El mundo se quedó casi mudo. No podía creer que Colombia le diera la espalda a la paz. La comunidad internacional no alcanzaba a entender la negativa a vivir sin violencia, de un pueblo que lleva sufriendo más de medio siglo. ¿Qué pasó en el plebiscito? Pasó que lo que sucedía en Colombia no era eso, sino otra cosa.
La realidad que el Gobierno y el resto del planeta imaginaba no se correspondía con el sentir de la mayoría de los ciudadanos. A los colombianos, incluidos muchos de los que votaron sí, se les atragantaba demasiado un acuerdo extraordinariamente generoso para los hombres y mujeres responsables de datos escalofriantes. Algunos sirven de muestra: 260.000 muertos, 158.794 desaparecidos, 6.939.067 desplazados y ocho millones de damnificados.
Los colombianos que confesaban que votarían No jamás decían que no querían paz. Su argumento repetido era, palabra más palabra menos: No se puede tratar a criminales, narcotraficantes y terroristas como si fuera héroes. Hay que colaborar para que se inserten a la sociedad pero no les puede salir gratis. De ser así, entendemos que es una invitación al crimen y a seguir cometiendo delitos de lesa humanidad impunemente.
La mayoría consideraba que si las Farc quieren paz de corazón, propondrá volver a la mesa de negociación. En caso contrario, “que vuelvan a la selva”, se les puede vencer con fuerzas de seguridad profesionales y ya las estamos teniendo. Dicho de otro modo, “Si hemos esperado tanto, podemos esperar un poco más”. En definitiva, que esos colombianos que votaron NO nunca pensaron que estaban eligiendo entre la guerra y la paz. Lo que ellos vieron y sintieron fue que había y se puede lograr vivir en paz, negociando más y mejor. Eso, me parece, es lo que pasó en el plebiscito de Colombia.
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