Hugo Chávez, Evo Morales y Cristina Kirchner ponen la cara en la última película de Oliver Stone. Los dos primeros, además, suspenden al unísono sus relaciones diplomáticas con Israel. Confunden genocidio con masacre, ponen sobre la mesa los derechos humanos en Gaza y los esconden bajo el tablero en Cuba, China o Irán. ¿Será cuestión de número o de pasaporte de cadáveres?
A CFK, en vísperas de volar a La Habana, un soponcio la dejó por los suelos en la quinta de Olivos, algo así como La Moncloa madrileña. Las excusas oficiales para aplazar el viaje resultaron cómicas por no decir patéticas. Lo más grave que le diagnosticó su médico, desde La Patagonia, fue una lipotimia. O sea, una bajada de tensión que, a decir de los próximos, incluyó un desvanecimiento.
Algunos hablan de exceso de celo con la dieta para adelgazar, otros de exceso de metros de traje presidencial ella es de cuerpo chico- y unos pocos malpensados, de falso bochorno austral. Fidel Castro no la iba a recibir y la oposición que no está bajo tierra ni encarcelada juró no quitarle los ojos de encima. Por si el agobio fuera poco, tampoco había indicios de que los hermanos Castro levantaran la prohibición de salir de la isla a Hilda Molina, la abuela de unos nietos argentinos que no conoce.
La mujer de Néstor Kirchner, el otro presidente, ahora reaparece en escena y dice que se ha recuperado de todo. Se declara hipotensa crónica, reconoce haberse deshidratado, -y eso que viaja por la casa y por el mundo con botellas de agua mineral Dasani -, y garantiza: Soy la presidenta los 365 días del año. Quizás, por esa razón, cumplirá con la agenda suspendida y volverá a intentar viajar a Cuba. Todo sea por los derechos humanos.
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