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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Las cinco generaciones de radicales tailandeses (1)

Emilio de Miguel Calabiael

Tailandia es un país extraordinario en Asia. Fue el único país, junto con Japón, que logró escapar al colonialismo occidental. La diferencia entre ambos fue que en 1868 la Revolución Meiji en Japón acabó con el shogunato y comenzó un período de reformas bajo la tutela de un nuevo régimen encabezado por la figura del emperador, al que se le devolvieron sus poderes. En Tailandia fueron las mismas élites y estructuras que habían regido el reino de Ayutthaya en el siglo XVIII quienes realizaron las reformas y la modernización del país y lo siguen gobernando en el siglo XXI.

Yuangrat Wedel y Paul Wedel en “Radical Thought, Thai Mind. A History of Revolutionary Ideology in a Traditional Society” se centran en la historia de las cinco generaciones de radicales tailandeses que intentaron cambiar el modelo del país.

Desde el siglo XV Ayutthaya (el nombre de Tailandia hasta 1767) se había regido por el sistema de la sakdina, que determinaba el estatus de una persona en una férrea jerarquía, así como sus derechos y obligaciones. Los rangos se expresaban en medidas de campos de arroz (rai en tailandés), seguramente como reflejo de tiempos más antiguos en los que el soberano distribuía tierras entre sus servidores. Así, por ejemplo, un príncipe de alto rango valía 100.000 rais; un alto funcionario o un noble, 10.000; un plebeyo, 25, y un esclavo, 5. Los rangos más altos estaban reservados a los miembros de la familia real. Lo más a lo que una persona del común podía aspirar era a 10.000. El rango de sakdina no se transmitía a los descendientes, lo que daba muchísima libertad al Rey para decidir a quién se lo otorgaba graciosamente.

La sakdina tenía muchísimas consecuencias en la vida social. Los privilegios y las recompensas dependían de ella. Un funcionario sería enviado a gobernar una ciudad más o menos importante en función de su rango de sakdina. Cuando más elevado en la sakdina, más exigente era la conducta que se esperaba de la persona y, consiguientemente, más duros los castigos. Un aspecto muy importante de la sakdina es que, a partir de cierto rango, uno estaba exento de tener que trabajar gratuitamente para el rey o para su señor natural. También un rango elevado de sakdina daba derecho a disponer del común como mano de obra.

Ideológicamente el sistema estaba muy bien adaptado a la creencia social en el karma. La posición de una persona en la sakdina podía atribuirse al buen karma que tuviera acumulado de existencias anteriores. El hecho de que no fuese hereditaria contribuía a esta idea.

Casi toda la literatura que ha llegado del período de Ayutthaya fue compuesta en la Corte y, evidentemente, es muy difícil encontrar en ella manifestaciones de rebeldía y críticas al sistema político. De hecho, casi el único ejemplo de poeta contestatario en dicho período es Sripraj, un poeta de la segunda mitad del siglo XVII. Los radicales tailandeses del siglo XX esgrimieron su figura como un predecesor de sus protestas, pero es tan poco lo que sabemos de él, que resulta difícil saber cuánto de verdad hay en esa visión. Sripraj pudo haber sido un crítico del sistema, pero también pudo haber sido un poeta despreocupado al que le daban una higa las convenciones sociales.

Una anécdota que se cuenta de él es que una dama de alta alcurnia le atacó con un poema, en el que decía que era un pequeño conejo, que admiraba la luna y saltaba en vano intentando alcanzarla, pero que nunca lo conseguiría porque era de baja cuna. La respuesta de Sripraj fue: “El conejo salta y no consigue alcanzar la luna que admira./ Pero cuando la estación del celo llega, tú y yo,/ como todos los animales altos y bajos, podemos mezclarnos al mismo nivel.”

El poema popular, obra de varios autores, “Khun Chang Khun Phaen”, describe la vida de Ayutthaya en los siglos XVII y XVIII. Aunque no sea una obra escrita con una finalidad política, sino de entretenimiento, el retrato que hace del poder no es excesivamente halagador. El Rey aparece como el poseedor del mérito supremo y, por consiguiente, del poder supremo. El Rey protege a sus súbditos y los recompensa, sobre todo por sus hazañas bélicas. Pero el Rey también puede castigar siguiendo sus propios dictados e interferir en la vida y haciendas de sus súbditos. El Rey, además, recluta a sus súbditos para la guerra de una manera que cabe describir como despiadada. Vivir en la selva, a donde no llega el poder real, es una opción que para algunos resulta más atractiva. Dado que la obra fue reescrita y estandarizada por poetas palaciegos bajo la supervisión de Rama II (reinó de 1809 a 1824), resulta interesante que se mantuviese esa visión con luces y sombras del poder real.

