Maradona ha vuelto a las andadas y no precisamente por el buen camino. El ex jugador de fútbol sobrevive a su agónica aventura como seleccionador de Argentina y lo hace, como es él, con soberbia, lanzando golpes al aire y escupiendo la rabia que lleva dentro.
El 10 pensó que sería el mejor director técnico de la historia, soñó con volver a ver su nombre impreso en letras de molde ejemplares y creyó que su rehabilitación sería completa y coronada con laureles de la victoria. Sucedió exactamente lo contrario. Diego Armando Maradona se escribe con letras deformes, su lengua volvió a ser de trapo, y su pobre éxito de ayer frente a Uruguay (0-1) demuestra su fracaso.
El Pelusa es un toxicómano, un drogodependiente al que, por su insistencia patológica, se le adjudicó una responsabilidad laboral que hubiera dado al traste con cualquier tratamiento de recuperación de alguien que ha pasado casi media vida ahogado en alcohol y cocaína.
Diego, el Diego, después del partido, mandó a mamarla y a chuparla a medio mundo. Lo hizo y se dirigió con especial furia a los periodistas que le criticaron. No está loco, estaba eufórico. Está enfermo.