Carmen de Carlos el 01 may, 2018 Perú volvió a sacar de la cárcel a un ex presidente. En esta ocasión fue por decisión judicial y no fruto de acuerdos de Gobierno bajo la mesa de la impunidad. Ollanta Humala y, de paso, su mujer, Nadine Heredia, permanecieron nueve meses a la sombra mientras la justicia de Brasil y de su país trataba –y trata- a de arrojar luz al caso más claro de corrupción de la historia en Sudamérica. Los caminos de la prisión están asfaltados por las confesiones de arrepentidos (a la fuerza ahorcan) en el caso Odebrech y sus ramificaciones (Petrobras, Lava Jato…) Alan García, Alejandro Toledo, Humala, Pedro Pablo Kuczyinski y hasta Keiko Fujimori pusieron la mano y se la llenaron con los fondos de la multinacional que tenía excavadoras taladrando de norte a sur del continente. Quizás, en las actuales circunstancias, la hija de Alberto Fujimori haya tenido suerte de no haber ganado las elecciones. Si lo hubiera hecho la contraprestación, por los aportes de campaña, en el ámbito de la Administración pública podría ser el factor que la empujara hoy a donde ahora no se la espera: prisión. El refugio de Toledo en Estados Unidos será para largo. El ex presidente en el que creyeron millones de peruanos y cuya gestión (2001-2006) resultó valiosa para que Perú pudiera recoger los frutos del crecimiento y el desarrollo, no pasará a la historia por su honradez. La honestidad no es una virtud que haya identificado a los presidentes de la democracia peruana desde la Presidencia de Fernando Belaunde Terry (1980-85). La excepción que confirma la regla es Valentín Paniagua, el hombre de la transición que ya no está. El resto, son lo que son y lo que parecen, el fracaso de un Perú que no se merece tanto corrupto. Otros temas Comentarios Carmen de Carlos el 01 may, 2018