Entre las muchas justificaciones impresentables del acuerdo entre Obama y la dictadura castrista, quizá ésta se lleve la palma. Es de Michael Reid, ayer en El PaÃs (“Restaurar el Capitolio (y la democracia)”. Reid ha escrito, refiriéndose a la polÃtica de embargo norteamericana, que  “Cuba era el objeto de una rabieta que ha durado 54 años”. Ay! imagino lo que podrÃa pasar si alguien escribiera en ese mismo periódico que, por ejemplo, “el anti-franquismo era una rabieta”.
El artÃculo de Reid incluye el resto de descalificaciones habituales del antifranquismo, perdón, del anticastrismo:
1)  Los anticastristas están movidos por “un deseo de venganza“. No por el deseo de libertad, justicia y democracia, no, sino por el “deseo de venganza”.
2) Los anticastristas son extremistas y viejos, es decir, el habitual rechazo progresista a los exiliados cubanos de Miami lo que lleva a Reid a afirmar que los republicanos Marco Rubio y Ted Cruz, contrarios al acuerdo de Obama, atraen a “una base cada vez más geriátrica”.
3) El embargo americano ha servido de “justificación para que los Castro impusieran el Estado policial”. O que la represión ha sido causada por Estados Unidos.
Hasta Mario Vargas Llosa, tan claramente aliado siempre con la libertad, tiene hoy dificultades en el mismo periódico para cuestionar el entusiasmo de la izquierda por el acuerdo con los dictadores cubanos (“Cuba y los espejismo de la libertad”): “Me alegro de que el acuerdo entre Obama y Raul Castro pueda hacer mas respirable y esperanzada la vida de los cubanos, pero me entristece pensar que ello podrÃa alejar todavÃa un buen número de años ma la recuperación de su libertad”. ¿Cómo? ¿Vargas Llosa alegrándose de un acuerdo que puede prolongar la tiranÃa?Â
Cambiemos el apellido Castro por Franco o por Pinochet o por cualquier dictador de derechas e imaginemos lo que dirÃan los anteriores y demás entusiastas del acuerdo de Obama con los Castro.
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