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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El futuro es asiático (y 4)

Emilio de Miguel Calabia el

(¿Sería posible convertir a Confucio en el icono del poder blando asiático, hacer de él un pensador universal en pie de igualdad con Kant?)

6) Emergencia de un modelo político asiático: Khanna afirma con tanto entusiasmo como ingenuidad que “la democracia está extendida en Asia”, aunque reconoce que el grado de calidad democrática varía de unos países a otros. Me gustaría compartir su optimismo; he hecho mis propias cuentas y esto es lo que me sale: 1) Países en los que las elecciones pueden generar un cambio de partido en el gobierno: 17 (hay un par de países que he incluido en este grupo por pura bondad); 2) Países en los que la calidad democrática se ha deteriorado fuertemente en los últimos cinco años: 9 (estos siete países están incluidos entre los 17 de la categoría 1), más otros dos que están en la categoría 3); 3) Países que celebran elecciones regularmente, pero en los que es imposible una transición democrática: 9 (incluyo aquí a un país que celebró elecciones multipartidistas y los votantes querían tanto al gobierno, que todos los escaños fueron para el partido gobernante); 4) Regimenes comunistas: 4; 5) Regímenes totalitarios/dictaduras no comunistas: 2. A mí me salen 17 países democráticos frente a 14 no democráticos, algo así como el 55%; pero ojo, que de estos 17, la evolución de 9 es preocupante.

Según Khanna, los asiáticos están interesados en la democracia, pero están sesgados a favor de “gobiernos pragmáticos y culturalmente son precavidos ante la posibilidad de volverse indisciplinados colectivamente (…) quieren ser más incluyentes, pero no al precio de la efectividad.” Es un argumento muy repetido por las élites asiáticas: que sus pueblos están más preocupados por el progreso económico que por la democracia y que la estabilidad es para ellos un valor superior a la libertad. El argumento puede tener su punto de verdad, pero hay aspectos del mismo que no me dejan muy satisfecho: ¿realmente se han hecho sondeos en los países asiáticos para determinar esa preferencia o son afirmaciones interesadas de las élites? ¿Y qué ocurre si los ciudadanos se encuentran que no tienen libertad y que el gobierno es corrupto y la riqueza queda sólo en manos de unos pocos? Khanna dice que sondeos del Pew Research Center,- no especifica cuáles, de forma que el lector no puede ir a consultarlos-, sugieren que “la gente no quiere democracia a costa de corrupción e incompetencia”. Vale, pero ¿y si uno tiene falta de libertades acompañadas de corrupción e incompetencia?

Otro argumento que esgrime Khanna y que he visto utilizado en otras ocasiones es el del deterioro de la democracia en Occidente: elección de políticos populistas por unos votantes desilusionados que ya no creen en las clases políticas tradicionales; sensación de que el sistema está sesgado en favor de unas élites limitadas; influencia del dinero en las campañas electorales; caída de los niveles de vida de la mayor parte de la población; funcionariados desmotivados, politizados o que no están a a altura… Para Khanna, el mundo hoy es post-ideológico y los resultados justifican a los gobernantes y son la medida del éxito. La gente común no se preocupa tanto por el nivel de democracia de su país, sino por si se siente segura en las calles, si se pueden comprar una vivienda, si tienen estabilidad en el trabajo…

Si la democracia en Occidente deja mucho que desear, ya no hablemos de algunas democracias asiáticas a las que Khanna pasa repaso inmisericorde: la India, elogiada como “la mayor democracia del planeta”, es “escuálida, superpoblada, un caos semisocialista tercermundista, grande, pero no importante”; “los partidos políticos pakistaníes viven y mueren con la familia o el dictador que los patrocina”; “la democracia bangladeshi es poco más que un juego de póker entre dos familias rivales que utilizan los ministerios y los tribunales para atacarse (…) estando de acuerdo sólo en aprobar leyes que recortan la independencia judicial y la libertad de prensa”; “los diputados tailandeses no dirigen el país, sino que más bien dan donativos a sus electores y ayudan a organizar funerales”; “los propietarios de fábricas y los terratenientes en Indonesia compran escaños parlamentarios para modelar las regulaciones en su beneficio”… Khanna también tiene algo agradable que decir de Myanmar que se ha convertido en una democracia formal en la que los militares todavía controlan el 25% de los escaños en el Parlamento. Bueno, desde el pasado 1 de febrero ya no controlan ningún escaño, por la sencilla razón de que dieron un golpe de estado y ya no hay Parlamento. El resumen es que lo que Asia ha tenido en muchos sitios han sido “políticas mafiosas travestidas de democracia”.

