Creo que hay episodios en una civilización que la redimen o la justifican, si es que esos valores íntimos le son aplicables a las grandes comunidades históricas como es la hispana. Para mi, esos hechos sí existen y me propongo compartir uno, hoy ciertamente olvidado, que protagonizó nuestra Armada del siglo XVIII.
Una de esas cimas históricas que permanecen espontáneamente invisibles en el paisaje de nuestra idiosincrasia común, de nuestro carácter, siempre en conflicto, como comunidad, y que son exactamente el reverso de lo negativo que se nos ha atribuido, con y sin razón. Hechos que acreditan una búsqueda de superación moral y de afirmaciones prácticas de principios universales que supimos expresar mucho antes y con un alcance más largo del que he percibido en otras líneas históricas europeas.
Debo advertir que siempre me han interesado los relatos relativos a los primeros encuentros entre las sociedades europeas y las sociedades que no habían sido expuestas a la primera globalización tecnológica de los viajes oceánicos (siglos XVI-XVIII).
Esta, que es una de mis favoritas, la narra el teniente de navío Antonio de Tova, segundo comandante de la Atrevida en la expedición Malaspina- Bustamante. Es junio de 1791.
“… viramos en demanda del puerto de Mulgrave.
Apenas estuvimos a una legua de él, cuando salieron dos canoas, de las cuales la una se dirigió hacia la “Descubierta” y la otra hacia nosotros; los naturales que las conducían, cuyo número no bajaría de 30, suspendieron la boga, y estando cerca se pusieron en cruz y entonaron una canción llena de armonía y de cadencia; nosotros que miramos sus acciones como otros tantos signos de paz, procuramos imitarlos del mejor modo que nos fue posible, y entonces subió a bordo su jefe…”
Resulta de una potencia genial la forma en que aquella población autóctona de una costa aislada del Canadá decide, resueltamente, acercarse a esas estructuras artificiales, nunca vistas por su dimensión y diseño, las dos corbetas españolas y se aproximan a esos ”otros” desconocidos venidos de más allá de su conocimiento geográfico y teogónico y recurren, para hacer expresión de un mensaje de paz y bienvenida, a la forma sencilla y universal de entonar, organizados y en orden, una canción. Es decir recurren a un hecho estético, como el puente más elemental y afirmativo que permite tenderse la familia humana para entablar el primer contacto. E igualmente por parte de los europeos, superan los límites de su aparatosa complejidad de científicos y militares del siglo XVIII,con todos sus prejuicios y aprioris y son capaces de aceptar el código que se les ofrece y contestar una de las expresiones más formidables de hospitalidad cantando igualmente. Es formidable. Y si parece que la diferencia cultural hace inevitablemente intruso al ser humano para el ser humano esta escena merece un espacio en la memoria universal de nuestra especie.
Frente a lo que sostiene Fernand Braudel el termino civilización es un accidente fonético inglés. El maestro francés consideraba que civilización era un neologismo francófono, un concepto nuevo para una era nueva de Europa. Sin embargo, el término Civilization ya existía antes en inglés y era una mera traducción del español civilidad, transformado en sustantivo en el siglo XVI y XVII por los propios españoles. Desde luego que la conclusión de que en la humanidad había familias culturales diferentes, cuya complejidad y singularidad determinaba expresiones históricas, políticas y religiosas diferenciadas era una convicción revolucionaria que alcanzaron, primero, algunas órdenes religiosas, singularmente los jesuitas, en su labor de apostolado durante la primera globalización. Llegan por ello a matizar o adaptar ciertas ceremonias, incluso algunas expresiones y formas de la liturgia buscando identificar lo que era esencialmente un elemento del tiempo y de una cultura concreta para poder adaptarlo a las formas de expresión y comprensión cultural de otros pueblos. Estamos en el siglo XVI.
No dudo que de la exploración espacial cuando nos encontremos con otra humanidad más o menos tecnificada que nosotros, con independencia de su forma y expresión biológica, del todo imprevisible, encontraremos en estos destellos de nuestra civilización pasada una experiencia fértil y esperanzadora.
La idea de que este es el único planeta y la única humanidad no es la consecuencia de la idea de pluralidad de mundos y humanidades de quienes emprendieron las primeras navegaciones y exploraciones que reconectaron la humanidad.
Quería hacer coincidir este relato con mi agradecimiento profundo a la Armada por el inmerecido reconocimiento que me ha hecho, según me expresaron, por mi asesoramiento legal (cualesquiera fueran mis modestas contribuciones), en el contexto de sus prestigiosos premios Virgen del Carmen.
Debo al Almirante Juan Rodríguez Garat, así como a su equipo en el ámbito del patrimonio sumergido: los coroneles Alfredo González Molina y Eduardo Brinquis (sin olvidar a quienes les han precedido), que han mostrado una enorme generosidad intelectual conmigo, una especial expresión de justicia por su enérgica defensa de nuestro patrimonio.
Igualmente quedarían incompletas estas líneas si no señalara la feliz coincidencia con la presentación de un libro lleno de novedad y de la mejor ambición para nuestro país. Es el libro del propio Almirante Rodríguez Garat, “Manual del usuario de la Armada” que merece despertar el interés del gran público. Se trata de un intento inteligente y directo de afrontar el porqué y el cómo una sociedad que ha renunciado a la guerra necesita crear una cultura de la defensa, imprescindible para preservar sus valores en un contexto internacional en el que la incertidumbre y el desequilibrio del poder en el mundo la conducen a una crisis actual e inmediata.
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