En una entrega anterior he relatado los antecedentes del extraordinario ‘milagro de Absam’, en el Tirol austríaco. Sirvan estas declaraciones escritas y firmadas ante testigos por el hermano menor de Rosina, Johann Puecher, para poner en antecedentes a quienes se asoman por primera vez al tema:
“Mi hermana, una joven de 18 años llamada Rosina, estaba cosiendo sentada junto a una ventana de la planta baja de nuestra casa, cuando, entre las 3 y las 4 de la tarde, levantó la vista y vio algo que jamás había visto antes en la ventana: una imagen nítidamente dibujada de María, Madre de Dios. Inmediatamente llamó a su madre que se encontraba en otro rincón de la misma habitación. La madre miró la imagen de la virgen con angustia y temor. Lo primero que pensó es que nos había ocurrido un accidente a mi padre o a mi en la mina de sal en la que trabajábamos. Le dijo a Rosina que tenía que rezar y es lo que hicieron. Al terminar sus oraciones, la madre trató de limpiar la imagen con un paño pensando que podía ser debida al vapor. Pero apenas terminaba de pasar el trapo, la imagen volvía de nuevo. Esto ocurrió un martes. El jueves siguiente llegamos al anochecer mi padre y yo, tras descender de la montaña. Nos llevamos una sorpresa y una gran alegría al ver aquella imagen. Aquel día, 17 de enero de 1797, yo tenía 16 años y he guardado nítidamente en mi memoria todo lo que ocurrió entonces.”
Unos años después de aquellos acontecimientos se produjo el ya mencionado cambio de opinión de la propia Iglesia, que pasó del escepticismo original a considerar los hechos como un milagro de la virgen (ver crónica anterior). ¿Qué había ocurrido en aquellos dos años para que la Iglesia cambiara de opinión? Muy sencillo. La peste había remitido y el ejército francés, vencido repetidamente en la colina de Bergisel por patriotas tiroleses, se había retirado del valle. A nadie le cabía la menor duda del papel que había jugado la imagen milagrosa de Absam en aquellos acontecimientos históricos, así que la Iglesia había optado por adoptar la imagen y su leyenda como objeto de culto. En primera instancia, el cristal con la imagen de María se situó en pleno altar central y se decidió que cada año se conmemoraría el día de la aparición, 17 de enero, y el del traslado de la imagen, 24 de junio, día de San Juan y comienzo del solsticio de verano, con ceremonias y una solemne procesión entre el incesante repicar de campanas, que nunca ha dejado de llevarse a cabo, ni siquiera durante los difíciles días de las dos guerras mundiales. Cada año, la muchedumbre repite en éxtasis las emocionadas palabras que salieron la primera vez de las gargantas de los presentes: “Donde el Padre está, ha de haber también un lugar para la Madre”.
Andando el tiempo, han sido numerosas las curaciones atribuidas a la imagen y los testimonios de favores concedidos a los fieles, así que la devoción ha crecido de forma exponencial. Basta ver los exvotos depositados por quienes han creído verse favorecidos por sus oraciones a María de Absam, expuestos en una preciosa capillita adyacente a la iglesia, que cuenta con un modernísimo y coqueto altar de cristal (ver imagen de portada), para comprender el alcance de la fe. Incluso miembros de la Familia Imperial austríaca peregrinaron hasta aquí en distintas ocasiones a lo largo del siglo XIX para presentar sus respetos a la ‘milagrosa’ imagen de la virgen.
En el año 2000, y sin que mediara la preceptiva petición de la feligresía, la Iglesia de San Miguel Arcángel fue elevada por las autoridades eclesiásticas a la categoría de Basílica de María de Absam, la única que hay en todo el Tirol. Se da la circunstancia de que el Camino de Santiago, en su rama tirolesa, pasa justo por allí, así que se superpusieron los peregrinajes y el tramo desde Gnadenwald, donde se encuentra el idílico monasterio de San Martín, levantado sobre una antigua ermita gótica, a la Basílica de Absam, parada obligatoria, a unos 5 kilómetros de distancia, se llama ahora Vía de la Contemplación. Allí, en el altar central, los peregrinos contemplan con fervor la nítida imagen que vio Rosina por primera vez en el siglo XVIII, guardada en una impresionante custodia de oro y piedra preciosas y como telón de fondo, un mural gótico de María.
El párroco actual, preguntado acerca del número y procedencia de los peregrinos que acuden a Absam, reconoce que no tiene estadísticas exactas, pero que, en los años que lleva al frente de la parroquia, la inmensa mayoría de los peregrinos que ha visto proceden del propio Tirol y de regiones vecinas como Trentino (norte de Italia), Salzburgo, Bavaria (Alemania), Alsacia (Francia)… y muy raramente de países más lejanos.
Por lo demás, mucho me malicio que a los lectores de este blog, siempre ávidos de información, les gustará saber qué fue de Rosina Bucher. Pues bien, la joven que vio la Gnadenbild de María por primera vez en la ventana de su casa tuvo una vida de lo más normal. Se casó con Josef Strasser, tuvo tres hijos y murió el 6 de julio de 1864, a la edad de 68 años. Sus restos fueron enterrados en el cementerio de Absam, pero se desconoce donde están ahora, ya que el antiguo cementerio, junto a la iglesia, fue abandonado en 1925.
¿Milagro? ¿Enigma? ¿Una broma que fue demasiado lejos y nadie se atrevió a confesar? Lo cierto es que con los medios actuales sería un juego de niños determinar la naturaleza del fenómeno, pero nadie parece estar por la labor. Tanto la Iglesia tirolesa como los fieles están encantados con su leyenda, que atrae a tantos peregrinos y turistas. Elisabet Koehle, una mujer de mediana edad que ha vivido desde niña todas las vicisitudes de la imagen, me lo resumió así: “Si me pregunta mi opinión, le diré que no creo que se trate un milagro, pero para nosotros es ya una tradición que no queremos perder.”
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