Con todo lo anterior, no sorprenderá que Khanna defienda el modelo meritocrático y tecnocrático singapureño, que para él es superior al modelo democrático clásico que impera en Occidente. Yo he vivido allí y puedo dar fe de algunos rasgos del modelo: 1) Meritocracia. Uno no llega a la cumbre adulando al jefe, sino mostrando su valía; 2) Atención a los deseos y preocupaciones de los ciudadanos, sin que se traduzca en referenda o debates estériles; 3) Capacidad de pensar y diseñar estrategias a largo plazo, que se persiguen de manera sostenida en el tiempo; 4) Flexibilidad y adaptabilidad para cambiar de rumbo con cierta rapidez si las circunstancias cambian significativamente; 5) Un funcionariado eficiente, preparado y no corrupto. Como nada es perfecto, ese modelo que tanto le gusta a Khanna también tiene su lado oscuro: 1) Libertad de expresión restringida; 2) Imposibilidad de cambiar a los gobernantes en un proceso electoral; 3) Vidas encorsetadas, aunque aquí cabría preguntarse: ¿son encorsetadas como resultado de la ingeniería social que se ha llevado a cabo en el país desde la independencia? ¿o responden a los deseos de la ciudadanía, a la que inspira una cultura conservadora y acomodaticia?; 4) Falta de creatividad cultural y artística; es la otra cara de la moneda de la capacidad de innovación gestora innegable que tiene Singapur en terrenos tales como el urbanismo, la gestión de aguas o las finanzas.

La visión de Khanna del modelo chino es igualmente positiva. Allí donde Occidente ve a un país que está exportando sus prácticas autoritarias, Khanna ve a un país que está importando las mejores prácticas del extranjero. Khanna cita al politólogo canadiense Daniel Bell que señaló que la meritocracia, la experimentación y el ser decidido han catapultado a China de una manera que la democracia no habría podido. Khanna recoge una frase que le dijo un académico chino y que resulta interesante: “Los chinos no aman a su gobierno, pero confían en él.”

Este capítulo, que es el 9º del libro y se titula “El futuro tecnocrático de Asia”, es para mi el más importante. A lo largo del siglo XX, ha sido Occidente quien ha exportado su modelo democrático a otros continentes y quien ha expedido certificados de bondad o maldad democrática. Khanna argumenta que el modelo democrático ya ni tan siquiera funciona bien en Occidente y que está emergiendo un modelo tecnocrático, que resulta más atractivo a los asiáticos. ¿Es cierto que la democracia está dejando de ser atractiva para los asiáticos o es una afirmación interesada de las élites? Ahí dejo la pregunta.

7) Las sociedades y las culturas asiáticas se están entremezclando cada día más. “Hoy la educación transfronteriza y las oportunidades de trabajo combinados con los matrimonios mixtos están cambiando la cara de Asia… las capas de pueblos y matices tienen demasiados matices como para que los Estados asiáticos se definan racialmente como lo han sido las sociedades europeas…”

Nuevamente me parece que Khanna particulariza en Asia un fenómeno que la globalización y las nuevas tecnologías han traido a todos los continentes. Hay afirmaciones discutibles como de de los matrimonios mixtos. Yo veo a mi alrededor más matrimonios mixtos de asiática con occidental (el género está escogido a propósito: los matrimonios en los que la esposa es asiática y el marido occidental, superan con creces a los contrarios) que entre asiáticos de distintas naciones. Tampoco me parece muy afortunado su comentario de que los Estados asiáticos no se definen étnicamente como han venido haciendo las sociedades europeas. Esto puede ser cierto de algunos Estados, pero en bastantes otros, existe una etnia mayoritaria que define la nación y para la que las demás etnias son minoritarias y periféricas.

Lo que sí es cierto es que el poder blando de Asia está creciendo y que lo que se produce en ella, ya sean noticias, películas o moda cada vez tiene más tirón global y los asiáticos se sienten orgullosos de ello a justo título. También es cierto que las ciudades asiáticas se han vuelto más cosmopolitas, pero no cabe generalizar. Por cada Bangkok, Singapur o Hong Kong, tenemos una Dhaka, Vientiane o Islamabad, a las que el adjetivo cosmopolita no les sienta demasiado bien.

Los siete puntos mencionados llevan a Khanna en el epílogo a pronosticar un futuro en el que el orden occidental que ha permeado el planeta ha periclitado. En su lugar tenemos un mundo multipolar y multicivilizacional. La civilización asiática que está más con el flujo y con el cambio que con lo sólido y lo permanente se ajusta mejor a las condiciones del siglo XXI. “Estamos únicamente en las fases iniciales de la asiatización global”.

Como se habrá visto, el libro en general no me ha gustado. A Khanna, que es un hombre muy bien informado, le gusta abrumar al lector con datos y hechos, lo que se traduce en un cierto desorden en la presentación de las ideas. Le falta estructurarlas mejor. Además aquí y allá me encuentro con afirmaciones que me hacen fruncir el ceño dubitativo: ¿realmente las películas de Bollywood son tan populares en Egipto que han puesto en peligro la taquilla de las películas producidas localmente? ¿China está comprando menos cobalto congoleño para móviles, mientras que la India está incrementando sus compras? He buscado en internet y no estoy muy seguro de esta afirmación. ¿Realmente los norteamericanos están yendo en masa a China a estudiar mandarín? En 2019 la cifra era 12.000, lo que no me parecen tantos para un país de 331 millones de personas; más significativo me parece que haya 400.000 norteamericanos estudiando mandarín en EEUU.

Abrumar al lector con datos que no podrá comprobar es sencillo. Más difícil es estructurar esos datos en un argumento coherente, que se preste al análisis y eventual rechazo por el lector. El resultado, al menos en lo que a mí respecta, ha sido que los árboles apenas me dejaban ver el bosque. Y es una pena, porque comparto plenamente el argumento central de Khanna: Asia está creciendo y cambiando y será el continente de referencia en el siglo XXI

 

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