Argentina, pionera en operaciones de cirugía estética, está cambiando la moda. Los tratamientos ya no se hacen directamente en hospitales o sanatorios. Ahora, se imponen las clínicas exprés en los centros comerciales y grandes superficies. Pero, puestos a innovar, nada mejor que dar marcha atrás. La afición al bisturí para aumentar el volumen de las mamas ha comenzado su declive. Hace quince años por cada diez implantes se hacía una intervención de reducción de pecho. Hoy, según un informe publicado por el diario Clarín, de cada diez operaciones tres son para quitar en lugar de poner.
Recuerdo una amiga muy pechugona que estaba empeñada en operarse. Tenía tal complejo que iba a la playa con pareo y aunque cayera un sol de justicia no se lo quitaba. Paseaba por la orilla del mar mientras sudaba la gota gorda tapada con esa especie de burka europeo. Un día me dijo: Ya no aguanto más, todo el mundo me mira. Lo voy a hacer. La convencí de que la gente la miraba por rara, porque el efecto que hacía con el dichoso pareo era el contrario al deseado.
Mi amiga decidió no ir más a la playa y una semana más tarde volvió a marearme con el dichoso tema de sus teresas. Aburrida, la miré fijamente y le dije: te aseguro que no son tan grandes como para que tengas esa obsesión. Me llevó de la mano a un cuarto de baño, se quitó la camisa dos ó tres tallas más de la que le correspondía- y me enseñó a un palmo de la cara el tamaño de sus lolas, como dicen en Argentina. Tras una pausa le dije: Operate.
Hoy es una mujer feliz, con tres hijos y un marido al que, por cierto, le importa más su mujer que el tamaño de sus pechos.
