Emilio de Miguel Calabia el 18 ago, 2019 Existe un acuerdo generalizado en que “Ortodoxia” es el mejor ensayo que haya escrito nunca G.K. Chesterton. Se trata de un alegato encendido en defensa de la ortodoxia cristiana frente a enemigos tales como el materialismo o las teorías de Nietzche. Es un libro apologético, escrito,- y muy bien escrito-, desde la fe, el entusiasmo y la convicción. Quien busque un tratado filosófico, bien trabado y argumentado, quedará decepcionado. Pero así es como se defienden las cosas en las que uno realmente cree: alborotadamente, llevado por el impulso del momento. Uno se pone a construir andamiajes filosóficos que sostengan las ideas, sólo cuando duda de éstas. Chesterton dice que su descubrimiento de la ortodoxia fue como el viaje de un descubridor, que habiendo salido de Inglaterra y habiendo recorrido medio mundo, llegase a un lugar ignoto y de pronto se diese cuenta de que ¡había descubierto Brighton! En otras palabras, la ortodoxia que descubrió ya en la madurez, no era otra cosa que aquello en lo que había creído de niño. El libro contiene tantos destellos de genialidad colocados en riguroso desorden que cuesta comentarlo. Comenzaré describiendo aquello que ataca Chesterton quien, como todos los buenos polemistas, sabe dónde está el enemigo. De hecho, antes que “Ortodoxia”, había escrito otro gran ensayo, “Herejes” donde arremete contra ideas y personas que también aparecerán en “Ortodoxia”. Lanza sus pullas al mundo moderno, del que dice que no es malo, sino que puede que sea demasiado bueno. Lo encuentra repleto de virtudes absurdas y desperdiciadas y la explicación que da es original: “Cuando se hace añicos una teoría religiosa (…), no sólo quedan sueltos los vicios (…) sino que también quedan sueltas las virtudes; y vagan de manera más desenfrenada y causan aún más daño.” Resulta notable que esta observación la hiciera décadas antes de que el buenismo se pusiera de moda y comenzara a hacer estragos. Entre un Torquemada que tortura físicamente en nombre de la verdad moral y un Zola que tortura moralmente en nombre de la verdad física, se queda con el primero. Estoy de acuerdo y aún Chesterton se ha olvidado de una cosa: los torturadores morales suelen ser muuuy pesados. La idea de que las virtudes salidas de madre y liberadas de su marco religioso son una molestia, cuando no un desastre, me ha gustado mucho. Un ejemplo que pone Chesterton: la humildad en el cristianismo servía de freno a la arrogancia y a la creación de apetitos desmedidos. Un ejemplo de apetito desmedido sería el de un conquistador. Un hombre humilde no puede ser conquistador, porque se sabe demasiado pequeño y sabe que el mundo es demasiado grande para él. Le basta con el jardín de su casa. El hombre moderno le ha dado la vuelta a la humildad: no duda de sí mismo, al contrario ahí está segurísimo; en cambio duda de la verdad divina e incluso de su capacidad para conocerla; ahí es humildísimo. El resultado es que el hombre moderno ya no cuenta con el freno que suponía la humildad. Ahora todos somos conquistadores en potencia. La desaparición de la verdad en el mundo moderno hace que la sátira ya no sea posible. La sátira presupone un patrón de medida, la asunción de que hay cosas superiores a otras sobre las que podemos encaramarnos para satirizar sobre las que están por debajo. La desaparición de la verdad va acompañada de la igualación de todo, de la pérdida del criterio que permita decir que algo es superior o preferible a otra cosa. Sospecho que Chesterton habría discrepado, y mucho, del relativismo cultural que está hoy en boga. Ataca a la nueva teología de su tiempo que trataban de presentar una fe más optimista cuando, en opinión de Chesterton, no hay nada más optimista que el cristianismo ortodoxo. En especial les recrimina que rechacen el pecado original que es la única parte de la teología cristiana que puede demostrarse. Pone el ejemplo de alguien que despelleja a un gato por la calle. A un hombre religioso sólo le cabe una alternativa: o Dios no existe (solución de los ateos), porque de otra manera no habría permitido esa barbaridad; o no hay un vínculo esencial entre Dios y el hombre, que es capaz de una salvajada así por efecto del pecado original (solución de los cristianos). Los teólogos modernos optan por una tercera vía: no