Decía Aristóteles: «es evidente que la ciudad es una de las cosas naturales, y que el hombre es por naturaleza un animal social, y que el insocial por naturaleza y no por azar es o un ser inferior o un ser superior al hombre. Y el que no puede vivir en comunidad, o no necesita nada por su propia suficiencia, o no es miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios».
La humanidad ha ido evolucionando en sociedad, creando pueblos, ciudades, cultura, todo ello relacionándose unos con otros, y en mayor medida, en ese recinto de asfalto, hormigón, ladrillo y cristal que es la ciudad. Con estos elementos materiales, se puede forjar más de una personalidad -metafóricamente hablando-, por lo que en ocasiones, cuando nos sentimos solos, buscamos algo o a alguien que pueda ocupar esa soledad y llenar un vacío determinado. Ese estado de aislamiento puede ser producido por la falta de allegados que nos han dejado, o por cambiar de lugar de residencia, o simplemente por el hecho de no querer relacionarse. Para algunas personas esta situación les puede llegar a superar, y entonces, se ven abocados a cometer actos que van en contra de toda socialización estable.
Pero cuando las circunstancias, el estado de ánimo y los recuerdos permiten dar ese paso para superar la soledad y cumplir así una función de socialización, hay que tener cuidado cómo se hace, y sobre todo, con quién se hace, y si no que se lo digan a Albert Herbin, protagonista de un gran clásico de la novela negra francesa. «El montacargas» (editorial Siruela) de Frédéric Dard (1921-2000), es una obra excepcional. En ella, el autor nos relata cómo Herbin, al salir de la cárcel por cumplir una condena por el asesinato de la mujer que amaba, lo único que no quiere es volver a meterse en problemas, por lo que vuelve a casa de su madre. Pero ya todo no es igual, porque su madre había muerto, y en su casa no se encuentra nada, solo recuerdos y objetos que formaban parte de su pasado. Entonces se produce una catarsis en la que la soledad y ese recuerdo de su madre, hacen que la casa a la que ha vuelto le resulte insoportable la víspera de Navidad.
De este modo, los acontecimientos empiezan a precipitarse. Con un gran sentido del ritmo narrativo, la trama se pone interesante desde las primeras páginas, envuelta en la atmósfera fría de las noches de invierno, en las que el encuentro en una brasserie parisina acogedora, con una atractiva mujer, hace de esa desolada noche que parezca un regalo del destino; por eso, y a pesar de que algo en la señora Dravet (la atractiva mujer) le mantiene alerta — ya que Herbin ve dos pequeñas manchas en su manga—, cuando ella lo invita a subir a su apartamento, Albert quiere creer que definitivamente la vida empieza a sonreírle. Y que esa soledad va a desparecer, por lo menos esa noche, pero cuando se para y se abre el montacargas que va al apartamento de la señora Dravet, ¿parece que la normalidad toca su fin? ¿Qué hay al otro lado de la puerta de su apartamento?
La recuperación de este clásico publicado originalmente en 1961 y que fue llevada a la gran pantalla un año después de su publicación, es todo un acierto para todo amante de la buena novela negra. Por su toque naturalista que recorre las primeras páginas en las que la soledad mencionada y los recuerdos indican cómo una persona puede quedar invadido por ellos, o cómo en un principio que parece que la sociedad está para ayudar, siempre alguien busca aprovecharse, para luego ver que los acontecimientos cambian, para bien o para mal.
En definitiva, «El montacargas» es una gran obra con un gran giro final, que atrapa al lector desde la primera página que hará que no suelte el libro hasta llegar al final de la última palabra de la última página. Dejando además un regusto de querer seguir leyendo más de esta trepidante historia de amor, intereses, asesinato y existencialismo, todo ello condensado y que no deja tregua, yendo al grano de lo que es una buena novela negra.
Además, del conjunto de la obra de Dard, destaca la serie «San-Antonio», una colección de 175 novelas publicadas desde 1949 hasta los años 90, protagonizadas por el comisario Antoine San-Antonio de los servicios secretos franceses. Novelas notables por su humor y su inventiva.
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