Un trabajo de verano

El dibujante Guy Delisle (1966, Quebec) nos tiene acostumbrados a narrar y dibujar historias de sus viajes a Asia y Oriente Medio: Shenzhen (2006), Pyongyang (2005), Crónicas birmanas (2008) y Crónicas de Jerusalén (2011), título este que le valió el premio a la mejor obra del Salón Internacional del Cómic de Angoulême 2012; así como el recopilatorio de historias cortas Cómo no hacer nada (2009), el cómic infantil Luis va a la playa (Faktoría K, 2010), el integral del Inspector Moroni (2014) y Guía del mal padre ( 2013-2019) –todos ellos en Astiberri–, donde el autor canadiense se desata con un humor que ya se anticipaba en sus anteriores cómics.

Pero no solo nos habla de viajes también hay denuncia social en sus obras más recientes como Escapar. Historia de un rehén (2016), donde relata el cautiverio de un miembro de Médicos Sin Fronteras tras ser secuestrado durante su primera misión humanitaria; o Crónicas de juventud (Astiberri) que es su último trabajo pero esta vez el viaje que emprende es en el tiempo, al corazón de su Quebec natal y cómo pasaba algunos veranos allí.

Antes de ser un famoso autor de cómic, Delisle trabajó tres veranos en una fábrica de papel mientras realizaba sus estudios. A partir de esta experiencia juvenil, elabora un retrato divertido y fresco del mundo del trabajo y rememora la relación con su padre, empleado en la misma fábrica. De esta forma el autor prosigue su serie de Crónicas…, no escribiendo sobre una tierra lejana, sino rememorando con delicadeza esos años de juventud en los que trabajó en la fábrica de Quebec.

Una vez superado el bachillerato, ¿quién no ha trabajado durante un verano para financiarse los estudios o las vacaciones? El Delisle adulto rememora en este cómic, lo que observa cualquier persona inmersa en un entorno diferente al suyo: la brecha, en este caso entre los trabajadores cansados que llevan allí mucho tiempo y el joven estudiante al que se le promete un futuro diferente… Pero también, una organización precisa, técnicas que no se improvisan, relaciones humanas en un contexto profesional, la dureza y los riesgos de los trabajos manuales de una fábrica.

Delisle relata su trabajo en la fábrica como solía relatar sus experiencias en el extranjero, en Jerusalén, China o Corea del Norte: alternando lo que ve sobre el terreno con sus propias vivencias. De este modo, este cómic está muy encarnado, revelando un poco más de sí mismo, mostrando por ejemplo la relación con su padre. Un hombre distante con el que no compartía mucho y también la relación con los demás empleados de dicha fábrica.

Los encuentros que va presentando a lo largo del cómic son a la vez bellos, sorprendentes y muy productivos para su desarrollo. Vemos como ese Delisle joven se va adaptando y aprendiendo de un mundo nuevo al que se tiene que incorporar, y sobre todo, aprovechar el tiempo, algo que hace muy bien esos tres veranos trabajando muy duro; pero por lo complicado que fuera Delisle no desfallecía y siempre estaba dispuesto ha hacer lo que hiciera falta dentro de la fábrica, lo que dice mucho en su favor, ya que la actitud no se aprende, si la tienes, podrás llegar lejos y conseguir aquello que te propongas.

En definitiva, un cómic emotivo y cargado de mensajes dirigidos a los jóvenes, en el que además de representar fielmente el funcionamiento de una fábrica de papel en aquella época, muestra al final, un mundo (el de los tipos de materiales y mecanismos) en vías de cambio forzado. Una experiencia representada gráficamente en tonos grises, sólo interrumpidos por el naranja que se cuela por objetos o indumentaria de algunos de los personajes, entre ellos el de la camiseta naranja del joven Delisle y gracias a su estilo ultraminimalista pero no exento de detalles, el artista consigue agarrarnos, transportarnos y emocionarnos.

Crónicas de juventud // Guy Delisle // Astiberri // 2021 // 16 euros