Rosario Pérez el 30 may, 2012 Nueve y cuarto. La anochecida visitaba Las Ventas cuando Julio Aparicio asomó por el burladero y, antes de abandonar la plaza, su plaza, pidió a sus compañeros que le cortasen la coleta. El Fandi, padrino de la «ceremonia», le despojó de la castañeta, con Miguel Ángel Perera de testigo.Detrás, en el callejón, José Ortega Cano, su apoderado, contemplaba la escena a través de sus gafas negras. Azabache había sido la tarde para Aparicio, como los alamares de su vestido fucsia, que se confundía con ese capote mágico que tantas tardes hizo soñar a la afición. Ayer, solo hubo tres verónicas y media, tres lances que dentro de su imperfección emanaron un aroma torero, ese perfume capaz de trepar por el alma de los tendidos. Pero Aparicio no estuvo, no se sintió cómodo en la muleta con ninguno de sus dos toros. Sus partidarios empujaban, pero fue misión imposible. El corazón del torero dijo que no y la ilusión dejó de latir. Muchos no se dieron cuenta del corte de coleta, de ese arrebato que a veces les da a los genios pero que parece que esta vez va camino de corte definitivo. Sobraron los almohadillazos, como sobraron esos oles guasones durante su última faena. ¿O tal vez penúltima? Aunque parece una despedida definitiva, no sabemos si Julio Aparicio volverá a hacer el paseíllo. Pero los que le conocen saben que, tras esta pesadilla (torera, eso sí), el maestro seguirán soñando el toreo, porque como una vez aseguró en una entrevista a ABC, «no podría vivir sin torear ni sin soñar». Hizo esas declaraciones en diciembre de 2003, tras un año «de descanso voluntario». Antes también se había tomado un impás toreando festivales. Nunca olvidaré esa tarde de mayo de 2002, en Aranjuez, cuando el hijo del maestro de la Fuente del Berro «reapareció» vestido de luces, de grana y oro. Cortó una oreja, pero ¡qué importan las peludas! Ahí lo que importaban eran esas verónicas de seda, esos doblones, esas trincherillas… En mi retina guardo de manera especial una imagen: Curro, el Faraón de Camas, lanzándole una ramita de romero durante la vuelta al ruedo. O aquel rápido y valeroso regreso en Pontevedra tras su brutal cornada en el cuello en Las Ventas en 2010. Se necesita mucha afición y raza para volver tras un episodio tan dramático. Claro que en su Madrid -donde, además de esa, sufrió el primer percance «grave» de su carrera en 2008 tras tirarse a matar con el corazón- todos rememoran la histórica faena del 94. Este martes faltó memoria histórica. Sí, Julio Aparicio no estuvo bien, pero salió con un halo distinto al de su primera actuación en la feria. La tarde no rodó, aunque parecía venir con distinta actitud. Y, sobre todo, para muchos aficionados dejó los momentos de mayor torería. Ahí, en el estribo. O con el capote. O incluso para aliñar al toro. No, no hubo perfección. Puede que su arrebato haya sido la decisión más acertada, porque en el escalafón hay toreros que se arriman como perros y con ambición ilimitada. Pero la torería no se compra ni se vende. Y la Fiesta también necesita de toreros de su personalidad, capaces de pasar del infierno a la gloria. Torero, buena suerte, en su nueva andadura. Toreros Comentarios Rosario Pérez el 30 may, 2012