voces que conforman este Caballo de Troya intentan remendar, o al menos explicarse, las fisuras y los desgarrones que las expoliaciones de la sociedad moderna han causado en los jóvenes. Nuevos títulos enfocados desde una perspectiva de humor e ironía, siempre cuestionándose la asunción de los roles de género, la precariedad y la política.
«La edición alimenta las emociones y perpetua el drama. Cómo las editoriales se mueven según qué tipo de ideología o interés quieren beneficiar. El editor transforma manuscritos en libros.Contribuye a hacer salir del anonimato ideas cuya producción él es parte implicada y con respecto de las cuales está en su derecho de preguntarse si los caminos que ha tenido que elegir no traicionan las ideas en las que cree». Escribió el editor francés Thierry Discepolo.
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