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Blogs Los cuatrocientos golpes por Silvia Nieto

Más sobre los chalecos amarillos

French anti-riot policemen stand outside the restaurant "Le Fouquet's" which was partially burnt down on the Champs-Elysees in Paris on March 16, 2019, during the 18th consecutive Saturday of demonstrations called by the 'Yellow Vest' (gilets jaunes) movement. - Demonstrators hit French city streets again on March 16, for a 18th consecutive week of nationwide protest against the French President's policies and his top-down style of governing, high cost of living, government tax reforms and for more "social and economic justice." (Photo by Geoffroy VAN DER HASSELT / AFP)
Silvia Nietoel

Los chalecos amarillos que salen a las calles desde el sábado 17 de noviembre pertenecen a las clases medias empobrecidas de Francia, a ese segmento de la población que va a trabajar en coche porque no puede pagar un piso en París y que ve cómo el Estado, con sus infraestructuras y su red de asistencia social, deja de ser un garante de su bienestar. Aunque el anuncio del aumento del impuesto de los carburantes prendió la mecha de las protestas, movilizando a los franceses cansados de sentirse olvidados, las verdaderas preocupaciones de los ciudadanos se relacionan con el poder adquisitivo y el nivel de vida, como informó hace tiempo el diario Le Figaro. Eso percibí en París el pasado diciembre, cuando muchos de ellos me hablaron de sus estrecheces económicas y del «mépris», del «desprecio» que percibían por parte de los políticos. Desde entonces, han pasado cuatro meses en los que parecía que el movimiento se desinflaba, víctima del tiempo y de las concesiones hechas por el presidente, Emmanuel Macron. Hasta el sábado.

Los diarios Le Figaro y Le Monde abren sus portadas de este martes con titulares contundentes y fotografías de la destrucción causada por la última jornada de protestas, que se saldó con un rosario de altercados: la quema de quioscos en la Avenida de los Campos Elíseo, el sabotaje de varias tiendas y la saña vandálica contra el célebre restaurante Le Fouquet’s, un local centenario donde Sarkozy celebró su victoria presidencial en 2007. «Francia -se lee en el editorial del conservador Le Figaro- no es un país que se queje del hambre ni un Estado que viva en una dictadura. El saqueo de la Avenida de los Campos Elíseos, el sábado, en París, solo inspira indignación, rabia y vergüenza (…) Y los chalecos amarillos que piensen que la violencia es la única manera de hacerse escuchar solo perjudican la causa de los que tienen verdaderas razones para expresar su descontento, por cierto apoyados por una parte de la población». «Repetimos aquí, como lo hicimos en diciembre -dice en su editorial Le Monde, de centro izquierda-, que esta violencia no es solamente chocante, sino intolerable: mantiene, en efecto, un clima de insurrección que excluye, por principio, toda solución política a la crisis social que atraviesa el país. Es la negación misma de la democracia. Pero también evidencia cruelmente la incapacidad del Gobierno para atajarla».

En ambos editoriales, los dos principales periódicos de Francia critican la violencia de los manifestantes. Lo cierto es que parte de los chalecos amarillos no albergan sentimientos amables hacia los periodistas, a los que consideran miembros de las élites, seres serviles a los pies del poder. Algunos reporteros han sido agredidos en las protestas.

Lo que revela el humor

Las redes sociales son una herramienta útil para conocer las otros desafectos de los miembros del movimiento. En uno de los grupos que tienen en Facebook, donde se reúnen más de 160.000 personas, las imágenes caricaturescas y las críticas suelen dirigirse contra Macron, al que consideran un «presidente de los ricos» que disfruta del «ocio de los privilegiados» mientras el pueblo sufre. Por ejemplo, ayer lunes, un usuario compartió un montaje donde podía verse al dirigente comiendo junto a su esposa, con el lujoso restaurante Fouquet’s de fondo tomado por las llamas. Se titulaba: «Rara foto de la última comida en el Fouquet’s». En otra, Macron y su mujer aparecían con la piel ennegrecida, como si posaran para el cartel de una película llamada «Les Bronzés font du ski», «Los Bronceados esquían». El pasado sábado, el matrimonio disfrutaba de una jornada de nieve en los Pirineos mientras París se hundía en el caos. Un descanso que les ha costado una avalancha de críticas.

Junto a esa imagen de un presidente alejado de la realidad, aparece ridiculizada la del ministro del Interior, Christophe Castaner. Hace unos días, descubrieron a Castanter en un bar de París engañando a su mujer con una joven, como contó Juan Pedro Quiñonero, corresponsal de ABC en París, aquí. Al parecer, el éxito en el control de las protestas de los chalecos amarillos del 9 de marzo alegró tanto al político que decidió festejarla por todo lo alto. Por supuesto, los hechos no han pasado desapercibidos en los grupos de Facebook que he mencionado más arriba, donde se convirtieron en un motivo de burla. En una de las caricaturas publicadas en esa red social, Castaner aparecía vestido de manera desastrosa y con una botella de champán en la mano, canturreando como si fuera bebido. La «corrupción privada» parecía ser prueba de la «corrupción política». Como responsable de los antidisturbios, lo cierto es que el ministro es una de las figuras más odiadas por los chalecos amarillos, que le reprochan la represión de las protestas con el uso de pistolas de goma.

Extremos

¿Cuál es la ideología de los chalecos amarillos? Tanto Chantal Mouffe, una filósofa que inspiró el nacimiento de La Francia Insumisa (extrema izquierda), el partido de Jean-Luc Mélenchon, como Alain de Benoist, un pensador y escritor ligado a la extrema derecha, defienden la pertinencia de las protestas.

«Vemos claramente una situación populista -explica Mouffe en Libération-. Por populista, hay que entender el establecimiento de una frontera política entre los de “abajo”, “nosotros”, el pueblo, y los de “arriba”, la “casta”. Esta construcción de una nueva frontera es el resultado de la emergencia de toda una serie de resistencias a treinta años de hegemonía neoliberal que ha instaurado una posdemocracia (…) Esta forma antipolítica puede estar articulada en la dirección de un populismo de derecha o de un populismo de izquierda».

«Aunque las clases populares y las clases medias inferiores -cuenta De Benoist en Boulevard Voltaire, un medio polémico y criticado- son el elemento motor, lo que da al movimiento una extraordinaria dimensión de clase, los chalecos amarillos provienen de medios diferentes, agrupan a jóvenes y viejos, a campesinos y a jefes de empresa, a trabajadores, a obreros. A mujeres y a hombres (…) A gente que no se preocupa ni de la izquierda ni de la derecha, que en su mayoría no han participado jamás en política, pero que luchan sobre la base de lo que tienen en común: el sentimiento de ser tratados como ciudadanos de segunda clase por la casta mediática, de ser explotables por la oligarquía predadora de los ricos y de los poderosos, de no ser nunca consultados, sino siempre engañados».

Como vemos, extrema derecha y extrema izquierda hacen un análisis similar: los chalecos amarillos son una respuesta popular contra una casta o élite. Queda por ver si se decantan por alguna de esas dos ideologías.

 

 

Francia Silvia Nietoel

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