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Españoles en Siam (y 3)

Emilio de Miguel Calabia el

La revolución de 1868 que destronó a Isabel II, por un corto período de tiempo infundió esperanzas de que se conseguiría remontar el vuelo y que España volvería a contar algo en el concierto internacional, especialmente en Asia. Fue entonces cuando se retomó la negociación del tratado comercial con Siam y se envió al diplomático Adolfo Patxot. Su misión fue un puro dislate y mostró que con revolución o sin ella éramos una “nación moribunda”, como nos había llamado el Primer Ministro británico Lord Salisbury en un discurso.

A Patxot le entregaron una copia del Tratado no firmado de 1859, en la que se limitaron a cambiar los nombres de la depuesta Reina Isabel II y del fallecido Rey siamés Mongkut. Le pidieron que se enterase de qué tratados habían firmado desde entonces otras potencias y que procurase conseguir los mismos términos, si es que eran más favorables. O sea, que Madrid no tenía ni pajolera idea de qué tratados había firmado Siam y quería que Patxot sin infraestructura ni conocimiento del país se enterase. Otra instrucción que le dieron fue que se presentase con el aparato y el boato precisos. Y para que boato no faltase, le otorgaron un título vistosísimo: Embajador Extraordinario y Ministro Plenipotenciario con funciones en todo el Asia Oriental.

El pobre Embajador Extraordinario y Ministro Plenipotenciario con funciones en todo el Asia Oriental tras un viaje desde España a Singapur por un barco regular y a su llegada se encontró que el buque oficial que debía ir desde Manila a recogerlo para llevarle a Siam, no estaba. Se tiró esperándolo en Singapur cinco meses por un problema de incomunicación entre los Ministerios de Estado, de Ultramar y de Marina. Cuando el barco llegó, no era el prometido, sino otro, que venía en unas condiciones lamentables. Patxot tuvo que gastarse el dinero que le habían dado para su misión en adecentar el barco y pagar los sueldos de la tripulación. De Singapur viajó a Hue, en Vietnam, para firmar otro Tratado con las autoridades vietnamitas. Un monzón y el forzamiento de las máquinas provocó una grave avería al buque que tuvo que ser reparado en Vietnam, de donde salió sin pagar la reparación por falta de fondos. Finalmente el esforzado Patxot llegó a Bangkok y el 23 de febrero de 1870, un año y un día despúes de que el Ministerio de Marina hubiera encargado a Manila que pusiese un navío a disposición del Embajador, se firmó el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación hispano-siamés. Espero que Patxot muriera poco después de aquello y así no llegara a saber nunca los efectos que tuvo el Tratado sobre las relaciones bilaterales hispano siamesas: nada, rien, nothing, nichevo, may aray.

El Tratado tuvo aún una coda aún más absurda En 1872 el Gobierno encargó al enviado Juan Manuel Pereira que viajase a Siam para realizar el canje de ratificaciones del Tratado. A falta de nada más sustancioso, el gobierno le entregó una serie de condecoraciones para que las repartiera en Bangkok según su leal saber y entender. Pereira no supo o no quiso enterarse de quién era quién en la Corte siamesa y a su partida se las entregó al agente honorario británico que velaba por los intereses de España en Siam para que las repartiese como le pareciere más conveniente. El agente le pidió instrucciones más detalladas y Pereira respondió que no quería inmiscuirse en los asuntos de Siam. Y aquí paz y despúes gloria.

Las aventuras de Patxot y de Pereira muestras además que Asia no era un destino que atrajera a los diplomáticos españoles. Estaba muy lejos, se hablaban lenguas incomprensibles y, encima, las autoridades de Manila no ayudaban.

Mientras que la pérdida de Cuba en 1898 fue un drama, la de Filipinas pasó casi desapercibida. España no había sabido rentabilizar la colonia y según Rodao parecería que España hubiera sentido la firma del Tratado de París por el que entregó las Filipinas casi como una liberación. Al año siguiente, vendió a Alemania las posesiones que le quedaban en el Pacífico y durante las siguientes décadas no quiso saber nada del mundo asiático y pacífico. Si aún pervivieron algunos lazos con Filipinas fue más por el interés de los filipinos e hispano-filipinos que por el español.

Si cuando estábamos en Filipinas, las relaciones con Siam eran un quiero y no puedo, una vez que hubimos dejado el archipiélago filipino, quedaron completamente desatendidas. Lo único relevante en las primeras décadas del siglo XX fue la petición siamesa al término de la I Guerra Mundial de renegociar el Tratado de 1870 para eliminar determinados privilegios concedidos a España, al igual que Siam estaba haciendo con otras potencias occidentales. El 3 de agosto de 1925 se firmó el nuevo Tratado de Amistad, Comercio y Navegación, siguiendo los deseos siameses. La introducción española al texto del Tratado, en un ejercicio de sinceridad despiadada, finaliza diciendo que “el comercio [de Siam] con España es nulo.”

Bueno, también ocurrió que España encargó a Dinamarca que se ocupase de sus intereses en Siam y gracias a los daneses estuvo mejor informada de lo que sucedía en Siam de lo que había estado en los anteriores cien años.

Rodao ha investigado los intercambios comerciales hispano-siameses tras la firma del acuerdo de 1925. Parece que sí que hubo un comercio modesto. Siam exportaba a España arroz, especias, pieles y madera de teca. España, por su parte, exportaba vino y semillas oleaginosas. En todo caso, era un comercio tan escaso que aparecía bajo la rúbrica “otros países” y se hacía a través de los puertos británicos de Hong Kong y Singapur. Este comercio desapareció con el estallido de la Guerra Civil.

Durante la Guerra Civil, Siam se decantó por el bando nacional. Pesaron tanto la influencia japonesa como el carácter nacionalista y parafascista del régimen que el Mariscal Phibulsongkram estableció en Siam en 1935 que se asemejaba al del General Franco. Lo principal en estos años fue el esfuerzo siamés por abrogar las cláusulas desiguales que aún subsistían en el Tratado de 1925. Las negociaciones no llevaron a nada y, además, en 1943, barruntando la derrota de las potencias del Eje, España se declaró estrictamente neutral y no tuvo ganas de tratar con el régimen pro-japonés de Phibulsongkram.

En 1949 finalmente España mandó al primer diplomático residente permanente en Bangkok… pero eso ya es otra historia.

 

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