Al indicarnos cuándo comer (sensación de hambre) y cuando dejar de hacerlo (sensación de saciedad), nuestro cerebro nos ayuda a mantener un peso corporal adecuado al tiempo que garantiza nuestra supervivencia. Al tratarse de una función vital, igual que la reproducción, y dado que conseguir y preparar el alimento ha costado siempre esfuerzo, el sistema de recompensa cerebral juega un papel fundamental en este comportamiento.
Cuando tenemos hambre se enciende una alarma en una zona del cerebro denominada hipotálamo, donde están los circuitos de neurales de la alimentación. Esas mismas señales de alerta llegan también al sistema de recompensa del cerebro para aumentar la apetencia por la comida, cuya sola imaginación ya nos produce placer (se “nos hace la boca agua”) y aumenta el deseo. A medida que comemos, el nivel de nutrientes en sangre aumenta y se liberan en el hipotálamo hormonas que inhiben el apetito, como la leptina y la insulina. Cuando estas señales alcanzan el sistema de recompensa, se reduce la sensación de placer y disminuye el interés por seguir comiendo.
Sin embargo, determinadas comidas, fácilmente accesibles y que requieren un mínimo de preparación, son ricas en grasas y azúcares, y pueden anular estos mecanismos de freno. Como resultado, nos levan a comer en exceso, hasta el punto de que se habla de adicción a la comida. Este tipo de alimentos, de uso tan frecuentes, sobrecargan el sistema de recompensa, igual que hacen las drogas, y le llevan a un funcionamiento inadecuado, de manera que cuantas más grasas y azúcares se ingieren, más se desea seguir haciéndolo. De ahí que se hable también de adicción a la comida, como explica el experto en adicciones Paul J. Kenny en “Investigación y Ciencia”.
Según un nuevo estudio realizado en la Universidad de Tufts y el Hospital General de Massachusetts, que se publica en el último número de la revista de acceso libre “Nutritionn & Diabetes”, se puede entrenar el cerebro para que ponga fin a este bucle y “prefiera alimentos saludables bajos en calorías en lugar los otros con más calorías y menos sanos. El estudio, llevado a cabo con mujeres y hombres adultos, sugiere que no sólo es posible revertir el poder adictivo de la llamada “fast food” sino aumentar, además, la preferencia por los alimentos sanos.
“No nacemos adorando las patatas fritas y odiando la pasta integral, por ejemplo”, explica Susan B. Roberts, que lidera la investigación. Este comportamiento, denominado condicionamiento, ocurre con el tiempo, en respuesta a la exposición repetida a los alimentos “tóxicos” que tenemos disponibles en el entorno, explica Roberts.
Cambio de hábitos
Se sospechaba que, una vez establecidos los circuitos de adicción de alimentos poco saludables, estos pueden ser difíciles o imposibles de revertir, sometiendo toda la vida a las personas que han ganado peso al antojo de alimentos poco saludables, que se vuelve una tentación continua. Para averiguar si el cerebro puede ser “reentrenado” para elegir alimentos saludables, Roberts y sus colegas estudiaron lo que ocurría en el sistema de recompensa de trece hombres y mujeres con sobrepeso y obesidad. Ocho de los participantes seguían un nuevo programa de adelgazamiento diseñado por investigadores de la Universidad Tufts, y otros cinco, que estaban en el grupo de control, no se inscribieron en ese programa.
Todos los participantes fueron sometidos a resonancia magnética (IRM) del cerebro al principio y al final de un período de seis meses. Entre los que seguían el programa de pérdida de peso, los escáneres cerebrales revelaron cambios en las áreas del sistema de recompensa del cerebro asociadas con el aprendizaje y la adicción. Después de seis meses, esta zona había aumentado la sensibilidad a los alimentos bajos en calorías, lo que indica un aumento del placer al tomarlos. Paralelamente se observó una disminución de la sensibilidad a los alimentos con más calorías.
“El programa de pérdida de peso está específicamente diseñado para cambiar la forma en la que la gente reacciona a los diferentes alimentos. Nuestro estudio muestra que las personas que participaron en él tenían un mayor deseo de alimentos saludables junto con una disminución en la preferencia por otros poco saludables. Estos dos efectos combinados son probablemente críticos para un control del peso sostenible “, explica Sai Krupa Das, otro de los autores del trabajo.”Hasta donde sabemos, esta es la primera demostración de que este importante cambio es posible”.
Los investigadores creen que varias características del programa de pérdida de peso fueron importantes, incluyendo la educación sobre el propio cambio de comportamiento, pero también un alto contenido de fibra en la dieta propuesta, así como la planificación menús con bajo índice glicémico.
Este índice mide la capacidad de un alimento que contenga carbohidratos de elevar el azúcar en sangre después de las comidas. Cuando tomamos cualquier alimento rico en glúcidos, los niveles de glucosa en sangre se incrementan progresivamente según se digieren y asimilan los almidones y azúcares que contienen. Esta elevación puede ser rápida o lenta, dependiendo del tipo de nutrientes y de la cantidad de fibra que contenga. La grasa y fibra tienden a reducir este índice glicémico. Como regla general, cuando más cocido o elaborado esté un alimento, más alto será el índice glicémico. Así, la pasta el dente tiene un índice glicémico menor que si se cuece durante más tiempo.
Limitaciones
“Otros estudios han demostrado que los procedimientos quirúrgicos como la cirugía de bypass gástrico puede disminuir el placer por la comida en general, pero no hacen que los alimentos más saludables parezcan más atractivos”, señala otro de los autores, Thilo Deckersbach, psicólogo del Hospital General de Massachusetts. “Nosotros hemos demostrado que es posible cambiar las preferencias de los alimentos poco saludables a los más sanos sin cirugía.”
“Queda mucha investigación por hacer, que implica un grupo mucho mayor de participantes, con un seguimiento a largo plazo y la investigación de más áreas del cerebro”, añade Roberts. “Pero nos sentimos muy alentados ya que el programa de pérdida de peso parece cambiar qué alimentos son tentadores para la gente.”
Una nota del editor, que acompaña a la investigación, coincide en que el trabajo tiene numerosas limitaciones y puntos débiles, entre ellos el bajo número de participantes. “Sin embargo, es el primero en demostrar [mediante imágenes de resonancia magnética] que la activación cerebral puede cambiar a saludable vs alimentos poco saludables por una intervención conductual”, resalta la publicación.
A pesar de sus limitaciones, continúa, abre “la posibilidad de que tratamientos conductuales mejorados puedan cambiar la resistencia a mantener en el tiempo la pérdida de peso lograda inicialmente, que se ha encontrado en estudios anteriores.
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