La crítica real del modelo político que tomaba sus orígenes en Ayutthaya, no comenzaría en el entonces denominado reino de Siam, hasta el siglo XIX. La primera generación de “radicales” (no creo que el término sea del todo ajustado y posiblemente fuese mejor denominarles “reformistas”) la compondrían gente del común que, por trabajar para nobles tendrían acceso a la élite. Una de las experiencias psicológicas y sociales más jodidas es la de trabajar en unos círculos y para unos jefes que siempre te considerarán inferior y que nunca te integrarán realmente en su medio.

Tal vez el primer crítico consciente fuera Phra Mahamontri, un poeta en la corte del Rey Rama III (reinó de 1824 a 1851). Los poetas en la corte tenían una especial consideración por su talento y, con precaución y dentro de unos límites, se podían permitir ser más osados que otros funcionarios palaciegos. Phra Mahamontri escribió un poema burlesco, “Raden Lundai”, en el que utiliza los tópicos habituales para hablar de la realeza, para describir a un mendigo. Así, dice que el protagonista vive en “un palacio con un techo alto pero roto, rodeado por un muro alto de espinos y arbustos. Sus guardias ladran para dar la hora”.

El otro poema burlesco suyo a destacar es “Plaeng Yao Batsontae”, en el que se burla de un noble que abusa de su poder: “Le admiran y le llaman Chao Khun Rachamart,/ pero era tan terrible como el ogro gigante en Markesan./ Cuando viaja en barca es un cocodrilo y por tierra un león./ Cuando entra en palacio, le tienen que anunciar tres veces.”

Los poemas de Phra Mahamontri tienen un elemento de critica social, pero no llegan a representar una crítica bien estructurada y total del sistema. Seguramente su objetivo fuera mostrar que el emperador estaba en calzoncillos (no creo, ni siquiera, que llegase a decir o pensar que el emperador estaba desnudo), pero no pretende ni reformar el sistema ni sugerir alternativas. Podemos ver su papel como similar al de los bufones de las cortes europeas, pero con poesía.

El poeta Tim Sukayang, que luego recibiría el título de Luang Patanapongpakdi, fue otro poeta que procedía del pueblo llano y que gracias a su talento y al patrocinio de un noble al que le cayó en gracia, pudo acceder a la Corte. Su gran obra crítica es “Nirad Nongkhai”, en el que describe una expedición del ejército real a Nongkhai para someter a los haw que habían invadido la región. El “nirad” era una forma poética tradicional en la que se describían los viajes. El “nirad” debía estar repleto de descripciones poéticas y sentimientos exaltados con una pizca de nostalgia. El “Nirad Nongkhai”, en cambio, describe una expedición llena de penalidades, liderada por un noble incompetente. Unos pocos versos darán una idea: “… Teníamos que andar en la selva,/ así que estábamos asustados a morir./ En la estación de lluvias, el enemigo es la malaria (…) Nadie debería emprender campañas en la estación húmeda/ si deseas vivir para combatir.”

El objetivo del poema es algo más ambicioso que el de los poemas de Phra Mahamontri. Por medio del poema Tim critica la arrogancia de los altos oficiales y el maltrato a la gente del común. Tim no quería tanto criticar el sistema en sí, como hacer conocer al Rey los agravios de la gente baja. La ideología de fondo es muy Antiguo Régimen: si sólo el Rey supiera lo que hacen sus funcionarios… El poema consiguió causar impacto, pero no de la manera que Tim esperaba. El Rey montó en cólera, pero no contra el noble que había dirigido la expedición. Tim tuvo mucha suerte en que terminó con la cabeza todavía sobre los hombros. Si no lo hubiese protegido el hermanastro del Rey, posiblemente habría tenido que decirle adiós a la cabeza. No es de extrañar que, después de esa experiencia, Tim no volviese a dedicarse al peligroso arte de la literatura.

 

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