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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El discípulo más aventajado del Maestro (2)

Emilio de Miguel Calabia el

El grupo de los discípulos era variopinto. Letraheridos, que conscientes de su falta de talento, se arrimaban con desesperación a alguien que sí lo tenía, semialcohólicos, que confundían la bohemia con el orujo, profesores de instituto que intuían que estaban desperdiciando su vida enseñando “La vida es sueño”, los poemas de Becquer y las novelas de Baroja, cultos y culteranos de toda laya, que fantaseaban con las tertulias de hace medio siglo, cuando la cultura aún importaba, actores en paro, actrices famosas, actores secundarios y actrices en declive, todo el arte dramático se daba cita en la mesa del Maestro, porque de alguna manera reconocían que él era el mayor actor de todos, el que cada noche nos sorprendía con una representación distinta, los candidatos a literato, que querían aprender los trucos del maestro y que terminarían escribiendo manuales de lavadoras en el mejor de los casos… ¿y dónde me ubicaba yo entre toda esa fauna? Era una letraherida, que sabía que nunca pasaría de escribir cuentos regulares, una candidata a semialcohólica, si no me andaba con cuidado, una culta y culterana, que había leído antes de los treinta más de lo necesario en una sociedad semianalfabeta que valora más las piernas de un futbolista que las manos de un poeta, una semiactriz, que empezó arte dramático y lo dejó, porque no quería cogerse ese atajo para morirse de hambre, y una traductora de textos franceses, que el idioma francés fue el único legado generoso que le dejó una madre manipuladora, controladora y alcohólica, aunque para ser justa con ella debería invertir el orden y poner lo de alcohólica en primer lugar.

Al Maestro le conocí en una conferencia que dio en Bilbao sobre “El viaje al final de la noche” de Celine. Allí el Maestro defendió que la obra era un viaje iniciático al revés. En el viaje iniciático habitual el neófito comienza muriendo, para resucitar a una nueva vida, a menudo tras haber pasado pruebas iniciáticas en el inframundo. En “El viaje” el protagonista empieza optando por la vida, cuando decide desertar de la carnicería que fue la I Guerra Mundial. Siguen una serie de pruebas iniciáticas: su contacto con el colonialismo, con el falso sueño americano… Al final de esas pruebas lo que hay es la muerte. El asesinato de su Doppelganger. ¿Cómo sabemos que fue el Doppelganger el que murió y no el protagonista? También Dorian Grey creía que estaba matando a su Doppelganger y en realidad se estaba clavando el puñal en el corazón. “Ya saben”, concluyó, “si encuentran a su Doppelganger por la calle, salgan huyendo y no lo maten, no vayan a cometer suicidio.”

Me fascinó esa interpretación de la obra de Celine. Yo estaba en mi etapa marxista-gramsciana y lo que había visto en “El viaje” era una serie de ataques al capitalismo en su fase imperialista, que denotaban su mala conciencia pequeño-burguesa. Apenas terminó la conferencia, me acerqué al estrado.

– Me ha encantado su interpretación de “El viaje al final de la noche”.

Me miró con unos ojos, o más bien me miró con un ojo, mientras el otro delineaba mi contorno, de gato que se va a comer al ratón pero que primero quiere jugar un rato con él.

– Seguro que pensabas que se trataba de un ataque al capitalismo en su fase imperialista, que denotaba su mala conciencia pequeño-burguesa.

– ¿Cómo lo ha sabido?

– Porque tienes la pinta de progre marxistoide-gramsciana que habría pensado exactamente eso.

– ¿Es adivino?- dije burlona.

– He pasado por todas las escuelas, desde el marxismo hasta el existencialismo, pasando por la New Age y el ecologismo. Y con todas me he intentado acostar con mejor o peor suerte.

– ¿De dónde se ha sacado esa interpretación de “El viaje al final de la noche”? Es lo más original que he oído…

– Se me ocurrió mientras venía hacia la charla. En realidad iba a dar otra interpretación de la obra. Iba a hablar de un Celine que sí que se creyó todo el discurso militarista de los primeros días de la I Guerra Mundial y que sintió que había fallado a sus camaradas porque logró la herida de oro, ésa que no te mutila, pero que te deja inapto para el servicio. Celine busca redimirse y para ello analiza despiadadamente todo lo que le rodea, empezando por los ideales que le llevaron a alistarse y descubre que todo es mentira…

