Emilio de Miguel Calabia el 07 abr, 2022 Los siguientes días retrasó en media hora la pausa del café para no coincidir con Rafael, sin saber que Rafael había adelantado la pausa en media hora con el mismo objetivo. Verse a las 11.30 solo en la cafetería le hacía pensar en la soledad del último electrón del universo si la hipótesis de la muerte térmica del cosmos es acertada. Tal vez debería dejar de pensar tanto en temas de Física y hablar del fútbol o de la telebasura como todo el mundo. Ahora sus pausas eran ejercicios de solipsismo, de mantener diálogos consigo mismo y descubrir que era una persona muy aburrida, de observar con envidia a los pocos empleados que estaban en la cafetería a esa hora. Todos estaban acompañados y seguro que llevaban vidas más divertidas que la suya. Lo único que animaba sus pausas eran los tres minutos de charla con la camarera cuando iba a pagar. – ¿Tú crees que merece la pena enfadarse con alguien por lo sucedido en un solo segundo?- Se refería a la inflación y lo del segundo era una exageración porque si la hubo, duró no más de 10-33 segundos. – Claro que sí. Yo me divorcié de mi marido allá en Dominicana por cosa de un segundo. Había salido con mis amigas de noche. Entramos en una discoteca. Entonces miro a la pista y veo a mi marido todo acaramelado, bailando con una morena y tenía puesta toda la manaza en las nalgas. Me entro un coraje. Allá que me fui y me puse a darles manotadas a los dos, que si no salen corriendo allí que les mato. – Bueno, eso duraría algo más de un segundo. – Ponle tres minutos, corazón. Todo fue muy rápido. Al día siguiente ya le estaba pidiendo el divorcio, que una es una mujer de bandera y no tiene por qué consentir ciertas cosas. Luego me enteré que me ponía cuernos con media barriada. ¡Qué pena haberme enterado tan tarde! Si lo sé antes, no me divorcio para poder apalizarle cada noche… corazón, veo que por fin te ríes un poco. Siempre estás tan seriesote que das respeto. Sin darse cuenta, Jesús había comenzado a reírse de manera espasmódica. Era una actividad tan novedosa para él, que no le salía hacerla con naturalidad. – Intentaré reírme más. – Así me gusta. – Por cierto, ¿cómo te llamas?- lo preguntó con timidez, a sabiendas de que hubiera debido preguntarlo mucho antes. – Corazón, creía que no me lo ibas a preguntar nunca. Me llamo Rosibel. – Yo… – Ya lo sé. Jesús. – ¿Cómo lo sabes? – Los camareros somos muy observadores. No tenemos otra cosa aparte de poner cafés y pinchos de tortilla. Se despidió de Rosibel y salió de la cafetería con la extraña sensación de que había estado tirando los tejos, pero no estaba seguro de si había sido él o Rosibel. * * * Fue Rafael el primero que enterró el hacha de guerra. Después de otra noche de insomnio y de que su mujer le echase en cara lo de la niña, “yo diciendo que usásemos condón y el señor que para qué, que a nuestra edad qué iba a ocurrir, pues ¡toma si ocurrió! Y ya van siete noches sin dormir y te recuerdo que sólo le han salido los incisivos de arriba, o sea que quedan dieciocho dientes de leche más por salirle, ya me contarás lo que piensas hacer, porque yo una noche más de insomnio no me trago”, entendió que no podía mantener abierto otro frente en el Instituto. Poder desahogarse con alguien era más importante que lo que hubiera ocurrido en el puñetero 10-35 segundo de la historia del universo. Esa mañana fue a la mesa de trabajo de Jesús y le dijo: “Enfadarse por lo de la inflación fue una tontería. ¿Vamos a tomarnos un café?” Jesús, que le había empezado a coger gusto a la soledad y a la charla con Rosibel, estuvo a punto de decirle que no, que lo de la inflación no era una tontería, sino un parche, un error garrafal, una idea tan absurda que parecía que se le hubiera ocurrido a alguien de letras. Pero se le veía a Rafael tan triste y con unas ojeras tan grandes, que se limitó a decirle que vale, que no se iban a pelear por lo que hubiera ocurrido en una fracción de segundo, cuando hay gente a la que le pasan cosas