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Blogs Cosas del cerebro por Pilar Quijada

«En Viena hay un hombre que adivina los sueños»

«En Viena hay un hombre que adivina los sueños»
Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar. Salvador Dalí, 1944
Pilar Quijada el

“Los periódicos pretenden ofrecer al lector la actualidad. Pero, ¿qué es la actualidad? ¿Dónde empieza y dónde acaba? Un asesinato o un cambio de gobierno, una huelga o un terremoto, una oscilación de la bolsa y un abuso de autoridad en un pueblo son actualidad y los periodistas nos relatan estos acontecimientos  con todos sus pelos y señales. En cambio, la desaparición de las manchas solares que estos días se advierte es también actualidad. Y los periódicos o no se ocupan de ella o lo hacen sin atención y en último lugar. Pero aún hay otra clase de hechos que suelen asomar con menos frecuencia ya que se concede menos importancia en las columnas de los diarios: estos hechos son las ideas.”

Aunque parece escrito hoy mismo y de plena actualidad, este texto tiene más de un siglo. Fue escrito por el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955) en octubre de 1911. En él cuenta de primera mano los inicios del Psicoanálisis. Está tomado de sus Obras Completas, editadas por Taurus. Merece la pena seguir leyendo este extracto de sus descripciones:

“Yo voy a dar a los lectores de “La Prensa” una noticia más modesta ciertamente, pero que tal vez no ha llegado a su conocimiento, no obstante constituir hoy la preocupación o el entusiasmo de muchas gentes en la Europa científica.

La noticia es la siguiente: en Viena ha aparecido un hombre que adivina los sueños. Es un judío como aquél José que interpretó la pesadilla del  faraón, a quien en el ensueño habían visitado siete vacas flacas y siete vacas  grasas. Pero lo más grave es que este judío adivino reviste nada menos que la dignidad de profesor de enfermedades nerviosas en la Universidad de Viena. ¿Qué les parece a ustedes la noticia? El doctor Sigmundo Freud, que así se llama, ha logrado extender su influjo científico a un gran número de médicos de ambos mundos que hoy forman una especie de comunidad entusiasta, organizada admirablemente, poseedora de varias revistas, de múltiples asociaciones, etcétera. Por otra parte, el radicalismo y novedad de las teorías terapéuticas de Freud han levantado  en contra suya un sinnúmero de enemigos rabiosos. Y mientras los unos consideran a Freud como un genio descubridor de tierras incógnitas que yacían repuestas en el fondo del alma humana, los otros no vacilan en acusarle de ligereza científica, en declarar perniciosos y casi perseguibles sus métodos curativos y en hacer propaganda entre los enfermos y sanatorios para que no se sometan a ellos.

La consideración más general y más rápida que nos conduce al punto central de las teorías freudianas puede ser ésta: hasta ahora andaban por el mundo unos hombres que se llamaban psiquiatras, médicos de las enfermedades mentales, de los desarreglos psíquicos que van desde la locura furiosa hasta la vaga y elegante neurastenia. Ahora bien, estos hombres le decían a usted que padecía una enfermedad psíquica o espiritual, y para curarla le enviaban al campo o le recomendaban duchas o le componían el estómago. En una palabra, mientras descubrían su enfermedad en el alma le curaban el cuerpo. Y, sin embargo, se llamaban psiquiatras, esto es, médicos de las almas.

Freud (…) es un psiquiatra que, por primera vez ha tomado en serio eso de que las almas enferman, y se ha propuesto curarlas directamente, no por el intermediario corporal. Y así como los párrocos, que según la frase canónica tienen cura de almas, se valen de la confesión como terapéutica, Freud ha elevado la confesión a ciencia y ha llamado a esta ciencia de confesar «psicoanálisis». He aquí un nuevo poder actual con que hay que contar en el planeta: los «psicoanalistas». ¿Cuál será el porvenir de esta idea naciente? ¿Hasta dónde llegará su influencia?

Freud fue discípulo de Charcot. El célebre médico de París había reformado el tratamiento de las histerias mediante el empleo de la sugestión hipnótica. Casi por el mismo tiempo, otro médico de Viena, Breuer, había llegado a resultados análogos.

¡Los sueños! ¡Divino misterio primitivo!

Milenios ha vivido la humanidad creyendo que en el ensueño poseía una vida más profunda, donde el alma, embotada durante el día por las necesidades del vivir, inclinada sobre las obligaciones como el cavador sobre su azada, vuelve a recobrar una sensibilidad incalculable, y moviendo prodigiosos tentáculos palpa los secretos del universo: quieta, sabía, indiferente a lo útil, especulativa, como el ojo inmóvil de un águila, deja que el porvenir se desarrolle ante ella infinitamente.  Freud vuelve impertérrito a la tradición milenaria. En los sueños no hay nada absurdo, dice, nada sin sentido: nuestra mente no funciona nunca sin intención. Ni en la histeria, ni en la paranoia o locura. Mucho menos en la función normal del sueño. Ahora se acaba de publicar la tercera edición de su libro sobre la interpretación de los sueños, en que ha extractado quince años de labor incesante.

Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar. Salvador Dalí, 1944

El sueño es para Freud un ejercicio de la psique tan perfecto como el pensar de la vigilia, sólo que muy distinto. Despiertos reina en nosotros la conciencia viva, que es la conciencia científica, moral, socializadora de nuestros instintos. En el sueño pierde esa dignidad, pero no desaparece, no se retira: perdura su influjo tomando una forma análoga a lo que el gobierno del Estado realiza en el tiempo de guerra con los periódicos: estabIece la censura previa.

Inútil es pretender dar una noción aproximada de la ingeniosísima reconstrucción del mecanismo del ensueño realizada por Freud. A primera vista esa afirmación de que el sueño es el cumplimiento de un deseo parece  inaceptable. Sin embargo, el método psicoanalítico descubre tras del terror  soñado siempre alguna concupiscencia sexual. Porque ¡esto es lo grave! Para  Freud todo es decidido en nosotros por el amor y generalmente por el amor torcido y non sanctus.

Sólo un detalle añadiré: según Freud es la niñez, la época en que realizamos más expulsiones imperfectas de deseos. Por otro lado, es la época en que más preocupan e inquietan los problemas eróticos. Pues bien, todos nuestros sueños son en realidad reapariciones de deseos eróticos infantiles.”

 

 

 

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