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Blogs El talón de América por Carmen de Carlos

Santiago Maldonado, al otro lado del río

Carmen de Carlos el

A riesgo de equivocarme intuyo que no hay dolor más grande que la incertidumbre sobre el paradero de un hijo, madre, padre, hermano, familiar o persona amada. El hallazgo del cuerpo de Santiago Maldonado, prácticamente dos meses y medio después de su desaparición, debería haber traído, pese a su muerte, algo de consuelo a la familia. Analizar el comportamiento de ésta y en concreto de Sergio, el portavoz, no parece oportuno en días de duelo. Diferente es tratar de revisar la conducta adoptada por otros que, hasta ahora, insisten en utilizar la muerte, sin escrúpulos, para aprovecharse políticamente de la tragedia ajena.

Durante el tiempo que nada se supo de Santiago Maldonado sucedieron algunas cosas difíciles de entender. Al margen de la torpeza inicial del Gobierno para afrontar el caso, con el transcurrir de los días llamó la atención que el clamor general que apuntaba a la Casa Rosada no clavará la vista contra un juez errático que, finalmente, tuvo que ceder el caso a otro colega.
La decisión de ese primer magistrado, Guido Otranto, de suspender el rastrillaje en la zona donde finalmente aparecería Maldonado, con el argumento de que un grupo de mapuches/ocupas, lo consideraba “territorio sagrado” fue, ni más ni menos, la renuncia expresa a cumplir con sus obligaciones. Si los especialistas y sus perros adiestrados hubieran seguido el olfato de los canes, posiblemente, la agonía y angustia sufrida, no se habría prologando por 78 días.
Pero, para sorpresa propia, en ese momento parecía valer más la ira contra Patricia Bullrich, ministra de Interior y por extensión contra el presidente Mauricio Macri, que el interés genuino por conocer el destino de Maldonado. La condena al Estado, como si la dictadura (1976-83) sólo hubiera terminado sobre el papel, era entonces –y lo es ahora- un hecho alimentado desde el kirchnerismo más desenfrenado, vendido hasta a organismos internacionales y difundido con pasión por buena parte de organizaciones que se identifican con la defensa de los derechos humanos. También un sector de la prensa, nacional e internacional, se dejó seducir –unos más, otros menos y algunos tomaron prudente distancia- por la la teoría abonada de la desaparición forzada como si el actual Gobierno tuviera entre sus objetivos ejecutar un plan sistemático de desaparición de personas. En ese escenario la “caratula” judicial con esos término no ayudaba a sostener una mirada serena.

El traslado del cuerpo y la autopsia de Santiago Maldonado, ordenada por el juez Gustavo Lleral, puso las cosas en su sitio.  Una parte de Argentina, acostumbrada (con razón) a poner en duda las instituciones o remendando a Sergio Maldonado, a no confiar “en nadie”, parece no ser capaz de asimilar una intervención ejemplar que no deja espacio para la duda. Lleral hizo todo lo que tenía que hacer y lo hizo como lo tenía que hacer. No movió un dedo sin tener presente a la familia y a sus representantes, tanto legales como los peritos forenses elegidos. Convocó a todas las partes, incluido el gendarme bajo sospecha, para desterrar suspicacias o interpretaciones que dieran pie a fantasías maliciosas o pusieran en duda el buen hacer de los especialistas. Basta recordar las autopsias contradictorias de la muerte de Carlitos Menem y las más recientes del fiscal Alberto Nisman para entender su extremado celo.

55 personas asistieron a la revisión y análisis minucioso de los restos de Maldonado  y la totalidad coincidió, como anunció el juez, que el cuerpo inspeccionado no había sufrido lesiones previas. Dicho de otro modo, que no le habían golpeado, torturado o sometido a suplicios físicos.
La noticia, lejos de serenar los ánimos pareció encenderlos más. La Plaza de Mayo, el sábado pasado por la tarde se convirtió, una vez más, en el punto de reunión de una multitud que volvió a señalar al Gobierno que Bonafini y compañía suelen encarar con la coletilla de ”Macri, basura, vos sos la dictadura”. La violencia volvió a estar presente y los intentos por emponzoñar las elecciones legislativas persistieron.
El 1 de agosto, Santiago Maldonado, que no sabía nadar, formó parte del retén de mapuches que cortó una carretera nacional. La Gendarmería, con orden judicial, los dispersó. Los vídeos muestran a los agentes, algunos, aunque cueste trabajo creerlo, con piedras en las manos durante el operativo. La docena o quincena de individuos que les desafiaba terminó huyendo. Ninguno resultó herido pero fue en ese momento donde a Santiago se le perdió la pista. Las imágenes les mostraban a todos encapuchados y vestidos con ropas similares. La duda sobre si Maldonado estaba entre ellos parecía razonable.

La autopsia también develó que el cuerpo del joven que se ganaba la vida haciendo tatuajes y visto lo visto, apoyando la causa de los mapuches, permaneció en las aguas gélidas del río Chubut no menos de 60 días. Con estos datos, no parece descabellado pensar que, como luego reconocería otro mapuche, Santiago huyó con él  de los gendarmes que liberaban la ruta y en algún momento del camino, al intentar cruzar a la otra orilla, lo perdió de vista y no consiguió llegar.

Así las cosas, cabe preguntarse por qué, para algunos, parece una mala noticia conocer la verdad y el destino de un hombre que, posiblemente, terminó ahogado. Los argentinos –y el resto- deberíamos reflexionar sobre esto y desterrar de una vez, la idea y la maldad que insiste en gritar, Macri, basura vos sos la dictadura. Los ciudadanos lo han entendido y dejado claro en las urnas. Los demás, deberían tomar nota.



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