existe el gato. Otro objeto de sus ataques más furibundos es el materialismo, cuyos razonamientos compara con los de un loco. El loco puede argumentar con perfecta lógica, pero sólo sobre el objeto de su manía. El materialismo comparte con el loco una suerte de simplicidad, que parece que va a explicar el universo y acaba no explicando nada. Inventa un cosmos que es como un mecanismo de relojería, pero que es más pequeño y más pobre que el cosmos real. Chesterton enumera las cosas que se deja el materialista en su cosmos racional: “… los pueblos combativos, las madres orgullosas, el primer amor o el miedo a hacerse a la mar…” El materialismo, además, constriñe la mente, limita aquello que se puede pensar. “El cristiano tiene suficiente libertad para creer que en el universo se da una considerable cantidad de orden y de desarrollo inevitable. En cambio, al materialismo no se le permite admitir ni un átomo de espiritualismo o de milagro en su inmaculada maquinaria (…) Los locos y los materialistas no dudan nunca.” Y también ataca a alguien que se ha vuelto en compañero del materialismo, el evolucionismo. Para él, los evolucionistas son personas que eligen cualquier cosa que quieren que suceda y declaran que ése es el fin de la evolución. Tampoco le gusta la idea de que nos veamos como unos animales más, sólo que un poco más listillos. Cree que esa pretensión de parentesco sólo puede llevar o bien a un sentimentalismo absurdo, o bien a la crueldad. En su opinión la única manera razonable de tratar a un tigre “admirando sus rayas al mismo tiempo que evitamos sus garras”. Puedo imaginarme lo que habría dicho Chesterton de la tendencia actual a humanizar a nuestras mascotas. Y ya que estamos en ello, le pega una andanada al panteísmo. La naturaleza no es nuestra madre, sino nuestra madrastra. La aproximación verdadera es la del cristianismo que ve en ella a nuestra hermana; debemos acercarnos con ella combinando una humildad asombrada y una arrogancia desafiante. Tenemos el mismo padre y podemos enorgullecernos de su belleza, pero no tiene ninguna autoridad sobre nosotros. También ataca el inmanentismo. “El amor desea la personalidad y por tanto la división. El instinto del cristianismo es alegrarse de que Dios haya roto el universo en pequeños pedazos, porque son pedazos vivos.” Para el budista y el teósofo esa división supone una caída. Para el cristiano es el propósito divino. El teósofo quiere que amemos lo Absoluto para poder sumirnos en él. Lo Absoluto cristiano expulsa al hombre para que lo pueda amar. Dios se alegra de la separación del mundo en almas, una idea que les resultaría extrañísima a los filósofos hindúes, que aspiraban a la fusión con el Uno. Igualmente ataca la ideología del progreso. El progreso en el fondo es aburrido, el cambio por el cambio. Tennyson, queriendo ensalzarlo, lo convirtió más bien en algo tedioso y repetitivo en esta metáfora: “Gire eternamente el mundo sobre los sonoros surcos del cambio.” Reconozco que me hace pensar más en un molino de noria que en cualquier otra cosa más estimulante. Chesterton le contrapone la idea de reforma: “algo nos parece informe y decidimos darle forma. Y además sabemos qué forma queremos darle.” Aquí reconozco que no encuentro mucha diferencia entre la idea de progreso que ataca y la de reforma que defiende. También el progresista aspira a dar una forma nueva a lo que hay. Tampoco reserva sus pullas a los pragmáticos. En aras del pragmatismo, recomiendan pasarse de lo Absoluto, olvidándose de que una de las principales necesidades humanas es ser algo más que simplemente pragmáticos. Esta observación puede que no sea tan válida en la actualidad. Vivimos en una sociedad en la que la principal necesidad humana es tener conexión de internet. Lo Absoluto sobra, a menos que lo podamos ver en un tutorial en youtube. Evidentemente rechaza ese triunfo del pragmatismo que es el contrato social, en el que los hombres construyen un orden movidos por un intercambio consciente de intereses. Chesterton dice que la moralidad no empezó cuando un hombre le dijo a otro: “No te pegaré, si no me pegas”, sino cuando ambos acordaron que no se pegarían en lugar sagrado. La limpieza no se inventó para no oler mal en sociedad, sino para purificarse antes de adorar en el altar. Es la devoción religiosa la que ha