Durante los siguientes días Konoye intentó desesperadamente negociar con EEUU. Tenía que vencer tres grandes obstáculos: 1) El plazo apremiante del 15 de octubre, día en el que comenzarían las hostilidades si la diplomacia fracasaba; 2) La desconfianza norteamericana, especialmente la del Secretario de Estado Hull, que no supo captar el grado de desesperación que embargaba a Konoye y que ignoraba además que sus gestiones estaban sometidas a un plazo perentorio. Una ironía de la Historia es que allí donde Konoye quería acelerar las cosas, Hull quería dilatarlas: las FFAA le habían pedido que alargase las negociaciones con los japoneses, porque necesitaban de más tiempo para poner a punto las defensas en el Pacífico; 3) Finalmente, las FFAA le pusieron todos los palos en las ruedas que pusieron. Especialmente el Ejército le autorizó a presentar como moneda de cambio unas concesiones en la cuestión de China, que eran tan nimias que más parecían una estrategia dilatoria que un esfuerzo por llegar a un acuerdo.
A comienzos de octubre resultó evidente que las conversaciones con EEUU no estaban llevando a ninguna parte. Konoye, apoyado por el Guardián del Sello en el Consejo Privado del Emperador, el Marqués de Kido, pensó que la única manera de convencer a EEUU de la sinceridad de los deseos de paz japoneses era poniendo fin a la guerra en China. Esto implicaba la retirada de las tropas y reconocer que los cuatro años de guerra habían sido en vano.
El 12 de octubre Konoye reunió en su residencia a los Ministros de la Guerra, de la Armada y de Asuntos Exteriores junto con sus asistentes. El objetivo de la reunión era tratar de revertir lo acordado en la Conferencia Imperial del 6 de septiembre. Los Ministros de la Armada, Oikawa, y de AAEE, Toyoda, estaban por la paz. Pero la estrella de la reunión fue el duro Tojo, que tenía los huevos que le faltaban a Konoye. Puso a Konoye, a Oikawa y a Toyoda contra las cuerdas. Negó que fuera posible evacuar inmediatamente las tropas japonesas de China. Les recordó finalmente que estaban poniendo en cuestión el consenso al que se había llegado en la Conferencia Imperial del 6 de septiembre, es decir que estaban cometiendo el gran pecado para un japonés: romper el consenso.
Éste es un ejemplo de cómo, después de todo, las personalidades juegan un papel en la Historia. Había quedado claro que el Emperador prefería la vía diplomática, el Primer Ministro y sus Ministros de la Armada y de Asuntos Exteriores también preferían esa vía. La Armada misma estaba dividida y había una parte de sus oficiales, sobre todo en las alturas, que no quería la guerra. Sabían de sobra que no estaban preparados para derrotar a EEUU. Sin embargo, Tojo, que tenía un carácter duro e inflexible se impuso en esa reunión decisiva. Tojo sabía que tenía detrás el apoyo del Ejército, que estaba más unido que la Armada. Había varias razones que hacían que el Ejército fuera más belicista que la Armada: 1) Si Japón se expandía hacia el sur, el peso mayor en la guerra correspondería a la Armada. La Armada lo sabía y era consciente de sus carencias. El Ejército, no; 2) Parecía claro que cualquier arreglo con EEUU implicaría el abandono de China. China era básicamente una aventura del Ejército. Si se abandonaba China, el Ejército perdería una carga, pero también una sinecura y tendría que explicar a la nación qué había hecho con las vidas y los recursos invertidos en esos cuatro años en una aventura imposible.
La presión sobre Konoye fue tanta que el pobre Konoye presentó su dimisión el 14 de octubre. No se sentía capaz de llevar a cabo la política acordada en la Conferencia Imperial del 6 de septiembre y tampoco se sentía capaz de plantarle cara a Tojo. Además había otra consideración: un nuevo gobierno no tendría porqué sentirse obligado por lo acordado el 6 de septiembre.
El primer candidato al puesto de Primer Ministro fue el Príncipe Higashikuni. Parecía a primera vista una buena solución: alguien con acceso directo al Emperador y que, por su condición de miembro de la Familia Real, podía imponer respeto al Ejército. Sin embargo, la fórmula no prosperó. Sospecho que el círculo palaciego pensó que si el Príncipe Higashikuni accedía al Primer Ministerio, fracasaba y estallaba la guerra, el prestigio del Emperador quedaría comprometido. Resultaba más conveniente mantenerse “au dessus de la mêlée”.
Si el Príncipe Higashikuni no podía ser, sólo había dos candidatos posibles: Oikawa o Tojo. Oikawa no era una buena opción. No contaba con el mismo apoyo unánime en su arma como el que contaba Tojo. Tampoco había dado muestras de una gran personalidad. Y para colmo su designación podía encorajinar al Ejército, que podía crear una parálisis negándose a designar al Ministro de la Guerra.
Tojo resultó así designado Primer Ministro por eliminación. El Marqués de Kido, que lo propuso, no dejó de considerar que la opción Tojo ofrecía tres ventajas: era la única persona capaz de influir sobre el Ejército, era absolutamente leal al Emperador y no tenía ambiciones personales. Además, en esas horas críticas mostró por primera vez reservas sobre el curso tomado el 6 de septiembre.
Tojo mostró su carácter escogiendo su propio Gabinete y no dejando que nadie le impusiese a sus hombres. Al frente de la Armada puso a Shimada Shigetaro. Para Asuntos Exteriores designó al diplomático Togo Shigenori, un hombre de paz, pasando por encima de quienes deseaban que nombrase al impetuoso Matsuoka. Se reservó para sí el Ministerio de la Guerra y, ominosamente, el de Interior. Quería asegurarse de que, si estallaba la guerra, podría controlar el frente interno.
A pesar de su carácter y de sus nuevos poderes, Tojo no era completamente libre de hacer lo que quisiera como un Hitler, un Stalin o un Mussolini. El jodido amor japonés por el consenso le imponía unas limitaciones parecidas a las que en otro sistema político muy distinto tenía Roosevelt. Para empezar, no se hubiera entendido bien que después de llevar meses predicando la línea dura, ahora pegase un cambio de sentido. Por otra parte, tanto el Ejército como la Armada llevaban meses preparándose frenéticamente para la guerra y no resultaba tan sencillo pedirles ahora que echasen marcha atrás. Tanto la Armada como el Ejército le hicieron saber que era demasiado tarde para cambiar. Cuanto más pesada es una maquinaria administrativa que se ha puesto en marcha, más cuesta frenarla. A veces lo más sencillo es continuar con lo planeado por la ley del mínimo esfuerzo. Se le hizo saber que eso supondría entregarse a los angloamericanos, incurrir en el desprecio de los chinos por haber mostrado debilidad y perder prestigio nacional.
El resto del mes de octubre se les fueron a los japoneses en Conferencias de Enlace estériles. La información no circulaba adecuadamente, de forma que, por ejemplo, el Ministro de Hacienda carecía de los datos sobre disponibilidades de materias primas que estaban manejando los planificadores militares. Tojo, Togo y algunos altos oficiales veían cada vez con mayores reparos una guerra que no podían ganar. Pero nadie quería tomar la única decisión que hubiera podido convencer a EEUU de la buena fe de los japoneses: retirar las tropas de China.
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