De pronto me di cuenta de que se había formado un corro a nuestro alrededor. Joviales y serios, jóvenes y ya maduros, con libros bajo el brazo, con periódicos bajo al brazo, con el brazo enlazado al de su pareja del mismo o distinto sexo, barbas, bigotes, melenas y cabezas rapadas, era una mezcla de mayo del 68, del movimiento beatnik y de un coro de monaguillos dirigido por Zygmunt Bauman. Era una suerte de secta y el Maestro era su Maestro, valga la tautología. Era una secta a la que estaba invitado todo el mundo que estuviese dispuesto a oír las divagaciones del Maestro con embeleso, a consumir cantidades considerables de alcohol y a trasnochar, porque ningún discípulo del Maestro podía abandonar su compañía antes de que se le hubiese escapado el primer bostezo disimulado de la noche, lo que solía ocurrir entre las dos y las tres de la madrugada. Todo eso lo fui entendiendo de manera intuitiva al cabo del tiempo, porque era una secta llena de reglas que todos respetaban, pero ninguno explicitaba. Aquella primera noche, simplemente me dejé arrastrar por el grupo, porque era la única manera de poder seguir escuchando al Maestro.

Nos metimos en una tasca del casco antiguo, después de que nos hubieran jurado que ni se les ocurriría echarnos antes de las dos y que podríamos juntar todas las mesas que considerásemos necesarias. Esa noche hicieron falta cuatro mesas.

Aquel día al Maestro le dio por cavilar sobre la relación entre vida y literatura. “El viaje al final de la noche” está dedicado a Elizabeth Craig, que fue su amante entre 1927 y 1933. “Otra interpretación de la obra”, dijo estentóreo y guiñándonos un ojo; de alguna manera supe que el guiño me iba dirigido a mí. “Es un regalo de amor. Su manera de entregarle un ramo de flores por San Valentín. Digan lo que digan otros, empezando por la propia Elizabeth, ella está presente en todas las mujeres de la novela. La obra es un calidoscopio de mujeres que todas reflejan a Elizabeth. Lo irónico es que esa mujer apasionada, que inspiró una de las grandes novelas del siglo XX, acabó optando por una vida burguesa americana al lado de un agente inmobiliario que lo más romántico que le diría es: “Tengo en cartera un dormitorio con la ventana que mira a Cuenca”.

Ahí fue cuando me di cuenta de que el Maestro también había tenido a una Elizabeth Craig en su vida y había buscado en la literatura lo que habría querido tener con ella. Acaso todo lo que había escrito, no había sido más que un grito desesperado por recuperarla y cuando se dio cuenta de que no la recuperaría, dejó de escribir y se dedicó a dar conferencias.

El Maestro tenía algo de mago. Te distraía señalando algo con el índice y de pronto descubrías que te había quitado el reloj. Algo así debió de hacer ese día, debió de hacer un pase de manos que no vi y que hizo que en un santiamén se esfumase el grupo y nos quedásemos él y yo paseando por los aledaños del Guggenheim.

– A todo esto, bella marxista, todavía no me has dicho tu nombre.

– Jacqueline.

– Igual que la hermosa Jacqueline Deneuve.

Me quedé parada un momento. Aún no había descubierto la manera que tenía el Maestro de tomarte el pelo, poniendo el mismo gesto serio que cuando hablaba de los alejandrinos de Leconte de Lisle.

– Si te hubieses llamado Josephine, habría podido hacer comentarios muy jugosos comparándote con la gran Josephine de Beauharnais, pero llamándote Jacqueline, me lo has dejado mucho más difícil.

– No soy una mujer fácil.

– Me gustan los desafíos. Si me gustaran las cosas fáciles, me habría hecho abogado como quería mi padre.

– La situación se presenta complicada: a ti te gustan los desafíos y a mí me gustan las mujeres.

El Maestro era muy bueno ocultando los sentimientos detrás de su mirada desconcertante, pero noté que había acusado el golpe.

– No te había preguntado si te gustaban las mujeres. Te iba a preguntar si te vendrías a mi habitación a ver amanecer, mientras hablamos sobre Celine, Elizabeth Craig y Josephine de Beauharnais, que es un personaje mucho más interesante que la Craig.

– Es muy tarde. Creo que mejor me retiro. Por decirlo en términos celinianos, esta noche opto por un agente inmobiliario al que ni tan siquiera le pediré que me diga en qué dirección está Cuenca.

Nos despedimos con un casto beso en la mejilla.

 

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