mucho más gordas en un segundo o en tres minutos. Aquella fue la primera vez que Rafael le habló de algo que no fueran las teorías físicas, el tiempo o la política. – Reproducirse está sobrevalorado. Un bebé no es más que una mascota a la que un día le tendrás que pagar la universidad y te saldrá carísimo. – Dicen que ser padre es lo más maravilloso que hay. – ¿Has estado siete noches seguidas sin dormir y encima tirado en un sofá. – No. – Cuando te suceda, ya me dirás lo que te parece de de la paternidad. Le vió tan hecho polvo, que le dijo lo único que se le ocurrió que podría levantarle la moral. – He estado pensándolo y creo que la inflación es lo mejor que puede explicar el universo que vemos. No sé cómo pude dudarlo. – No lo dirás para animarme, ¿verdad? – Claro que no. Rafael le dio un abrazo sentido y, tal vez por la emoción, se le quedó dormido entre los brazos. * * * Incluso Jesús con su limitada experiencia sabía que hay pasos que se deben dar y que si no se hace uno se arrepentirá toda la vida. Una de las mañanas, al ir a pagar, le dijo a Rosibel: – ¿Te apetecería salir un día conmigo a cenar? – ¿Tú lo que quieres es hablar o chingar? – Eh…- No se había detenido a pensarlo, tal vez porque era muy obvio lo que quería. – Mira, corazón. Te explico. Si lo que quieres es hablar, me tienes que llevar a un restaurante de esos muy caros y de mucho lujo, porque sé que te pondrás a hablar de tus cosas y me aburriré mucho. Así que al menos que la comida sea buena. Si lo que quieres es chingar, los dos nos vamos a divertir tras la cena, así que me puedes llevar a cualquier sitio. ¿Y bien? – Te quiero llevar a cualquier sitio. – ¡Así me gusta, corazón! Mientras que el menú de la cena ya lo había olvidado apenas salieron del restaurante, el sexo que vino después fue el mejor de su vida. Así que era posible sentir como si estuvieras en un terremoto, como si se te abrieran todos los chakras (esa imagen no es propia de un físico, pero con Rosibel las razones científicas dejaban de tener importancia), como si una corriente eléctrica te recorriera de los pies a la cabeza, como si dos personas en la cama fueran mucho más que dos pares de brazos y dos pares de piernas, como si el tiempo se detuviese y en un minuto pasasen mil cosas, como si el tiempo se acelerase y la noche durase lo que un parpadeo. Al amanecer, no se le ocurrió más que el tópico: “Ha estado genial.” – Sí, no ha estado mal- casi convino Rosibel.- Te pongo un ocho sobre diez. – ¿De verdad?- Ni en Física Atómica, que era su asignatura preferida en la carrera, sacaba esas notas. – Claro, corazón. No creas que yo doy puntuaciones de cualquier manera. – Me gustaría repetir esta noche. Quiero sacar un diez. – ¡Ay corazón, no va a poder ser! Esta noche regresa mi novio. – Creía que estabas divorciada. – En Dominicana, sí, pero aquí estoy con un español. – O sea que lo de esta noche… – ¿Te lo has pasado bien? – Sí. – Pues eso es lo que importa. Mi novio es camionero y seguro que en sus viajes él hace otro tanto. Y si no lo hace, entonces es un pendejo. Jesús se quedó callado, un poco como la primera vez que un profesor en la Facultad le habló de la mecánica cuántica. Las personas eran igual de impredecibles que los electrones en el experimento de Young. A lo mejor ésa era la gracia de las cosas. – Bueno, corazón. Me tengo que ir. Nos vemos en el Instituto. Después de que Rosibel se hubo ido, Jesús estuvo un buen rato tumbado en la cama, pensando. Había sido una de las noches más maravillosas de su vida y el broche final había sido una de las decepciones más agudas que había tenido. Pero así es la vida; se sale de las ecuaciones y tiene sus propios ritmos. Oyó ruido en el piso de arriba. Sería el vecino que estaría saliendo a trabajar. Llamó al Instituto, para decir que no se sentía bien y que ese día no iría. A continuación se instaló la aplicación de Tinder. Hacía un día muy bonito para pasear por Madrid. Mis cuentos Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 07 abr, 2022