generado la armonía y la moralidad. Tradicionalmente se dice que la palabra “religión” viene de “re-ligare”, volver a ligar al hombre con Dios. Pienso que también podría verse su origen, a la manera de Chesterton, como un “volver a ligar al hombre con su hermano.” También arremete contra el librepensamiento, que a fuerza de embestir contra los límites del pensamiento humano, acaba abriéndose la cabeza. El librepensamiento, según Chesterton, acaba en un cuestionamiento de sí mismo que no lleva a ninguna parte. Con 20 años de adelanto, Chesterton había logrado entrever el existencialismo francés. Otro objeto de sus ataques es la teoría de la voluntad que en aquellos años, gracias a Nietzche, estaba tan en boga. Chesterton dice que los adoradores de la voluntad no la entienden realmente. Por un lado, no se dan cuenta de que no puede haber una voluntad general, porque la esencia de la voluntad es ser particular. Por otra, creen que la voluntad es ilimitada, cuando el acto voluntario implica una autolimitación. Si te casas (acto voluntario, aunque a menudo no bien informado), aceptas limitarte y renunciar a todas las demás mujeres. Si te proclaman Rey de Inglaterra y aceptas la corona, tendrás que renunciar a la posibilidad de ser bedel en un colegio de primaria en Pimlico. Sus pullas no se limitan a las filosofías modernas, sino que también pueden ir más lejos. El estoicismo, que es de lo mejor que dio el Mundo Antiguo a nivel ético, también es objeto de sus ataques. Los estoicos, para Chesterton, eran unos pobres hombres, alumbrados únicamente por la lamparilla interior de sus pequeños egos. No tienen energías para odiar ni amar nada con fuerza. “Marco Aurelio es el tipo humano más insoportable: un egoísta desinteresado.” Evidentemente esto lo escribió porque no se había inventado todavía el buenismo. De otra manera habría dicho que Marco Aurelio es el segundo tipo humano más insoportable. La superioridad del cristianismo sobre el estoicismo es que dice que hay que mirar dentro, pero también fuera. Desde la segunda mitad del siglo XIX había habido un creciente interés por las filosofías orientales. Chesterton reniega de ellas, singularizando al budismo como objeto de sus ataques. “El budismo es centrípeto allí donde el cristianismo es centrífugo y rompe el círculo vicioso [el círculo del cosmos está fijado desde el inicio, según Chesterton; el cristianismo gracias a la cruz lo rompe. Como razonamiento geométrico-filosófico, me deja un poco frío]”. Chesterton afirma que el budismo hace introspección con una intensidad especial, mientras que el cristianismo mira hacia fuera “con una intensidad casi frenética”. Puedo aceptar la comparación. Al budismo le preocupa mucho el análisis de cómo funciona la mente, mientras que el cristianismo se centra más en el mundo de fuera en tanto que manifestación de la creación divina. Pero, ¿realmente uno de los dos enfoques es superior al otro? A mí me parece que lo ideal sería una síntesis de ambos y que el budismo mirase un poco más hacia fuera y el cristianismo un poco más hacia dentro. Después de siglos en los que Occidente defendió la superioridad absoluta del cristianismo, desde finales del siglo XIX algunos comenzaron a defender el relativismo religioso y se puso de moda decir que las religiones difieren en sus formas y rituales, pero que en última instancia sus enseñanzas son idénticas. Chesterton se opone radicalmente a esta idea. Las religiones difieren poco en cuanto a sus rituales; todas tienen algún tipo de sacerdocio, escrituras, altares, templos… En lo que realmente difieren es en las enseñanzas. Chesterton sobre todo critica a quienes por aquellos años intentaban encontrar concomitancias entre el cristianismo y el budismo. Aquí le doy toda la razón a Chesterton. Todavía podría argüirse que las tres religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e Islam) adoran a un mismo Dios y que las diferencias entre ellas son pequeñas. Pero defender que el cristianismo y el budismo ateo se parecen mucho es llevar el relativismo religioso un poco demasiado lejos. Literatura Tags BudismoBuenismoCristianismoEstoicismoEvolucionismoG.K. ChestertonIdea de progresoInmanentismoLibrepensamientoMaterialismoNietzchePanteísmoRelativismo religiosoSátira Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 18 ago, 2019