Perú ha logrado hacer el más difícil todavía. El país que parecía indiferente al resurgir de la corrupción, con el sello inconfundible de Vladimiro Montesinos y de Alberto Fujimori, reaccionó. Lo hizo a última hora, cuando estaba en el filo de la navaja, como lo hace casi siempre, pero parece que lo hizo. La mayoría, aunque la diferencia sea escasa, votó por Pedro Pablo Kuzcynski (faltan un puñado) Muchos lo hicieron, como la izquierda dura, mirando al cielo y pensando que la otra opción era más infierno. Otros, porque el ex ministro de Economía, directamente, les inspiraba más confianza y algunos, más de los que parecían, porque no pudieron tragar que Keiko repitiera o tolerase hábitos de otra época. La de su padre y se tapara los oídos con las audios adulterados de José Chlimper, su candidato a vicepresidente o se pusiera una venda en los ojos cuando descubrieron 91 kilos de cocaína en el depósito de una empresa de su hermano Kenji. Eso, por no hablar de que en sus filas llevaba a lo peor del fujimorismo duro. La mezcla de todos estos factores explica esa remontada que parecía imposible. Y más, en un candidato mayor que presumía de serlo, y planteaba su campaña sobre una estrategia que, por momentos, parecía diseñada por su peor enemigo (él mismo). Pero, como dice un ex presidente peruano hoy de capa caída, “Dios es andino” y, a veces, hace milagros como éste. Y sino, que le pregunten a Verónika Mendoza, que pasó de ser “una media roja que no ha hecho nada en su perra vida” a la madre del dios de los milagros.
Escrutinio en directo de la ONPE
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