Emilio de Miguel Calabia el 07 may, 2022 Ya he oído a más de un analista comentar que eacaso estemos entrando en una nueva Guerra Fría. A ésos los llamo “los optimistas”. Yo creo que el período que estamos viviendo se parece mucho más al período de Entreguerras. Y ya sabemos cómo terminó el período de Entreguerras. La Guerra Fría se caracterizó por una pugna entre dos superpotencias en un juego de suma cero. Cada una defendía una ideología y un modelo de sociedad antitéticos. Existía una suerte de pacto tácito en virtud del cual, ninguna se inmiscuía en la zona de influencia del otro en Europa. Los conflictos armados se dejaban para la periferia; allí parecía más improbable que un conflicto escalase hasta el punto de conducir a un enfrentamiento nuclear. El período de Entreguerras fue un período caótico a nivel geopolítico. Las potencias que habían asegurado la estabilidad del orden internacional hasta 1914,- Francia e Inglaterra esencialmente-, eran percibidas como potencias en declive. Alemania, Italia y Japón insatisfechos con los arreglos de la posguerra, se habían convertido en potencias revisionistas que sobrevolaban como buitres a los agonizantes imperios británico y francés, esperando su oportunidad. Finalmente, estaban EEUU y la URSS que no jugaban el papel que hubieran debido en el sistema internacional. En el caso del primero, por elección; en el del segundo, por efecto del cordón sanitario al que le habían sometido las potencias capitalistas y por las consecuencias de algunas de las políticas de Stalin como la hambruna de Ucrania o las purgas políticas. Ideológicamente había una pugna a tres bandas. Las democracias burguesas eran vistas como decadentes, restos del pasado, desprestigiadas por su pobre respuesta a la Gran Depresión. El futuro pertenecería o bien al nazismo/fascismo, o bien al comunismo. Ambas ideologías encontraron muchos seguidores en las democracias. El comunismo con sus llamamientos a la lucha de clases y la justicia social resultaba especialmente atractivo para la clase obrera, pauperizada a causa de la Depresión. El nazismo/fascismo (los pongo juntos, porque muchos de sus admiradores extranjeros no los distinguían bien) atraía especialmente a los grandes empresarios y a las élites, porque hablaba de estabilidad y ofrecía un antídoto al comunismo. A diferencia de lo que sucedió durante la Guerra Fría, las potencias revisionistas (Alemania, Italia y Japón) no sentían ninguna necesidad de contenerse. No había reglas tácitas para impedir la escalada de los conflictos. De hecho, una parte importante de los conflictos del período ocurrió en regiones que no podían ser consideradas de ninguna manera como periféricas: guerra civil española, crisis de los Sudetes, anexión de Austria… Y ahora comparemos con la situación presente. A nivel geopolítico tenemos: 1) La percepción de que la potencia hegemónica hasta ahora (EEUU) está en declive. Hablo de percepción, porque creo que nos falta perspectiva temporal para saber si el declive es real y definitivo o meramente temporal. En todo caso, el peso de las percepciones en las relaciones internacionales es muy importante y la percepción hasta la guerra de Ucrania era la de unos EEUU en declive. La reacción de EEUU a la guerra hace pensar que tal vez las noticias de su declive eran un poco prematuras. Un león, aun herido, sigue siendo un león; 2) Una China en auge, que ha ido ganando posiciones con gran velocidad. Llevo años oyendo hablar de las vulnerabilidades de China, que acabarían frenándola, pero nada de esto ha pasado hasta ahora. No obstante, ninguna buena racha dura por siempre. 2022 está resultando un año especialmente complicado para China (y para el resto de nosotros, añadiría): la alianza con Rusia que le ha colocado en una posición muy difícil tras el inicio de la guerra de Ucrania, la crisis del covid y el riesgo de que el mercado europeo,- muy importante para ella-, entre en recesión. Como en el caso de EEUU no me atrevo a hacer predicciones. 2022 puede ser para China un mero bache en un camino exitoso o el indicio de que el asfalto se ha terminado y comienza una pista de tierra llena de agujeros. Tal como lo veo, el sistema podría evolucionar de dos maneras: o bien hacia un modelo bipolar, parecido al que existió en tiempos de la Guerra Fría, con China jugando el papel que entonces jugaba la URSS, o bien hacia un modelo multipolar con dos grandes potencias (China y EEUU) y otras potencias emergentes (la UE, Brasil, India, Japón, Rusia, Turquía) muchos menos poderosas que esas dos, pero con potencial suficiente como para poder influir significativamente en el juego geopolítico. Durante la Guerra Fría, quitando a China,- y aun así-, ningún otro Estado tenía los recursos para alterar el juego geopolítico. Yo apuesto más a que vamos hacia un modelo multipolar, o sea a un modelo más parecido al que tuvimos en el período de Entreguerras. Ideológicamente, también encuentro más semejanzas con el período de Entreguerras. Como entonces, una parte de la ciudadanía tiene la percepción desde la crisis financiera de 2008 de que la democracia no funciona como debiera. En esa situación surge el anhelo por un hombre fuerte y antisistema que enderece lo que la clase política tradicional no ha sabido enderezar. Trump encarnó a ese hombre fuerte en EEUU. El anhelo de la seguridad que proporciona el hombre fuerte es tan intenso que incluso después de una presidencia tumultuosa y controvertida, sigue conservando muchos partidarios. En el período de Entreguerras, nazismo/fascismo y comunismo ofrecían una alternativa a los ciudadanos desencantados con la democracia. Hoy la alternativa sería el modelo chino, que busca legitimarse por la vía de la eficacia económica y de la elevación de los niveles de vida de los ciudadanos. Como modelo, resulta muy atractivo para algunas élites, que con él descubren que someterse a las urnas periódicamente deja de ser un requisito perentorio. Otra cosa es si a la larga un modelo basado únicamente en los logros económicos basta. Si pensamos en la pirámide de Maslow, que yo creo que es un modelo muy válido, una vez una sociedad haya visto colmadas sus expectativas económicas, necesita ir más allá y colmar otro tipo de expectativas éticas y espirituales más intangibles. En lo que se refiere a los conflictos, hasta el 24 de febrero de 2022, podíamos pensar que los grandes conflictos interestatales eran cosa de otro tiempo. Lo que quedaban eran guerras periféricas o conflictos civiles. El coste de la guerra y la capacidad de destrucción de las armas modernas garantizaban que nadie con dos dedos de frente querría iniciar una guerra interestatal. Nos olvidamos de que la estupidez humana es infinita. Todo lo anterior lo escribí en un arrebato de optimismo. Luego me vino una oleada de realismo y recordé que, para colmo, tenemos ahora una serie de problemas que en el período de Entreguerras no teníamos: el cambio climático, el agotamiento de los recursos, la superpoblación… Los últimos tres años han sido tremendos, cada uno peor que el anterior. Me da miedo que en 2030 miremos para atrás y nos digamos: “Mira, después de todo, 2022 no fue un año tan malo”. Historia Tags ChinaDemocraciaEEUUEntreguerrasGuerra Fría Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 07 may, 2022