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Caballos desbocados: el ensayo general de un seppuku

Emilio de Miguel Calabia el

Yukio Mishima escribió “Caballos desbocados” en 1969. Algo más de un año después se hizo el seppuku. Cuando uno lee la novela y la pone en relación con los últimos años de Mishima, puede pensar que “Caballos desbocados” fue el ensayo general de ese seppuku.

La novela se centra en Isao, un joven idealista y obsesionado por la pureza, que aborrece del materialismo y la corrupción del Japón de comienzos de los años 30, de los que culpa a los grandes industriales. Con un grupo de compañeros, planea el asesinato de varios de esos industriales, más algunas acciones de sabotaje, con la esperanza de provocar la declaración de la ley marcial, que comportará la restauración del Poder imperial. Más o menos lo que Mishima estaba haciendo por esas mismas fechas.

Isao es joven, idealista, carismático, serio, está entregado a su causa, está obsesionado con la idea de pureza, es una persona de acción que no se limita a reflexionar, sino que trata de llevar a la práctica sus ideas, está presto a sacrificarse por sus elevados ideales. En fin que Isao es la persona que Mishima habría querido ser a los dieciocho años y no el tipo acomplejado que aparece en su relato autobiográfico “Confesiones de una máscara”. Pienso que Mishima estaba tan encantado con su personaje, que no se le ocurrió lo que un lector normal pensaría de él: Isao es un fanático, inflexible y sin sentido del humor, un hombre tan entregado a su ideal que no es capaz de ver que el universo es mucho más grande que lo que sus estrechos pensamientos ven, un puritano que lo es porque no ha descubierto los placeres de la vida o acaso sospecha que existen, pero está tan obsesionado por sus ideales que prefiere perdérselos.

El único momento en que se me hace simpático es cuando se siente atraído por Makiko, la hija de un general que simpatiza con Isao. Hay una escena en la que ambos se encuentran por la noche en la que “fue entonces que sintió las manos de Makiko presionándole en la parte de detrás del cuello. Los dedos fríos eran como la hoja de un sable contra su pelo corto. Cuando llegase el momento de recibir el golpe fatal [lo habitual era que al que se hacía el seppuku, para ahorrarle sufrimientos, le rematasen cortándole la cabeza], cuando su cuello se estremeciese esperando la caída de la hoja, sin duda sentiría un escalofrío como éste”. Freud diría que el instinto de muerte en Isao le había ganado por goleada al instinto de vida. Yo digo que hay que estar muy tarado para tener a una mujer cariñosa que te quiere, abrazándote, y ponerte a pensar en lo que se parecen sus caricias a que te corten la cabeza.

Isao es el líder de un grupo de estudiantes idealistas que creen que ellos solitos van a acabar con el Japón de los políticos y los industriales venales y van a restaurar el poder divino del emperador. Mishima también tenía su grupito de venados, digo de idealistas. Se llamaba el Tatenokai o Sociedad del Escudo. Defendían los valores tradicionales de Japón y veneraban al emperador. La ideología ultraconservadora y nacionalista del grupo les hacía gracia a algunos generales, que permitieron que el grupo se entrenase o jugase a los soldaditos,- todo depende de cómo se mire-, junto a las Fuerzas de Autodefensa.

Como Isao, Mishima concibió un plan delirante para restaurar el poder del emperador. El de Mishima consistía en secuestrar a un general en su despacho para forzar que le permitieran arengar a los soldados, instándoles a que dieran un golpe de estado para restaurar el poder del emperador. El de Isao consiste en quemar seis subestaciones de transformación eléctrica de Tokyo, asesinar a tres grandes industriales y quemar el Banco de Japón, todo ello con el objetivo de que se proclamase la ley marcial. Irónicamente, el plan del personaje de ficción Isao hubiera tenido más posibilidades de éxito (aunque no tantas, tampoco exageremos) que el plan de la persona real Mishima.

Otro parecido entre ambos es que a los dos les obsesionaba la idea de hacerse el seppuku. Siempre he pensado que el plan golpista de Mishima no era más que un disfraz de lo que realmente le importaba: justificar su seppuku y que éste tuviera la mayor resonancia posible. Hay momentos en la novela en los que también parece que la preocupación de Isao sea morir al final de la aventura, pase lo que pase. Cuando está planeando el golpe, pregunta a sus amigos: “¿estaríais prontos a deshaceros de vuestras vidas cometiendo un acto que probablemente no servirá de nada?” y, por si no hubiera quedado claro, les hace jurar “que, sin buscar nunca el poder ni prestando atención a nuestros personales intereses, nos encaminemos a una muerte segura que se constituya en cimiento de la Restauración.” Eso mismo lo habría podido decir Mishima a sus compañeros del Tatenokai.

Todo escritor pone algo o mucho de sí mismo en lo que escribe. Mi impresión es que Mishima se volcó en “Caballos desbocados”. Puso ahí todo lo que hubiera querido ser: un adolescente puro y entregado a una causa. También recreó en la novela lo que estaba haciendo en la vida real: crear el escenario para su seppuku.

Literatura
Emilio de Miguel Calabia el

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