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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

El secreto de Uri Geller: ¿poderes o trucos?

El secreto de Uri Geller: ¿poderes o trucos?
Francisco López-Seivane el

Los afortunados mortales que aseguran poseer poderes sobrenaturales se mueven por los escenarios más pintorescos con seguridad de actores consumados, despertando grandes emociones en las masas. Su popularidad aumenta con cada representación. Uno de los más afamados es Uri Geller. En España causó sensación in illo tempore con su espectacular doblado de cucharas en ‘Directísimo’, el mítico programa de Íñigo. En otra ocasión puso en marcha relojes que llevaban años parados en algún desván. Aunque eran muchos los convencidos de sus poderes, nadie creyó en él tanto como el propio Íñigo, que muchos años después, y hasta su muerte, continuaba asegurando a quien quisiera escucharle que las habilidades de Geller no eran trucos, sino auténtico poderes.

Hace años tuve la oportunidad de conocer de cerca a Geller en un multitudinario congreso de parapsicología que se celebró en Valencia. El astuto judío se conservaba como una flor. Desgrasado, sus ojos profundos, intensos y huidizos, en escapada permanente, daban la impresión de haber alcanzado un pacto con el diablo. Su figura juvenil e inquieta recorría mil veces el escenario mientras transmitía, como si los hubiera inventado él, los principios más elementales del mentalismo: la concentración, el poder de la voluntad, la proyección del pensamiento… Me pareció la charlatanería del prestidigitador que entretiene a la audiencia mientras prepara sus trucos, pero Geller sabía darle un aire creíble. Logró convencer a los espectadores de que sus poderes no eran extraordinarios y cualquiera podría hacer lo mismo si se lo propusiera. Según él, bastaba ejercitar las facultades latentes de la mente. Y así, con todo el público mesmerizado y expectante, comenzó la demostración de las extraordinarias cualidades que han hecho de él un hombre rico y famoso.

La intensa mirada de Geller mesmerizaba las audiencias

El número de la resurrección de los relojes fue, sin duda, el que mayor aceptación despertó. Docenas de espectadores habían traído sus relojes y otros viejos objetos estropeados: radios, ordenadores, transmisores… Adunados sobre el estrado, los viejos cacharros inservibles permanecían indiferentes a su destino, mientras Geller hacía repetir al unísono, una y otra vez, a los entusiasmados espectadores: «¡¡Funciona!!». La tremenda fuerza mental de mil doscientas voluntades pareció obrar el milagro y uno, dos, y hasta tres relojes resucitados comenzaron a latir acompasadamente. Aquello era el delirio, hasta el punto de que nadie reparó en los otros ochenta cacharros que seguían sin funcionar. A ningún desconfiado se le ocurrió sospechar que cualquiera pudo haber depositado en aquél montón un par de relojes en movimiento.

Geller dejó para el final el número más espectacular: Con gran dramatismo tomó una bolsa de plástico precintada que contenía semillas, la rompió a la vista de todos y esparció su contenido sobre una mesa. La pantalla gigante del fondo proyectaba un primer plano de su mano extendida acariciando los granos. De nuevo nos pidió un esfuerzo de concentración para tratar de que alguna semilla germinara. Se lo dimos y no nos falló. A la vista de la cámara, una diminuta semilla, una sola, que podría caber entre sus dedos, había roto el prieto abrazo de la piel que la cubría y comenzaba a mostrar los primeros síntomas de vida. Era sólo una, pero bastó para despertar la rendición y la entrega total del auditorio. Grandes aplausos.

Geller me aseguró aquel día que nadie en el mundo había sido sometido a tantas pruebas científicas como él. Seguramente tenía razón, pero, como dice el genial James Randy, el mago más famoso de América, “no son los científicos quienes están mejor capacitados para detectar los trucos de un prestidigitador, sino otro prestidigitador”.

En una ocasión Randy se presentó con un notario ante un grupo de físicos. El propio notario sacó de su maletín un montón de cucharas que él mismo había adquirido en un comercio. Randy las extendió ante los ojos escrutadores de los expertos. Tomó una y, frotándola suavemente, comenzó a doblarla. Nadie podía creer lo que estaban viendo sus ojos. Acto seguido explicó que se trataba de una cuchara especial que ocultaba en su manga y que, mientras pretendía extender las otras, había mezclado con ellas.

No es el de Geller el único caso. Se podría hacer una larga lista con personajes que pululan por el mundo de la parapsicología y el espíritu y que, en realidad, pertenecen al del espectáculo. Nadie les niega su mérito, pero jugar con la credulidad de la gente no es el mejor camino para acreditar sus poderes. Corren el riesgo de terminar siendo despreciados por embusteros y manipuladores.

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